Nuestro país continúa manteniendo unas costumbres y un rico folclore, en los que muchas veces los animales terminan masacrados y maltratados. Con demasiada frecuencia sabemos que existen actos infames en los que la locura colectiva se desata y se viste de tradición cultural. ¡Como si todas las tradiciones debieran conservarse!, hay costumbres crueles y profundamente estúpidas que no tienen porque perpetuarse solo por continuar con la tradición como si de ello dependiera la identidad de un colectivo determinado, menuda identidad si esta se relaciona con hechos execrables. La tradición de la caza está ampliamente extendida en nuestro país sin que todavía se haya realizado una reflexión pública sobre los problemas que conlleva su desbordado mantenimiento.
Está bien claro que la caza forma parte de la “eterna” mentalidad depredadora de nuestra especie y de nuestro acervo adaptativo, pero por mucho que se implore la razón biológica en relación al sentimiento atávico de la caza esto no nos debería llevar a aceptarlo sin más. Una caza realizada por la supervivencia tiene mucha más sustancia argumental pero también puede ser discutible si estamos poniendo en peligro una especie o un hábitat que sustenta a muchas otras criaturas; la belleza estética del animal y el gran valor vivencial y espiritual que nos infunde son argumentos de peso para dejar de cazar a una especie determinada y aprender a sobrevivir comiendo otro tipo de alimento, al fin y al cabo somos una especie muy versátil que ha sabido adaptarse a entornos ambientales muy difíciles y hostiles. Tampoco podemos olvidar que muchas veces somos pasto de nuestro gran desarrollo cerebral y que con demasiada frecuencia nos lleva a delirios fuera de la realidad; algunos pensadores como L. Munford han defendido siempre las desviaciones psicológicas humanas desde la etapa tribal, y ahora, más que nunca, las pulsiones mal controladas y con delirios de justificación continúan entre nosotros. La caza puede ser un ejemplo de estas obsesiones en nuestro tiempo, que arrastra a muchas mentes a perderse en el marasmo de la sinrazón. Pero los argumentos más utilizados para justificar la existencia de la caza en nuestros días de alteración de los hábitats y el peligro de extinción para muchas especies son otros. Los beneficios ambientales y económicos son utilizados a la hora de convencer sobre la conveniencia de continuar con las actividades cinegéticas ya que, según sus defensores, protege la naturaleza y genera riqueza, alimentando el consumo de sus propias actividades deportivas.
En fin, que gracias a la caza, según ellos, nuestro territorio natural contará con mejor salud ambiental y además se mejorará la economía de comarcas y pueblos que de otra forma no parece que pudieran prosperar. Conviene recordar para los objetivos conservacionistas y de revisión crítica sobre la caza que nuestro artículo persigue, la importancia de conocer cómo se originó el boom de las actividades cinegéticas en nuestro país, poniendo el ejemplo de la sierra de Andújar, sede de los últimos lobos de Sierra Morena. Según nos cuenta, a través del magnífico libro “Leocadio y los Lobos”, un pastor, ganadero y serreño de las mencionadas montañas de la provincia de Jaén, el señor Leocadio Rueda Checa, a finales de los años cincuenta, los terratenientes de esta zona, después de desmontar todo lo que pudieron para destrozar el monte en vías de la nueva industria del carbón y una vez caído su mercado, decidieron apostar por la caza mayor y empezar a aburrir a los trabajadores y supervivientes de la sierra para que la abandonaran. La estrategia estaba diseñada para dejar sitio a la nueva actividad de supuesta diversión en la naturaleza y sería mejor indicar con la naturaleza.
De esta forma comenzó el abandono de actividades en el medio forestal y también la desaparición de una cultura, de la que ya solo quedan rescoldos mal repartidos por la geografía ibérica. Como la codicia y la ambición son la guía de todos estos dislates cometidos en nombre de las tradiciones, los problemas de superpoblación que provocaban los ungulados encerrados en las vallas los mal solucionaron los lobos acorralando más fácilmente a sus presas por lo que fueron perseguidos implacablemente con cepos y venenos. A consecuencia de la disminución drástica de lobos hasta el borde de la extinción, los herbívoros acabaron hacinados en los cotos y morían como chinches de hambre y sed. Para colmo, la rarefacción del monte de cepa provocada por la explotación del carbón desvió la atención de los venados hacia las encinas y alcornoques para el desmogue incrementando la mortandad de tan importantes árboles del bosque mediterráneo. Con este ejemplo, no se pueden sentenciar rotundamente todas las formas de caza ni muchas de las sensibilidades que se acercan a esta actividad pero sí muestra un tipo de perfil de empresario cinegético que convenía describir por el daño que puede llegar a hacer en un territorio determinado. Desde la Federación de Ecologistas en Acción se ha desarrollado un estudio sobre la caza en España que merece ser leído con atención.
En estas líneas queremos resumir su mensaje de siete puntos que cuestionan las actividades cinegéticas en nuestro país: 1) la caza es matar animales por diversión o negocio, además de refugio de grandes fortunas y empresarios de dinero fácil; 2) muchas de sus formas no son compatibles con la conservación de la biodiversidad, como el uso de venenos o el control de predadores como el lobo; 3) la caza convierte a los cotos en granjas intensivas y campos de tiro que fomentan la sobrepoblación y la expansión de enfermedades, y si se producen sueltas provocan la contaminación genética y la propagación de especies invasoras de carácter cinegético; 4) la caza generalmente no sirve para gestionar fauna ni para controlar superpoblaciones, y en buena medida las fomenta con las sueltas intencionadas y la alimentación artificial; 5) limita los derechos de los ciudadanos pues muchas veces no se respetan las distancias de seguridad y se cortan caminos públicos y cauces; 6) la caza no favorece especialmente el desarrollo rural y sí que lo limita y perjudica a otras muchas actividades ya que el 80% del territorio forma parte de algún coto de caza; 7) muchos cazadores maltratan a sus animales, como prueban los 50.000 galgos abandonados y un número de ellos ahorcados por sus propios dueños o la gran cantidad de perros abandonados o fugados para escapar de las prisiones y malas condiciones de vida; además, a los perros y los gatos abandonados se les considera objeto de caza o captura mediante tiro o trampa. No voy a negar que la caza puede ser también una forma de cultivar afecto y amor por la naturaleza si se practica de manera sensible, se puede aprender mucho de los animales y la naturaleza practicando determinadas actividades cinegéticas, y esto equivale a admitir la existencia del cazador ilustrado que se dota de una nueva cultura de la caza relacionada con las respetuosas tradiciones ancestrales de la subsistencia. No dudo de que estas excepciones existan y espero que mi amigo Luís sea de esta estirpe, pero dadas las masas de delirantes decadentes que se lanzan escopeta en ristre para cazar algo que les calme el ansia o que les refuerza ante los demás, habría que plantearse una seria restricción de estas actividades para todos los que deseen practicarla sin más. Calmar las tensiones matando criatura inocentes y asombrosas no parece la mejor actividad para equilibrar nuestra psique.
En todo caso, existen otras alternativas deportivas y vivenciales en las que expandir nuestro espíritu sin necesidad de hacer daño y masacrar a otras seres vivos. En Ceuta, el pequeño territorio no invita a crear espacios cinegéticos de importancia comercial pero sin embargo existen para el divertimento de algunos. Siguiendo la tónica del resto del país hay uno en plena zona LIC de Calamocarro dónde con mucha frecuencia se observan jabalíes alimentados por los propios cazadores. Las infames matanzas de perros todavía están cercanas en el tiempo y las partidas de caza se ven de vez en cuando incluso alrededor de la muralla de la fortaleza del Monte Hacho poniendo en riesgo no solo a los desdichadas aves y mamíferos a los que van persiguiendo sino también a los caminantes despistados que transitan por esos caminos.
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