Opinión

Un peregrinar

Malos tiempos para la raigambre de los sentimientos. Como diría el pensador: “la vida ha devenido en arte mecánica y visceral”. Cada vez hay menos sitio para el alma, y la capacidad de sentir puede ser signo de debilidad. Nos remontamos a los primeros tiempos de mi enfermedad. Sobrepasado por los efectos del haloperidol, el merenil y el litio, me presenté, desorientado, al padre Albino, en el colegio San Agustín. “Padre, he descubierto mi destino”- dije con la lengua emplastada. “Me gustaría ser seminarista de la orden”. Entonces, el padre Albino, sin inmutarse, aleluyó: “Basilio, la vida es un peregrinar…” En realidad quería decirme que lo primero era recuperarme, seguir la senda de la recuperación. También me instruyó en la relatividad del todo, ya que él mismo acababa de sufrir un accidente que casi le cuesta la vida, y encontró significado el día que pudo volver a lavarse la cara con agua fresca. Seguí atento cuando me hizo entrever que no hiciera caso de la cultura del éxito, que la vida es una circunstancia intermedia, un rito de paso, una preparación, y que el Padre estaría contento conmigo si lograba llegar a ser una persona honesta. De todas formas, se tomó la molestia de explicarme el plan de estudios para ser fraile agustino. Según recuerdo, tras un encierro de un año en La Vid, Burgos, dos años de filosofía, y cuatro años de Teología. Menuda mística. Menudo silencio. Para finalizar, me hizo esperar un par de minutos y me entregó un ejemplar de las “Confesiones”, de San Agustín, pues él pensaba que me podría servir de ayuda. (Me gusta el lenguaje de los frailes agustinos, entre el humor castellano y el consejo benefactor). De hecho, si el consejo es bueno, éste va creciendo en tu interior, echa raíces, te acompaña en el tránsito, y puede condicionar tu filosofía, o forma de ver las cosas. Así sucedió al cabo de dos años. Sobrepasado por los kilos de más, estropeado el tiroides, y con las arterias al borde del colapso, tomé una decisión que habría de cambiar mi sino: comencé a dar vueltas por el Monte Hacho. Mi referencia diaria era salir a caminar subiendo por el Recinto, y no era extraño que cubriera dos vueltas seguidas. Comprobado: no hay mejor terapia que hacer sudar la frente. Con una aceleración constante, mi mente trabajaba en dos sentidos. Por un lado, repasaba todos los episodios de mi experiencia vital contrarios a la pureza original, con el ánimo del que salda una deuda. Por otro lado, establecía una conexión ancestral con la madre naturaleza; un cordón umbilical que me proporcionaba el conocimiento necesario como para emprender la aventura de la escritura. Estaba conectado con el espíritu de los primeros pensadores atomistas, quienes forjaron su saber con la simple observación, sin una tradición que los influyera. Por todo esto, pienso que la metáfora de la vida como camino se queda corta. Como diría el padre Albino, la vida es un peregrinar hacia el conocimiento, hacia la pureza original, hasta fundirse con la esencia de las estrellas. Poco tiempo después, me enteré que el padre Albino nos había dejado.

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