Trinidad Vinuesa es la vecina más antigua de la calle, donde reside desde 1934, y por este motivo recibió la placa de reconocimiento que hoy luce en la fachada del nº 8.
Antes subía los escalones brincando; casi 80 años más tarde, tiene que hacerlo sin despistarse. Ella es Trinidad Vinuesa Martín, la vecina más antigua, que no con más edad, de la calle Alfau. Recientemente recibió este reconocimiento en forma de lámina que ya luce en la fachada del nº 8, tras la correspondiente autorización del resto de inquilinos del inmueble, donde vive desde 1934.
“Siempre tuve esta ilusión”, confiesa; “¿pero de qué sirve un homenaje póstumo si no lo puedes disfrutar en vida? A mí me gusta verlo ahora”, bromea Trinidad sentada en el sofá, junto a sus gatas y bañada por la luz de la tarde, que se cuela por uno de los seis balcones de la vivienda.
Alberto Gallardo, con quien coincide por las mañanas en la cafetería El Puente, le regaló la placa después de conocer su deseo, el cual comentaba desde hacía tiempo con sus amigas a la hora del desayuno. “Ni una perra gorda tuve que poner”, añade con la vitalidad que la caracteriza.
La edad no rivaliza con las nuevas tecnologías y muestra de ello se encuentra en la “polémica surgida en Facebook” por la asignación de la placa, apunta. “Hay quien se pregunta qué he hecho yo para que la Ciudad me conceda este reconocimiento”, comenta Trinidad; “se equivocan porque no ha sido el Ayuntamiento, se trata de la iniciativa de un amigo. Y sí, he hecho algo: llevarme bien con todo el mundo”.
Sin embargo, esta vecina de Alfau es más que el título otorgado por su popularidad y simpatía. Es la memoria viva de una calle que fue la “segunda más importante de la ciudad después de la calle Real”. Lamenta que declaren esta vía como histórico-artística pero, por otro lado, estén derribando edificios. Admite que esta zona “ha perdido mucho” para pasar de una “zona señorial” a la situación en la que está hoy.
A pesar de que nació en la Rampa de Abastos, con 11 meses se trasladó con sus padres y tres hermanos mayores –Carmela, Pepe y Eduardo– a Alfau cuando su anterior “casa se quedó pequeña”. Antes, recuerda, los pisos libres se distinguían por un papel blanco que se colocaba en la ventana. Sus progenitores alquilaron primero la que se encuentra justo enfrente de su domicilio actual por 125 pesetas de principios del siglo XX, un “dineral”, reconoce la vecina.
“Entonces no había tantos problemas de vivienda como en la actualidad, y esta casa se quedó libre en seguida, así que nos mudamos. Aquí cumplí mi primer año”, narra Trinidad, sin olvidar quién vivía en cada número de Alfau, cada negocio que pasó por las plantas bajas, cada academia que abrieron. De su niñez recuerda el mar golpeando contra el muro de la Marina, que para ella es la carretera, donde jugaba al monte, las bolas o el balón, y que pasaba un coche “de higos a brevas”
Cuando se casó con su marido permanecieron en esta vivienda; entre esas paredes parió a sus dos hijas, Charo y Trini; y cada habitación conserva algún recuerdo de sus 80 años en Alfau. Una calle cuya evolución “pasa sin que te des ni cuenta”, como la vida misma.