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Unidos por el mismo sueño

Hemos pasado el verano viendo fotografías de subsaharianos que, en balsas playeras, arriesgaban su vida intentando atravesar el Estrecho. Casi siempre rostros jóvenes y a veces aniñados. Caras que llevan implícitas varias preguntas. ¿Qué lleva a un chaval de 15 o 16 años a decidir jugársela por un futuro mejor? ¿Es una decisión personal o alguien les impulsa? ¿Cómo es la aventura desde que salen de su país hasta que llegan a Ceuta? ¿Qué se ven obligados a hacer para conseguirlo? Y... ¿qué esperan del mañana? Nueve de ellos nos cuentan sus sueños.

En algún punto de Costa de Marfil hay una madre aliviada. Reconfortada porque sabe que su único hijo varón está bien y que, a pesar de los contratiempos, mantiene intacto el sueño que le llevó a marcharse de casa aunque allí gozaba de un aceptable nivel de vida. Quiere ser futbolista profesional. Quizás más pronto que tarde se enfunde la elástica anaranjada de la selección marfileña y tome el relevo de Drogba. Tiene look de estrella del balón y muchísima ilusión. “Volveré a Ceuta a firmar autógrafos”, bromea tras narrar su rocambolesca experiencia de mes y medio en Marruecos. La de este marfileño, uno de los nueve menores subsaharianos que conviven junto a marroquíes y españoles acogidos por la Ciudad en el Centro de Menores ‘Mediterráneo’, es una de las historias que nos permiten desentrañar muchos porqués. Dar respuesta a cómo y a causa de qué existen niños que se juegan la vida en las peligrosas aguas del Estrecho o escondidos en el hueco más recóndito de un automóvil. A lo largo de una hora y media de tertulia, en torno a una mesa redonda, los ojos aún descolocados de los recién llegados poco a nada tienen que ver con la alegría que desprenden las miradas y sonrisas de quienes viven allí desde hace más de cuatro o cinco meses. Irradian alegría y felicidad.

“Tu es content?”
El verano de 2010, repasando las estadísticas que muestra el director del centro, Pedro del Corral, ha supuesto un repunte en llegadas de menores extranjeros no acompañados (MENA) de origen subsahariano. Desde mayo han sido seis las nuevas entradas y esta mañana otro supuesto menor está siendo examinado por los médicos para confirmar su edad. Si finalmente entra, no cabe duda de que será bien acogido en esta diversa y plural familia. También por el único camerunés del centro que es también el más pequeño de los ‘hermanos de color’. Llegó hace unas semanas y aún no habla castellano, pero un compañero hace de intérprete. Se quedó sólo en el mundo y sobrevivió gracias a la bondad humana. Primero en Nigeria, luego en Argelia y finalmente en Marruecos, donde fue integrado en un grupo de diversas nacionalidades. “Organizaron el viaje a la península y, sin saber a dónde iba ni qué iba a pasar, me subieron a la balsa”, cuenta, “pasé mucho miedo”. Su mirada aún es débil, como sus brazos y sus piernas de niño de 15 años. Carencias que pronto serán subsanadas. “Aquí tengo comida y todo lo que necesito”. Sabe que le ha cambiado la suerte. Le quedan tres años en Ceuta y en cuanto lleve nueve meses obtendrá un permiso de residencia que, al cumplir los 18, le permitirá circular libremente por la península. Tendrá lo que nunca habría imaginado: un futuro.

- Tu es content?
- Oui, oui -responde con una media sonrisa.
- ¿Seguro? -insistimos porque no nos lo hemos terminado de creer.
- ¡Sí, sí! -afirma ahora con más ganas dejando que sus pequeños dientes resalten sobre la piel morena de su rostro.

Emprendemos un nuevo viaje. Estación de salida: Mali. Protagonista: un niño con aspecto de mayor, 16 años, nariz ancha y chata, ojos desconcertados, manos extremadamente curtidas. Era feriante y las usaba a diario, no tenía dinero para ir a la escuela. Por eso la comunicación con él es más compleja, ni siquiera sabe francés, sólo una lengua autóctona que nuestro amigo el futbolista más o menos maneja. “En mi país no hay guerra y tengo familia, pero a diario veía a vecinos y amigos que se iban a buscarse la vida, allí no podré nunca vivir bien”. En contra de la opinión de los suyos empezó a andar en dirección a Argelia. Como todos ellos, resta importancia a su valentía. Esa que de Argelia le condujo a la frontera argelinomarroquí en Uxda, luego a Fez, de ahí a Rabat y finalmente a Castillejos. Las amistades que hacía por el camino fueron sus únicas compañeras hasta que pusieron una balsa hinchable ante él. Y subió junto a tres personas más. “Dos pagaron dinero, pero yo no”. Sólo quiere aprender y trabajar.
Su suerte radicó en no pagar. A un compañero guineano su plaza en la balsa playera le costó 1.000 dirhams, más de 85 euros. “Él es de los que más tristes ha llegado”, confiesa del Corral, “pero ya se le nota mucho más animado y ahora empezará a realizar un programa de cualificación profesional”. Su desánimo inicial pudo deberse a la desilusión por no haber alcanzado Málaga, pues ese era su objetivo, pero respiró un poco más tranquilo cuando las primeras asistencia de Cruz Roja le confirmaron que al menos estaba en España. Nuevos retos le esperaban. Ahora “je suis content”.

Coraje en femenino
Las voces de la inmigración no sólo son varoniles. También las hay agudas, incluso cuando se trata de adolescentes. Es el caso de dos de estos nueve testimonios, que se expresan en un castellano más que aceptable tras más de año y medio en Ceuta. Dos casos diferentes que nacieron en Nigeria y Eritrea. A la primera la soledad le vino de golpe, sin esperarla. “En mi país había una guerra y cuando volví un día del colegio no había nadie en casa”. Vivía en un pueblo, Ughehi. Sobra decir que lloraría, mucho. Nunca más ha sabido de su familia aunque tiene dos hermanos. Ella es de las que no usa el teléfono en el centro porque no sabe a qué números llamar. Narra su experiencia con entereza, aunque por motivos lógicos es parca en palabras. “Unos hombres me ayudaron, porque estaba sola, y viví con ellos dos años hasta que huímos a Marruecos”, explica. Pensó que allí conseguiría estabilizar su vida, pero pronto se dio cuenta de que era imposbile. “No había trabajo”. Entonces pensó en por qué no seguir subiendo. Y encontró a quien estuvo dispuesta a ayudarla pasándola en coche por la frontera del Tarajal. Le habían hablado de que, si llegaba a Ceuta, sería acogida como menor y no dudó. No tenía nada que perder. Aquí no sólo tuvo techo, ropa y comida, sino que ha aprendido castellano y ha cursado gracias al Fondo Social Europeo el programa ‘Reinserta’ a donde derivan a la mayoría de los menores de entre 16 y 18 años. Varios de ellos lo harán este año también. Madrid es su objetivo. “Tengo una amiga allí, y trabajaré de lo que sea, me da igual, sólo quiero poder trabajar”.
Ambas niñas comparten sueño. Buscarse la vida en la capital, si bien sus llegadas fueron diferentes. “Yo vine por el mar”, explica la otra moviendo sus manos en forma de olas. De su Eritrea natal, un pequeño país anglófono del Cuerno de África que a menudo es parte implicada en los duros enfrentamientos entre Somalia y Etiopía, cruzó el continente en compañía de una amiga hasta Rabat. En la capital marroquí estuvo dos años cuidando de la niña que su acompañante tenía con su marido hasta que, finalmente, éste le propuso ayudarla para que intentara alcanzar la península.  Lo hizo vía Tánger, acompañada en la balsa de desconocidos. “En el programa ‘Reinserta’ nos dan un dinero al mes, así que voy ahorrando para el día en que me tenga que marchar de aquí”, explica, “en Madrid cuidaré niños, limpiaré... lo que sea”.

Ansiosos por aprender
Dicen que los niños son como esponjas. Lo absorben todo en un tiempo récord. Y ellos, en el fondo, son niños. Todos tenemos un hermano, hijo, sobrino o vecino al que no imaginaríamos viajando de un país a otro, muchas veces a pie o haciendo autostop, atravesando zonas desérticas y durmiendo a la intemperie. ‘¿A dónde va, si aún es un niño?’, pensaríamos. Ellos también lo son, pero sus pensamientos no. Muchos han visto la guerra, a veces incluso la muerte, y la mayoría ha flirteado con la pobreza más absoluta. Saben perfectamene lo que no quieren. Y por eso arrancan de cero. La palabra ‘sobrevivir’ guió su vida, ahora han pasado de nivel y se rigen por ‘aprender y trabajar’.
Él viene de Benin y a pesar de sólo llevar cinco meses en Ceuta no sólo se desenvuelve en castellano, sino que se le ve feliz. Ha hecho buenas migas con todos, en especial con el futuro futbolista marfileño. La pasión por la música rige su vida y le está permitiendo integrarse mucho en la ciudad. Cada fin de semana acude a misa para cantar y tocar la guitarra, aunque también maneja la percusión. “Recuérdame que te traiga una guitarra que tengo en mi casa y no uso”, le dice el director, “así nos amenizas los desayunos”. Y él, encantado. Aspiraba a vivir de la música, por eso estuvo un año entero de país en país, buscando un hueco. De Benin a Níger, donde el amigo futbolista que le acompañaba consiguió un contrato y se separaron. Solo llegó a Argelia y finalmente a Marruecos, donde fue imposible conseguir trabajo. “Encontré a un pescador marroquí en Beliones al que ayudaba a pesar y a cambio me daba comida”, explica, “y me dijo que me quería ayudar, así que un día que con el barco de la familia iba a pasar a Ceuta, me vine con él hasta que me cogió la Policía”. Hijo de un militar muerto en combate, habla con su madre y su hermano por teléfono. “Están muy contentos por mí”.
No menos feliz de lo que debió sentirse la madre del congoleño del grupo cuando recibió noticias de su hijo hace pocas semanas. Después de varios años separados, parece que el reencuentro entre madre e hijo se podrá realizar no muy tarde. Seguramente no será en Kinshasa, capital congoleña de donde proceden, pero eso no importa ya. Francia, España... ¡qué más da! Quizás él ya sea electricista, el oficio que más le atrae, y se gane la vida en algún punto de la península. Atrás dejó a su tía. “Vivía con ella y ahora no sé nada de la hermana de mi madre”. Como en el caso de otros compañeros, la soledad le llevó a jugársela. Él lo hizo en un coche naranja, a través de la frontera. Cogió la oportunidad que se le ofertó y la jugada le ha salido bien. No hace falta preguntarle si está contento, derrama felicidad en cada sonrisa.
Más cuesta verle los dientes al último de nuestros tertulianos, un guineano que escapó de su país. “Hay muchos problemas políticos, es muy peligroso y huí sólo”. No tiene familia, un malí le ayudó en su aventura. Osadía que duró dos años y medio. Cuesta imaginarlo con 14 años, cuando todo empezó. Demasiado niño, demasiado miedo. Su sueño es ser informático, le apasionan los ordenadores. “No conozco a nadie en la península, así que me da igual ir a Málaga, a Madrid... donde pueda trabajar estaré bien”.

Respuestas
No tener nada que perder porque se está sólo en el mundo o, a pesar de tener familia, tomar conciencia de que en el lugar de origen no hay futuro son las dos respuestas principales. El cómo: cogiendo las manos amigas que uno se encuentra y echándole valentía en los momentos finales. Una miscelánea de historias diferentes pero iguales al mismo tiempo. Sí, sí, pero no nos han contando la historia del futuro Drogba, pensarán algunos. El engaño de un mánager que se quedó con el dinero de toda la familia y su pasaporte le llevó a estar sólo en Marruecos, en un limbo del que no podía salir. Querría haber vuelto a su país, pero sin pasaporte... al final se lanzó a la aventura y su sueño continúa en pie.

- ¿Volverías a Costa de Marfil?
- No... digo, sí, pero sólo de visita, en avión, para ver a mi familia.

 

Una familia que hoy cuenta con 35 hijos
“Yo no tenía padre y ahora ya tengo uno, Pedro”. Este hijo llegó en mayo, ya habla bastante bien castellano, pero sin duda esta es de las frases que con más claridad pronuncia. Y no es el único. Unas palabras que reflejan el sentir del total de nueve subsaharianos que le acompañan en la tertulia, pero también del resto de habitantes del Centro de Menores Mediterráneo. Hoy viernes son 35, una cifra que baila casi cada semana con nuevas incorporaciones o salidas. La última, la de un sirio que al cumplir los 18 ha pasado al CETI. Los 21 niños marroquíes (9 niñas y 12 niños) y 5 menores españoles completan una familia que se complementa a la perfección.

Demostrar que se es menor: un proceso complejo que determina su futuro inmediato en la ciudadEl Servicio de Clínica Forense de los Juzgados de la ciudad es el encargado de determinar la edad aproximada de los inmigrantes que al llegar a Ceuta declaran ser menores extranjeros no acompañados (MENA). Todo después de que éstos se realicen las radiografías pertinentes en el Hospital Universitario del Ingesa. Tal y como apuntan desde el servicio forense, a quienes se identifica como menor se les aplica los criterios contenidos en el ‘Atlas de Greulich-Pyle’ para la raza caucásica ya que no existe manual específico alguno para las dos restantes definidas por la Medicina Forense: negroide y mongloide. Un examen físico general, la valoración de los caracteres sexuales secundarios, la presencia de patologías que puedan retrasar la pubertad o adelantarla; la radiografía de la mano izquierda y del tercer molar (muela del juicio) sirven para determinar si se es menor.  Se trata de unos resultados muy fiables que muchas veces truncan las aspiraciones de algunos inmigrantes que, sabedores de que los mayores de edad obtienen una orden de expulsión, se hacen pasar por menores. Semanalmente se realizan, más o menos, dos pruebas de este tipo.

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