Otra vez la guerra entre varillas. Ahora en el muelle de España. Magrebíes y subsaharianos se zurraron la badana por el control de los aparcamientos. La historia de siempre, que no llegó a mayores por la intervención pacificadora de unidades policiales y de la UIR. Un espectáculo lamentable, vaya. Y van…
Lo de los varillas o aparcacoches, como los quieran llamar, tiene usía, que diría el glosario andaluz. La desidia y el mirar para otro lado de la autoridad ha derivado hacia una situación kafkiana, ya se mire desde dentro o desde fuera. Como señalaba nuestra directora, los grupos se reparten el ‘territorio’. Por nacionalidades, por horas. Hasta se ‘hereda’ el puesto del inmigrante que se marcha de la ciudad en beneficio del afortunado de turno. Y al fondo del escenario, la acusación de los residentes en el CETI hacia los argelinos de quienes, dicen, pretenden “arrebatarles el trabajo”.
En tal estado de cosas, a cualquier lugar estratégico al que acuda el ciudadano con su vehículo se encontrará con esta ‘tasa especial’ por aparcamiento. Voluntaria, sí, pero en bastantes casos recomendable abonarla por lo que podamos encontrarnos después en el automóvil, porque de todo hay en este colectivo de sin papeles que nos ha sobrevenido. Y lo que nos queda.
- ¿Qué prefieres, qué les cerremos esa vía de ayuda y opten por recurrir a robar o atracar para conseguir dinero?, me decía un destacado político local.
- Pero es que esto ya se pasa de castaño oscuro. Es ir soltando monedas por aquí y por allá. Día tras día. Como si no tuviésemos bastante con la ORA o con el mismo impuesto de circulación de vehículos, -le respondí-.
- Hay que ser solidarios. No te obceques.
- ¿Solidarios? ¿Nosotros? ¿Lo es acaso el gobierno de turno con ellos? ¿Hemos generado los ceutíes este problema en un territorio tan reducido y sin recursos? Que les dejen circular libremente por el resto del territorio nacional, tal y como ellos quieren. ¿Acaso Ceuta no es España o, por el contrario, ha vuelto a ser una especie de neo penal temporal para inmigrantes?
Varillas, sí. Multitud de varillas. Palabra tan sevillana como armao o carráncano, a decir de Antonio Burgos. Y que no se le ocurra al ayuntamiento la idea de institucionalizarlos como hicieron hace años otros consistorios. Los de Sevilla o Algeciras, por ejemplo. Les colocaron un uniforme y los nominaron como VOVIS, que como también refiere el maestro eso suena a nombre de óptica, a policías de Londres o a Dominus Voviscum. Nada tan insólito como lo de los gorrillas legalizados.
Lo de Sevilla es grave. El problema es de tal dimensión que el ayuntamiento se decidió a actuar por toda la ciudad, especialmente en los aledaños del Hospital Virgen del Rocío en los que, como en los de nuestro Clínico Universitario, eran una auténtica plaga y los incidentes continuos. Una ordenanza municipal se encarga de poner en orden el asunto, actualizando la anterior de 2008, en virtud de la cual esta práctica puede ser sancionada con multa, que, lógicamente, como insolventes, los infractores no pueden pagar, pero sí ser sancionados con trabajos a la comunidad en caso de reiteración.
Iniciativas similares han puesto en marcha otros ayuntamientos del país, en determinados casos con bastante éxito. Entienden que el ejercicio de esta actividad constituye una infracción administrativa contraria a la Ordenanza Municipal de Tráfico de Circulación de vehículos y Seguridad Vial.
Por cierto, curiosa la iniciativa del ayuntamiento algecireño. Sus VOVIS, que ya no son aquellos parados mayores de 40 años del municipio para los que se ideó este invento, ahora son, en su inmensa mayoría, extranjeros menores de esa edad. Pues bien a éstos se les está dando un curso de Seguridad Vial, “para mejorar la preparación de estas personas para desarrollar su trabajo”. Y a todo esto el ciudadano pagando religiosamente su impuesto de circulación.
Yo en toda esta movida de los varillas y muy a mi pesar, decidí hace tiempo dejar de acudir a comprar a determinada mediana superficie local después del incidente que me tocó sufrir en sus alrededores con ciertos individuos y su peculiar ‘trabajo’. Aquello a veces, me cuentan, es un infierno. ¿Política del avestruz?, me dirá alguien. Podría ser. La misma que la de la autoridad competente de mirar para otro lado. Año tras año, como si el problema no fuera con ella. Y así, ¿hasta cuándo?