Poder cubrir el trayecto Ceuta-Málaga (o el inverso) en 35 minutos, evitando la carretera, el barco, las esperas y las molestias, es magnífico. Gozar de la visión a vista de pájaro de la costa malagueña, del Estrecho, de la ciudad ceutí y de su entorno, es estupendo. Pero un par de detalles pueden amargar el viaje. El primero es el precio: 137 euros por vuelo. Pero si uno ha decidido no reparar en gastos, aspira a obtener un asiento más o menos cómodo y un vuelo sin sobresaltos. Así fue para mí en el viaje desde Málaga. Pero en el de vuelta (1 de octubre, a las 18.35) me indicaron que ocupara los últimos asientos disponibles. Éstos se situaban perpendiculares a los demás, mirando al costado del aparato, carecían de respaldos en condiciones, y se debía acceder a ellos pisando la caja exterior donde se transportan los equipajes con la ayuda de una escalera de aluminio de tres escalones. Todo ello sin respetar mi edad (mis 70 años los llevo bien, pero algo se notan) ni el hecho de que me ayudo de un bastón para caminar. Igual trato recibió mi compañera de viaje, un poco más joven y más ágil que yo, pero que debió soportar la misma humillante situación y la misma incomodidad de su asiento que, desde luego, no era más barato que los demás.
Por supuesto, ninguno de los dos pilotos comprendió mi arrebato de indignación al tomar tierra ni fueron capaces de pedir unas sencillas disculpas.