Un cuerpo muerto solo es eso, un cuerpo muerto. Da igual que esté en una playa paradisíaca a las doce de la mañana, porque tiene las cuencas ciegas y la piel arrugada sin que sienta la caricia del sol, ni el graznido de las gaviotas. No somos reyes -ni emigrantes ilegales- cuando caemos en barra libre, cuerpos inertes que buscan la nada. No me engañen con patrañas de que el otro lado es mejor, porque los universos paralelos son literatura fantástica mientras vemos a un subsahariano -boca arriba- custodiado por dos nacionales. Nadie tiene la culpa y todos la tenemos, pero no queremos darnos cuenta hasta que los titulares sensacionalistas nos invaden las retinas, inflamándonos de odio. Todos somos racistas, no se me rallen. Estamos en una sociedad bien puesta, que acoge con brazos abiertos llenos de pulseras de concertinas.
Queremos el bien universal, pero no pagarlo con nuestros impuestos. Eso, los que lo queremos. La mayoría lo único que quiere es gozar hasta que el cuerpo aguante. No es mal lema, ya se lo digo. Porque para lo que nos queda, lo mejor es vivir a gusto y sin problemas que si dispensaran pentobarbital iban a estar las farmacias llenas. La vida es una travesía larga y complicada con Estrechos llenos de piratas emboscados, traficantes de carne morena y arios -hijos de semíticos y árabes- dándoles la paliza.
Todos somos amalgama, pudridero de ilusiones, carne de carnaza que descorazonarán los verdugos del tiempo para asentarnos en sillitas gemelas( idénticas en su pulcritud y ninguneidad) dándonos en embudos de comer como a los patos del foie gras.
Da igual acabar ahogado con los pulmones llenos de agua del Estrecho que en una cama de hospital con tubos por mordaza. El cuerpo muerto no se queja, sí el humano que lo envaina hasta la muerte. Ése pelea hasta que se ahoga y sufre e implora a sus dioses celestiales, que le hacen el mismo caso que a los familiares del terminal cuando rezan para que se lo lleve la muerte y no sufra más. Somos a imagen y semejanza de desquiciados que experimentaron con el ADN y les salió esto que no es sino tiburones en barrica de roble para hacer caldo sangriento. Somos violentos y exterminadores, plastificadores de todo el planeta y ,sin embargo, los amos de Monnalisas y Pirámides que no son más que piedra tallada por manos eslavas, llenas de llagas y desesperación. Cada monumento de piedra no es más que visión pasada de barbaridades y victorias parciales, escondedoras de derrotas aparejadoras de muertes y sufrimientos. Cada imperio oleada de guerra, cada paso por el Estrecho muerte asegurada. Llevaba hasta los zapatos puestos, porque ni nadó, ni resistió el embate de las olas. Se hundió como piedra de río en ese mar azul y gélido que dominan -pertrechadas en su sarcasmo- las mismas gaviotas que gustarían de saciarse con sus ojos, si las dejaran. Lo mismo por eso están mirándolo con tristeza los nacionales que embutidos en uniforme laboral y botas marciales disimulan el dolor de pies y lo mucho que sudan en malos ratos el cargo. Éste será uno de ellos porque no es de gusto ver las esperanzas desangrarse en la arena. Arena de playa que condena la vida, con la soledad de los muertos, las tumbas anónimas y los familiares rotos por la ausencia. Un cuerpo muerto es mucho más que un cuerpo muerto. Es una certeza, una amargura, un desprendimiento; Una soledad y una visión en el tiempo, porque todos seremos algún día cuerpos muertos. Todos, los que escribimos y también los que leemos. El camino es lo que nos diferencia. El miedo en los pantalones mojados, el pelo roído por el viento y el mar que nunca se sacia de cuerpos nuevos. Esperando está, como siempre ha estado, como siempre estará; Ahora ahogado- él también- en plásticos enormes que se ven desde lejos y en las micropartículas que lo están matando a poco que se disuelvan. Qué imbéciles podemos llegar a ser, estos cuerpos que un día estarán muertos. Qué desgraciadamente idiotas. Qué perfectamente incrustados en nuestro propio mundo endogámico y lascivo, hecho de consumismo y quejas.