El enfrentamiento entre el delegado del Gobierno y el presidente de la Ciudad, ambos del PP, es una obviedad. A pesar del ímprobo esfuerzo que se hace de uno y otro lado por disimularlo, con la única intención de no escenificar una división que todos los expertos coinciden en dictaminar como potente factor de merma electoral. Sin embargo, sería un error situarlo en el ámbito de lo personal. Este radical distanciamiento tiene una lectura política de enorme profundidad e importancia para nuestra ciudad, en función de la posición hegemónica que ocupa este partido político.
Como casi todo lo que sucede en la vida pública de Ceuta, el discurso político del PP también gira en torno al modo en que se concibe y aborda el proceso de construcción intercultural. Aunque siga habiendo muchas personas interesadas en restar importancia a esta cuestión (por diversas vías), la realidad deja muy pocas rendijas para escapar intelectualmente ileso de esta controversia social.
En el PP anida, de un modo más ostensible y consistente, la corriente de opinión (muy extendida y patente en casi todas las formaciones políticas) que pretende mantener, como definición, una sociedad estratificada, en la que el colectivo musulmán ocupe siempre una posición subordinada. Se ofenden si se les llama racistas, porque ellos “no se oponen” a convivir con los musulmanes; pero cada cual en su esfera, todos debidamente clasificados, y sin alterar la jerarquía de poder. Son los que integran la marea del “miedo a la invasión”. Su estrategia política (devenida en obsesión) se fundamenta en “frenar cuantitativa y cualitativamente” la imparable presencia de musulmanes en todos los órdenes de la vida de Ceuta. Por todos los medios posibles. Sin reparar en las consecuencia.
La Delegación del Gobierno lidera este movimiento tan irracional como suicida. De esa fuente ideológica emanan todas sus decisiones. Caballas es su enemigo natural. Quienes encarnan la interculturalidad como único principio posible para edificar la Ceuta del futuro, se convierten en el centro de su particular diana. No podrían soportar el triunfo de Caballas, que sería tanto como el certificado de defunción de su putrefacto pensamiento. De ahí el “todo vale contra Caballas”. Desde potenciar el transfuguismo, o apoyar al PSOE, hasta incluso, dañar intencionadamente al presidente de la Ciudad, al que no dudan en calificar de “traidor”. Para “los halcones”, Vivas es un impostor que no comulga con las ideas genuinas del PP, pero al que tienen que soportar por su tirón electoral. La forma de segar la hierba bajo los pies a su propio presidente es difundir, sibilinamente en unos casos y manipulando abiertamente en otros, que Vivas tiene un pacto con Caballas. Una mentira evidente, pero que puede germinar fácilmente en mentes blandas, poco formadas, o escasamente críticas.
El problema es que esta delirante tesis se imponga definitivamente en el seno del PP, como consecuencia de la nula predisposición de Vivas a los enfrentamientos dialécticos (no forma parte de su personalidad). Porque esta manera de pensar es, sencillamente, suicida. Parte de una premisa radicalmente falsa. Los musulmanes no están en Ceuta, son parte consustancial de ella.