Estoy en urgencias. Me llamó un amigo para que lo acompañará al hospital, tenía un dolor insoportable: líquido sinovial en la rodilla por rotura de ligamento o fibra.
Estamos en la sala de espera para el triaje o clasificación y que el médico valore lo que le sucede.
Hay que esperar, así son las urgencias. El tiempo deja de ser tiempo y la espera deja de ser espera. Cada vez que suena un aviso vuelves a querer oír tu nombre porque piensas que se han olvidado de ti, que no siguen el turno o que todo funciona mal.
Somos muchos en la sala de espera conviviendo con la incertidumbre, con la tristeza, con miradas perdidas, con un dolor que consideras más grave que cualquiera de los que también esperan oír su nombre.
Reflexionar sobre la sanidad, el derecho a ser atendidos, la posibilidad de encontrar un especialista para cualquier asunto relacionado con la enfermedad. La salud nunca está garantizada.
Prisas, nervios, no saber qué hacer porque poco se puede hacer por parte de los sanitarios. Caen misiles, bombas, sonidos ensordecedores a los que ya se han acostumbrado.
No entendemos el sufrimiento, el desánimo, la derrota que siente alguien enfermo. Nos cuesta comprender lo invisible de los otros que no se puede transmitir porque es intransferible.
Pero ahí están los hospitales, las urgencias, la seguridad de tener un sitio al que acudir.
No siempre es así. Veo las imágenes de Gaza, los mutilados, los enterrados entre escombros, los olvidados de Dios. Su espera no es la misma, su triaje no será el mismo, su valoración facultativa tampoco será como la nuestra.
No habrá camas, caerán bombas mientras la muerte y la vida caminan juntas confundiéndose la una con la otra. No hay medicamentos, anestesia, sangre. Las personas se arremolinan en salas llenas de polvo, de escombros, de un aire irrespirable.
Prisas, nervios, no saber qué hacer porque poco se puede hacer por parte de los sanitarios. Caen misiles, bombas, sonidos ensordecedores a los que ya se han acostumbrado.
Vemos el dantesco espectáculo retransmitido por la televisión. Al caer la noche el fuego de las armas apagan la luz de las estrellas.
Vuelvo a la sala de espera, han pasado tres horas. Unos hablamos con otros de cualquier cosa, paseamos dando vueltas. Esperar es una bendición.
El altavoz pronuncia el nombre de mi amigo. Radiografía, analítica, cura, medicación. ¿ Cuándo terminará la guerra? El mundo se ha olvidado de Gaza. Los gazatíes heridos y moribundos esperan que el altavoz anuncie su nombre para pasar a consulta. Unas manos anónimas los consuelan, es lo único que se puede hacer cuando no se puede hacer nada.