Por un instante el tiempo parece retroceder, las secuencias se suceden a cámara lenta, teñidas del gris de las fotografías antiguas. Los conductores bajan del auto, con la cabeza alta, el orgullo henchido, la mirada febril y, en seguida, la avenida Alcalde Sánchez-Prado se llena de curiosos, nativos y foráneos, jóvenes y mayores, hombres y mujeres, para apreciar cada uno de los vehículos antiguos congregados.
Se trata de una reunión de amigos organizada por la Asociación Vehículo de Época de Ceuta, compuesta por “un puñado de enamorados de estas reliquias”, tal y como indica José María Morillas, el presidente. “Recuerdo que al principio muchos de estos coches estaban en un lamentable estado, pero después de una labor de años, de muchoesfuerzo, dedicación y dinero invertido el resultado merece la pena”.
De cuando en cuando, se toma un respiro, silencia el discurso para observar con deleite su coche, un Mercedes, modelo 170 V, de color verde y blanco, una pieza de museo que data de 1939. “De museo pero también de carretera, porque los paseos con el coche no los perdono”. No obstante, el trayecto no alcanzará Madrid, la ciudad donde Morillas adquirió el bólido, porque “meter estos coches en el barco es arriesgarse a que le den un golpe”.
Estacionada en el acerado, se confunde con un monumento de la ciudad, con una estatua amasada por manos de artista, con un mobiliario urbano emblemático. Pero la nube blanca que se suspende en el aire al arrancar la delata: se trata de una BMW R-25 “más viva que nunca”, dice Jorge, su propietario. Con las piezas extraídas de otras motos, fue reconstruyendo el puzzle: “primero compré el chásis, luego detallitos y piezas para el motor”. Señala la batería con seis voltios, el espejo plateado -el único que tiene-, las ruedas. ¿Es un problema el dinero? “Claro que las piezas son de coste elevado, muchas vienen de Alemania, de Estados Unidos, de países lejanos y además son elementos que ya no se fabrican y la exclusividad se paga”.
A menudo, las tradiciones y las pasiones familiares encuentran continuidad en las nuevas generaciones. ¿Ocurre lo mismo con los pasatiempos poco frecuentes? “Mira allí, aquellos son mis dos hijos, Pepe y Alberto y esos son sus coches”. El dedo que señala, la voz que habla pertenece a Pepe Mora, “el del Jaguar, el del Studebaker”, el primero, de ocho cilindros en línea, de 1972, el segundo, de seis cilindros en línea, del treinta y cinco. Denomina la pasión por los automóviles antiguos como “el virus del óxido”, una enfermedad que a Mora le sobrevino en edad bisoña: “Fue restaurar una bici JAC y sentir emoción; luego puse bonito un Alfa Romeo y un Mini”.
Ahora Pepe Mora se dispone a dar una vuelta por la Ciudad “para que todos tengan la suerte de contemplar estas obras de arte”. Arrancan los automóvles, serpentean las motos y toman la Gran Vía hacia abajo, dirección Paseo Marítimo, entre vítores y bocas abiertas de admiración.