Ayer llamé por teléfono a una persona que tuvo unos problemas de salud. No era una mera cortesía, sino una sincera manera de asegurarme que se encontraba bien.
Desde que se tuvo de marchar del servicio, se afincó en la población gaditana de Tarifa y allí está siendo cuidado por su mujer Rosi, como es natural se encuentra bien respaldado por su familia, pero a pesar de todo, cada vez que puedo o voy a verlo o me comunico con él por teléfono.
Fui para jugar un campeonato el pasado domingo y lo avisé, pero no tuve contestación por parte de mi amigo y compañero Fernando, me quedó una duda razonable en mi inquieta mente y cuando lo escuché, me quedé tranquilo.
Estaba bien y recordaba momentos del ayer que había estado juntos. Buenos instantes, donde los días pasaban y la compañía de mi compañero era igual a decir que estábamos bien y que los días pasaban sin novedad y junto a un buen amigo y compañero de profesión.
Y es que la amistad es un compendio de episodios que se van macerando y que nunca se podrá decir si fue uno, y el otro, el que escogió estar junto a esa persona, que ahora echo de menos.
Sin embargo, el solo hecho de echarlo de menos significa mucho.
Ya que las horas que hemos estado junto, nunca nadie podrá reemplazarla.
Solo con estos argumentos creo necesariamente dicho que la amistad, no tiene caducidad, por muchas peleas, rencillas o cosillas que hubieran pasado durante nuestro trato, en esos muchos años que hemos estado juntos y que aunque a distancia, seguimos manteniendo ahora.
Gracias por estar ahí cuando te llamo, me da la misma alegría que a ti, cuando mantenemos esas pequeñas, pero bonitas conversaciones, que nos acercan aún más al presente, aunque existan esos kilómetros que nos separan y que evitan el no poderte dar un fuerte abrazo, y decirte en directo hasta pronto querido amigo Fernando.