Muchas veces en la vida sentimos la necesidad de echarnos al camino, de vivir una aventura, de adentrarnos en lo desconocido; tener una experiencia que nos saque de la rutina que son los días. Necesitamos amar, sentirnos vivos.
Es esta una sociedad muy competitiva para nosotros, sus componentes. Por eso, cuando caemos en el stress, la ansiedad, o la apatía, es necesario un cambio de aires. Ocurre que hay muchas cosas por hacer, y el ritmo vertiginoso nos impide descansar lo suficiente.
Ese cambiar de aires ha de hacerse sin perjuicio, pues ese ansia por disfrutar de la vida puede volverse en contra nuestro. Esto puede sucederle, sobre todo, a los jóvenes, quienes tienen poco bagaje y muchas ganas de divertirse.
Como es lógico, necesitamos disfrutar de la vida, dar rienda suelta a los deseos, y “permitirnos el lujo” de hacer amigos, de esos que no te abandonan y que no te llevan por caminos torcidos.
A tal efecto, el consejo, la palabra adecuada, es de por sí un útil instrumento para aleccionar a los demás sobre aquello que vivimos; como alerta de algo que puede ocurrir, y es mejor remediarlo antes de lo inevitable.
Con el paso del tiempo, mi voz se hizo la voz de la experiencia. Sucedió que, a pesar de mi edad, nunca me había divertido, ya que siempre me encontraba estudiando. La juventud vivía en mí cuando mi vida cambió de repente: apareció la enfermedad mental.
Ocurrió que empecé a fumar, y a recuperar, sin saberlo, todo aquello que pasó desapercibido, quizá por timidez. O por miedo, que tengo muchos; como lo es el temor a que me achaquen actos poco decorosos.
En el fondo, me dejaba llevar por la inquietud. Bailaba en las discotecas, paseaba con amigos...Lo que hace un joven con 18 años yo empecé a vivirlo con 26 en adelante.
De mi experiencia aprendí que la vida es nuestra maestra, y que había que ir por ella aprendiendo, tanto lo bueno como lo malo; y siempre con cautela.
Digo esto último, porque, a veces, las modas nos hacen vivir de espaldas a la realidad. Es una forma de hipocresía seguir una moda con la que no nos identificamos, simplemente por el hecho de estar en “onda”.
Es en la adolescencia, por regla general, donde se dan este tipo de actitudes y aptitudes ante la vida. Si algún día yo tuviera un hijo, le diría que la vida es un largo viaje; que se dejara aconsejar por mí, ya que ha de saber que no todo acaba en la juventud, sino que hay que alcanzar la madurez.
Llegará el día en que echemos la vista atrás, y nos enfrentemos a nuestros errores. Recordaremos, y con los recuerdos aprenderemos.
¡Qué decir! La vida es bella; merece la pena vivir. Tenemos que ser felices, y encontrar nuestro lugar.
Creo que lo que digo sería bueno para aquél que se inicia en la edad. En la juventud hay que poner toda la carne en el asador: a la par que divertirse es aconsejable el estudio, la preparación para el futuro que se acerca.
Yo te aseguro, lector que lees, que, como dice el místico, tu corazón se ensanchará al sentir los renglones torcidos de Dios. Quizá pasemos por etapas difíciles, pero al final el corazón se nos llenará de amor por la vida y sus devenires.
Terminaré con un dicho: “Si amas, haz lo que quieras; la paciencia todo lo alcanza; todo dolor se pasa; Dios no se muda; quien a Dios tiene nada le falta; solo Dios basta”.