Casi suplicar a otros partidos políticos, siempre oponentes, su auto-anulación para aunar las fuerzas de una misma ideología y hundir a la de la contraria es un acto cobarde, incoherente y opresor de la diversidad democrática. La táctica a través de la cual se pretende alcanzar aquel fin es comprensible y muy habitual de hecho, no obstante la obscenidad con la que se ha puesto en práctica esta vez ha sido lamentable. Principalmente porque los partidos políticos, aun dentro de una misma ideología, parten de unas líneas fuertemente enfrentadas. Si así no fuera, un solo partido, el que aspira a presentarse como único a los próximos comicios generales, concentraría las diferentes opciones izquierdistas de la ciudad a tiempo completo, no solo durante los meses previos a las elecciones.
Como es evidente si a los votantes de los partidos que van a dejar libre el paso les eliminan sus votos naturales estos van a redirigirse a la agrupación restante que comparta mínimamente la doctrina de aquellos. Una efectiva treta y aún más oscuro engaño, pues de aquella manera el voto quedaría conducido, no sería, en absoluto, un voto de pleno convencimiento, si así lo fuera no se vería necesario reducir las alternativas de izquierdas exclusivamente a una ya que esta contaría con el respaldo suficiente se enfrentara a quien se enfrentara. Este gesto colmado de cobardía delata, de paso, la escasa confianza que el partido tiene en el proyecto que está cimentando y en su efecto persuasivo, y por tanto trasluce la escasa confianza que merecen sus impulsores. A causa de todo esto (entre otras cosas) las elecciones se convierten en un mercadeo de tendencias superficiales, muy lejos de la pluralidad defendida cuando interesa, la pluralidad que permite hacer distinciones entre detalles que marcan las diferencias dentro de un mismo ideario y conceden plenitud a la democracia. Como ocurre casi siempre en situaciones parecidas dentro del mundo de la política, el problema no se centra en que una gran parte de los políticos se equivoque sino en que insista en el error mostrándose permanentemente propensa a hacerlo de la manera más miserable posible, la mayoría de las veces entendida como desafiante por la exhibición de un nulo sentido de la congruencia que parece ostentado adrede, fingido de forma procaz, como la actuación de un mal actor o, visto desde otra perspectiva, la obra de un pésimo dramaturgo.