Colaboraciones

Una de ficción (o no)

El matemático y meteorólogo estadounidense Edward Norton Lorenz acuñó en 1972 una frase en forma de pregunta que ha logrado trascender las décadas y convertirse desde una película o un grupo musical en una sesuda reflexión politológica.

En el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) tuvo lugar la reunión anual de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (AAAS, siglas en inglés). Esta entidad sin ánimo de lucro, fundada en 1848, cuenta en la actualidad con 120.000 miembros y es la mayor sociedad científica mundial. Además de editar la prestigiosa revista Science, en sus estatutos consta que su propósito es “promover la cooperación entre los científicos, defender la libertad científica, fomentar la responsabilidad científica y apoyar la educación científica y la divulgación científica para el mejoramiento de toda la humanidad” (sic).

El caso es que el meteorólogo tuvo una destacada intervención en el citado foro. Para intentar explicar el comportamiento caótico de sistemas inestables como la meteorología, el norteamericano llevó a cabo una reflexión en torno a la predictibilidad meteorológica, en forma de pregunta dirigida al auditorio por carecer entonces de datos fiables: “¿El aleteo de una mariposa en Brasil puede hacer aparecer un tornado en Texas?”.

En un principio, Norton Lorenz quiso utilizar el ejemplo de “el aleteo de una gaviota” para su pregunta, pero lo cambió a sugerencia de unas colegas científicas de la prestigiosa AAAS. Esta sugerencia procedía seguramente del antiguo proverbio chino, más poético, que dice que “el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”. Según las especialistas, el dicho se refiere a una visión global de los acontecimientos en la que todos los hechos estarían relacionados y repercutirían los unos en los otros.

¿Locura científica de alguien que vive en su mundo, atrapado en una burbuja de irrealidad teórica? No tanto.

El profesor del afamado MIT estaba trabajando sobre las predicciones meteorológicas, programando cálculos en algunos ordenadores. En esa fase, introdujo el dato cifrado en 0,506127 cuando, en una reiteración de comprobación, volvió a insertar las cifras obtenidas anteriormente… pero esta vez redondeadas. Pasar de 0,506127 a 0,506 parecía algo insignificante, y Norton Lorenz redondeó a solo tres decimales, introduciendo la cifra 0,506 en la computadora.

La predicción con una proyección a dos meses vista no solo acabó arrojando cifras totalmente diferentes de las que se habían dado con anterioridad, sino que directamente se duplicaron de forma constante cada cuatro días hasta que los números originales acababan desapareciendo por completo en la mitad del segundo mes de predicción.

Según el propio profesor del MIT, “los errores se habían ido amplificando hasta dominar la solución. Dicho de otra forma: se trataba del caos”, en el más puro sentido que le dan las leyes físicas y matemáticas.

El docente universitario aseveraba, pues, que una ínfima intervención en algún punto del recorrido puede, en un tiempo, transformarse en un caos absoluto.

Y en esas estamos.

En esta ocasión, este H2SO4 quiere aventurarse en un ejercicio de política ficción… “o no”, como bien dice mi Gemelo. Si este Vitriolo resulta del todo fuera de cualquier realidad, a usted le tocará decidirlo, como de costumbre.

Tomando como punto de partida la creación de unas alteraciones que en sus inicios son inapreciables, se llega a un escenario final donde reina el máximo grado de confusión. Sin embargo, en realidad, y al contrario de un cajón de sastre en el que todo se amontona sin ton ni son, aquí las diversas acciones se ordenan perfectamente conforme a un minucioso esquema meticulosamente planeado para ello con anterioridad.

Esta situación se asemeja al estallido de un misil guiado por láser al que se le introducen una infinidad de cálculos realizados por ordenador para que, a cientos de kilómetros de su lanzamiento, impacte con una precisión extrema sobre su objetivo. ¿Con qué nos quedamos en esos casos? Obviamente con la explosión, el destrozo, los daños colaterales, los llantos y los cuerpos despedazados, pero nunca hacemos referencia a la tecnología y a los múltiples factores que han hecho posible que ese ingenio de muerte haga su deleznable trabajo.

Hecho el paralelismo, veamos hasta dónde nos conduce este desarrollo supuestamente teórico llevado a una práctica supuestamente simulada.

No hace falta ser un fino analista de política internacional para ver que las dos grandes potencias hegemónicas, tras el desconcierto de la caída del Muro de Berlín, han ido retomando sus tradicionales posiciones geoestratégicas en los últimos años, llegando incluso actualmente a un punto de luna de miel que incluso en el país que condenó a Al Capone no terminan de comprender. De hecho, los intereses personales y políticos del propio presidente de los Estados Unidos están tan imbricados con los de Rusia que podría terminar de costarle el sillón de la Casa Blanca.

Al margen de la pérdida del puesto, el destrozo que se debe estar causando en todo el sistema de inteligencia y de defensa norteamericano, así como el nivel de pérdida de confianza que se está generando en torno al Comandante en Jefe de los Estados Unidos deben ser brutales porque ¿quién se va a fiar de un presidente que le hace confidencias ultrasecretas a su homólogo del Kremlin, cuando además planea por encima de todo este estercolero un nauseabundo asunto de financiación oculta con dinero ruso de por medio?

Por su parte, China está centrándose en África, aunque ahora esté sumergida en un tira y afloja comercial con Trump & Cía. Solo una ciega no sería capaz de ver que tanto los Estados Unidos como Rusia llevan muchos años queriendo volver a partir el mundo en dos, como en “los buenos tiempos” de la Guerra Fría.

El problema es que entre el país del Empire State Building y el de las estepas siberianas se interpone una potencia que, poco a poco, se ha convertido en una unión de países que tiende a transformarse en los Estados Unidos de Europa, con ejército propio y zonas de influencia globales absolutas y no parceladas como hasta ahora.

En ambos imperios, la señal de alarma se activó hace tiempo: Europa era el amigo/enemigo que había que reducir a su mínima expresión. El objetivo era que dejara de tener personalidad propia y minarla antes de que la bandera azul con estrellas amarillas ondeara con la misma fuerza que la de las barras y estrellas y la tricolor roja, azul y blanca de la Federación Rusa.

Para ello se dieron pasos decididos y casi simultáneos.

Con el apoyo y la complicidad de Putin, Washington apretó el botón que abrió la caja de pandora británica, sacando a las políticas ultraliberales a la trinchera parlamentaria de la Cámara de los Comunes, liquidando a todas las moderadas de derechas.


Por su parte, Moscú movió sus tropas para anexionarse Crimea ante la tibia condena de una comunidad internacional que no suele querer problemas y que siempre prefiere mirar para otro lado.

Con su movimiento, Putin había logrado dos cosas: enviar el mensaje que el nuevo zar era todopoderoso y hacerles entender a los antiguos países de la órbita comunista que el oso ruso estaba más vivo que nunca, y a las demás naciones que jamás había dejado de mirar hacia el lado occidental del Mar del Norte y su petróleo. Dentro de los acuerdos secretos estaba estipulado que, llegado el momento, Washington miraría para otro lado… hacia Latinoamérica, por ejemplo.

Entretanto, en la isla que con tanta bravura resistió a Hitler, los mensajes neopopulistas de corte racista y ultranacionalista (¿fascista?) lograron hacerse un hueco entre una población desorientada y manipulada. Voceando falsedades como que, sin la pertenencia a la UE, el Reino Unido lograría ahorrar mucho dinero o arropándose en su Unión Jack como gran argumento, convencieron a una población cansada de tanto marketing político de que el Brexit era la única solución para lograr el paraíso sobre la tierra.

Desconectada del resto de Europa, Gran Bretaña se echaba en los armados brazos de los Estados Unidos con todo lo que ello conlleva.

[Conviene anotar al respecto que el pasado miércoles, 20 de noviembre, en un debate electoral televisivo, las laboristas advirtieron de la intención de las conservadoras de venderles a compañías de la sanidad privada norteamericana todo el sistema de salud británico.]

Estos asesinatos sociales se están realizando con el apoyo tácito de una Rusia cada vez más hermanada con Trump y que, como en una historia digna de Tom Clancy, está siendo la verdadera mano que mece la cuna con una paciencia y una constancia a prueba de bomba.

La URSS desapareció, pero los tentáculos del poder han sabido reciclarse y reforzarse.

Evidentemente, la siempre reivindicativa Escocia no estaba de acuerdo con esa ruptura y al día siguiente estableció lazos diplomáticos, comerciales y de amistad recíproca con Bruselas. Inmediatamente, Rusia, Estados Unidos y, evidentemente, el Reino Unido condenaron duramente esos acuerdos calificándolos de “papel mojado” y de “provocación intolerable”.

Dos días después, el país con más reservas de crudo de la zona europea convocaba un referéndum para aprobar la autonomía de Escocia con respecto al Reino Unido, un plebiscito que las escocesas refrendaron positivamente en un 90%.

A pesar de las amenazas de Londres, de las advertencias cargadas de intención de Rusia afirmando que nunca reconocería la República de Escocia y de los exabruptos norteamericanos, las escocesas siguieron adelante con su proceso de integración en la Unión Europea.

Tras “el viaje de la última oportunidad” del ministro de Asuntos Exteriores británico intentando sin éxito reconducir la situación, la escalada de la tensión siguió ganando enteros.

Lo inevitable estaba llegando a un punto de no retorno. Y llegó.

El Reino Unido declaró Escocia en estado de rebeldía y ordenó a los carros de combate de Su Majestad entrar en Edimburgo.

De pronto, el orden internacional había cambiado.

Atada por los acuerdos firmados, la Unión no tuvo más remedio que movilizar sus tropas para ayudar a sus hermanas escocesas a liberarse de la bota opresora británica ante la feroz oposición de todos los partidos ultranacionalistas del viejo continente, algunos previamente financiados por Moscú, que defendían una política de no intervención digna de otros tiempos en los que los países europeos se negaron a ayudar a la República española.

Mientras Bruselas se proponía intervenir y Estados Unidos se mantenía en alerta máxima, Rusia decidió avanzar hacia las antiguas posesiones soviéticas cuyos parlamentos habían adoptado una deriva populista y descaradamente prorrusa, abogando por una nueva Confederación de Países del Este.

En mitad de esa tesitura, Europa tenía que elegir: o defender su territorio y los países miembros cada vez menos miembros, o socorrer a una Escocia que se desangraba mientras el Kremlin reactivaba su flota en el Mar del Norte para ayudar a Gran Bretaña, que pedía ayuda a quien quisiera prestársela.

Las horas se volvían eternas ante la inminencia de la Tercera Guerra Mundial, en la que la Unión Europea volvería a ser el campo de batalla…

Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero esta pseudoficción vitriólica debería hacernos reflexionar a todas.

Deberíamos analizar el interés que tienen, más allá de los Urales, en inundar de dinero a los partidos intolerantes europeos y plantearnos por qué el ideólogo del neofascismo norteamericano, Steve Bannon, asesora al mismo tiempo a todas las formaciones próximas a las tesis de Marine Le Pen o de Salvini, entre otras.

¿A nadie le resulta curioso que, de pronto, las enemigas irreconciliables del Oeste y del Este tengan intereses tan íntimamente comunes como para trabajar juntas?

¿Es que nadie cae en la cuenta de que la existencia de unos Estados Unidos de Europa que exporten Derechos Humanos es un peligro potencial para las dictadoras?

¿Es que nadie es capaz de ver que la Doctrina del Shock que diseñó el norteamericano Milton Friedman, amigo personal de Reagan, Pinochet y Thatcher, defiende el libre mercado, la nula intervención del Estado y las mismas regulaciones que antes de la Gran Depresión y que eso nos lleva a una pérdida total de derechos sociales y a una práctica esclavitud?

¿Es que nadie ve que esto significa la privatización de absolutamente todo o, dicho de otra forma, que estamos camino de volver a un sistema feudal… pero más sofisticado y, por tanto, más peligroso?

¿Es que de verdad nadie percibe la manipulación extrema a la que estamos sometidas, para que acatemos todos los cambios que están llegando, los mismos que nos encadenarán brazos y mente por mucho tiempo?

Quizás sea bueno pensar que sí, que es cierto, que efectivamente el aleteo de unas mariposas en unos oscuros despachos de Washington o Moscú pueden provocar un devastador huracán en Europa. Solo hay que querer verlo de una manera diferente a como las vacas miran pasar el tren.

Y si, por esos azares de la vida, tiende a pensar que Escocia está muy lejos, le aconsejamos que relea el Vitriolo “JAQUE MATE”, quizás le ayude en su reflexión.

No, las casualidades no existen en geopolítica, como tampoco puede serlo que la crisis del Brexit coincida con la de Cataluña, algo que parece interesar muy mucho a Rusia.

¿Paranoia? Mientras se estaba redactando este H2SO4, el diario El País del día 21 de noviembre publicaba la siguiente información: “El juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón ha abierto una investigación que mantiene secreta sobre las supuestas actividades en Cataluña durante el procés de un grupo ligado a los servicios de inteligencia rusos, según confirman tres fuentes a EL PAÍS. Las pesquisas han sido encargadas a la Comisaría General de Información de la Policía Nacional, especializada en la lucha antiterrorista. La investigación se centra en un grupo militar de élite denominado Unidad 29155, a la que los servicios de inteligencia de varios países vinculan con supuestas maniobras de desestabilización en Europa.

La paranoia la va midiendo usted misma.

Este H2SO4 probablemente será tildado de agorero, catastrofista, exagerado, alarmista, insensato, vacío de sensatez, imposible o tan simplemente de imbécil.

De todas formas, si de verdad esto le recuerda a una mala y barata novela de espionaje, probablemente tenga razón porque, al fin y al cabo, todo lo narrado aquí es solo una Ficción vitriólica… o no.

De nuevo, nada más que añadir, Señoría.

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