Categorías: Carta al director

Un salto al vacío y una reflexión

Otra vez la parca en la escuela, otra vez luto, llanto y una vida interrumpida. Hace unos días una pequeña de 16 años moría, y lo hacía como le debiera estar prohibido por los dioses a vidas tan jóvenes. El suicidio no es cosa de niños. La crueldad tampoco.

No es fácil disculpar a un menor de sus adultas atrocidades, sin embargo, es un joven. No es fácil tan siquiera imaginar el sufrimiento de los que se duelen irremediablemente por la injusta pérdida. Es fácil arremeter, yo lo hago, contra el menor asesino, contra el menor acosador, contra el menor cruel, y es un niño. Eso es lo que hace especialmente violento este suceso, que es entre jóvenes. Sin embargo, no es suficiente con expresar nuestra rabia, nuestra impotencia y nuestro pésame. El impacto ante una noticia así te sacude aún cuando eres docente y la escuela es tu mundo. Desde un punto de vista integral, debemos ver la violencia y la inseguridad como un comportamiento que tiene su reflejo en la sociedad. Nuestro mundo, el real, el adulto, está viviendo una fragmentación de los valores sociales que tiene su reflejo entre los más jóvenes. De otra parte, la primaria y fundamental educación familiar a veces escasea y nuestra sociedad se conforma con el sucedáneo que podamos ofrecer en colegios e institutos. El desinterés de algunos padres y madres en la educación de sus hijos debería conllevar responsabilidades civiles. Es un discurso intocable para los políticos pero es un discurso justo para los que encaramos toda una vida la dura labor de educar a nuestros hijos. No se puede establecer un análisis de la violencia en los centros escolares sin pasar de lo escolar a lo social, de lo colectivo a lo familiar. La cifra de acoso escolar en nuestro país es alarmante, una maldad con la que se convive con demasiada normalidad. La violencia entre iguales no consigue disminuir sus negras cifras a pesar de los esfuerzos que se realizan en los institutos cada curso escolar. Son numerosas las actuaciones llevadas a cabo por profesores, por organismos locales o gubernamentales.Todos estamos atentos, es nuestro trabajo, todos estamos sensibilizados, es nuestro trabajo, todos vigilamos para que nada ocurra, se escucha, se habla, se media. La resolución de conflictos se ha convertido en materia obligatoria para todos los docentes. No hay impunidad en los centros. Pero la crueldad suele tener piernas largas, lenguas largas y se esconde en el miedo del otro. Ahora se debate y se esgrimen responsabilidades, ¿Incumplió el director? ¿No respondió el Servicio de Inspección Educativa? ¿Los profesores no estuvieron a la altura? Desconozco la realidad concreta de lo sucedido pero conozco nuestra realidad. El tema está en manos de la justicia, una justicia menor por tratarse de un menor, y eso ni consuela ni convence. Ya está servido el debate. Pero lo peligroso de esta situación es que mientras haya investigación no habrá reflexión y es urgentemente necesaria. ¿En qué se han convertido nuestros institutos? ¿Son realmente espacios para la educación, el diálogo, la amabilidad? ¿Lo son siempre? ¿Lo son para todos? Los centros de secundaria conviven con el conflicto desde que abren sus puertas y lo hacen porque se diseñaron no como espacios para la convivencia, sino como centros de recogida masificada de jóvenes para su educación y formación. La mayoría de los institutos de nuestro país cuentan con un número de alumnado muy por encima de lo educativamente razonable, y la masificación de los centros tiene siempre repercusiones negativas. El instituto Ciudad de Jaén tiene unos 1.200 alumnos. Unos institutos desbordados, unas aulas masificadas, unos espacios insuficientes no son el ambiente físico ideal para educar a los jóvenes. Son más bien caldo de cultivo de la crispación, las riñas y las disputas. Los gobernantes de este país, que tan poca importancia han dado a la educación, también debieran hacer su ejercicio de reflexión ante la muerte de esta alumna y ante cada hecho delictivo en los institutos. La sabia niña Mafalda dice que lo ideal sería tener el cerebro en el pecho y el corazón en la cabeza y, así, amaríamos con sabiduría y pensaríamos con amor. ¿Qué pasaría si de repente un gobierno comprendiera que la educación hay que respetarla como sagrada? ¿Y si de repente un gobierno entendiera que tienen que favorecer la convivencia en los centros con cifras razonables de alumnos? ¿Qué sucedería si empezáramos a construir centros educativos? ¿Y si en vez del concepto de la masificación manejaran el concepto de la socialización a la hora de construirlos? ¿Cómo sería nuestra educación si alguna vez alguien se preocupara por ella? Tal vez ese acosador no habría tenido las piernas tan largas ni Arancha tanto miedo.

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