La arquitectura es, sin lugar a dudas, la más evidente tarjeta de presentación política de una sociedad, o de quienes la componemos. La distribución de paredes y habitaciones constituye toda una declaración de intenciones sobre cómo se entiende la Vida.
Las romanas, por ejemplo, atribuían una importancia crucial a esa parte de la casa que, para entrar, cualquiera debe pisar y que, de alguna manera, nos indica cómo es el resto de la vivienda.
Para las compatriotas de Escipión, el vestíbulo era el lugar dedicado a la diosa Vesta. La hija de Saturno (Cronos para las amigas) y de Ops (diosa de la fertilidad) era, entre otras cosas, la encargada de proteger el hogar. Una vez franqueado el territorio de la hermana de Júpiter y de Poseidón, la inmensidad del territorio desconocido se abría de par en par a la visitante que se adentraba hacia el corazón de un domicilio, con todo lo que eso podía conllevar. Y en esas estamos.
Nos vemos fatalmente infectadas por una ceguera social que ha logrado corroer nuestros más fundamentales sentidos de la percepción. El caso es que, conscientemente o no, nos negamos a querer ver las señales que desde la antesala de las catástrofes estamos recibiendo constantemente. Sólo hace falta tener la voluntad de querer ver con los “ojos que ven” para rendirse a la evidencia. Quienes se desgañitan advirtiéndonos del colapso del sistema de libertades, ni son agoreras ni aguafiestas, sino geógrafas sociales que pretenden advertirnos del peligro que conlleva navegar cerca de los arrecifes políticos, porque estos acabarán por hacer añicos nuestra frágil arca de Noé en la que, bien o mal, cabemos todas. De sentido común.
Perfectamente calculados, los mensajes xenófobos se amontonan los unos sobre los otros hasta lograr un compacto y peligroso sedimento de intolerancia. Sin embargo, en lugar de recurrir al sentido crítico que haría reflexionar a las ciudadanas, las políticas (no todas, lo volvemos a repetir) prefieren escorar hacia ese cabo del miedo que tiene por bandera el odio al diferente. Un clásico. Más suicida imposible. Más real, tampoco.
La otra variante, no menos insensata, es la trigonometría parlamentaria practicista. Vivo ejemplo de ello es la “Operación Le Pen” que puso en marcha el socialista François Mitterrand desde su cargo de presidente de la República francesa. El desgaste que provocaba el sillón del Elíseo trajo como consecuencia que el partido conservador aumentase sus posibilidades de reconquistar la mayoría en el Palacio Borbón, sede del congreso de las diputadas galas. En ese momento, Mitterrand decidió darle cancha al ultraderechista Jean Marie Le Pen, abriéndole los micrófonos y las cámaras de la todopoderosa radiotelevisión pública francesa. Así, el líder del Frente Nacional, al que la ministra Simone Veil llamó “nazi de pies pequeños”, fue creciendo, restándole votos a la derecha francesa, hasta llegar a ser lo que es hoy: una seria y probable alternativa de gobierno. Me temo que, en breve, Salvini (y otras como él) se va a sentir menos solo en el ejercicio del poder. Es histórico: el cortoplacismo atiza la tentación de ser aprendiz de bruja que siempre les acaba deslumbrando. Después las consecuencias las pagamos todas. Obvio.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero el amanecer que alumbra al huevo de la serpiente ya destella con fuerza, aunque nos empeñemos en no rendirnos a la evidencia. Lejos de eso y una vez más, seguimos impasibles contemplando la tragedia, como los ñus en el Serengueti. Al igual que los bóvidos africanos asisten con indiferencia a la matanza de sus congéneres en el río Mara, nuestra indolencia para con el previsible asalto de totalitarismo es absoluta. De puta pena.
Decía Elie Wiesel, escritor judío superviviente del holocausto, que el criminal siempre asesina dos veces. La segunda de ellas, mediante el silencio cómplice. ¿Seguro que no le suena la comparación?
El ascenso a las cimas del poder de las ideologías fascistas es un hecho que se va generalizando, sólo hay que querer verlo, aunque es probable que ya sea tarde hasta para eso.
Parece evidente que estamos condenadas a sufrir unos tiempos que creíamos pasados pero que vuelven con fuerza. Da la sensación de que no quedaron suficientemente bien grabados a fuego en la historia, porque el hedor a muerte, a locura y a campos de concentración que desprendían, ahora, lamentablemente, parece disiparse. Todo esto provoca que nos encontremos fatalmente en la antesala de una nueva “Shoah”, que como bien saben, significa ‘catástrofe’ en hebreo. Se avecinan malos tiempos para el librepensamiento y la Libertad. Se avecinan malos tiempos, a secas.
Bueno será recordar, finalmente, que para las romanas el corto pasillo que servía para llegar desde el vestibulum hasta las entrañas de la construcción, se llamaba “fauces”. La analogía con la fiera despiadada es clara. Todo es símbolo. Aquí, también.
Nada más que añadir, Señoría.