No es cuestión de fe al fin y al cabo. En ambos credos , cristiano y musulmán, Abraham iba a sacrificar a su hijo y finalmente un cordero le sustituye. En su casa siempre le han enseñado la tradición musulmana y Meriem, que vive con su marido, su hermana pequeña y sus tres hijos, siempre quiso seguir adelante con las costumbres y las festividades de su credo, Más ahora que sus padres ya no viven. Poco podía imaginar que terminaría casada con un cristiano y que ambos celebrarían la Pascua del Sacrificio junto a sus hijos. Uno de ellos, con pena por ver matar al animal pero que acompaña a su madre a la carpa para sacrificar el borrego que espera desde el día anterior para ser protagonista de la fiesta.
Les ha costado 160 euros. A esto se une el gasto extra de la fiesta “y eso que somos pocos en casa”. Lo tienen claro: gastan más, “pero también disfrutamos el doble” y saben que a sus hijos les van a dar la libertad de elegir la confesión que más les guste cuando sean mayores y capaces de razonar por sí mismos. “La base es el respeto, disfrutar de las tradiciones de cada uno y a partir de ahí, los niños que apuesten por lo que ellos quieran sin nadie imponerles nada”, explican.
Ni Mariem pensaba que se iba a casar con un cristiano, ni Miguel Ángel con una musulmana. Con cariño y respeto no existen diferencias. “Yo prefiero no ver al animal que me da mucha pena. Hasta si veo una gallina no me la como. Pero me gusta que mi mujer disfrute de todo ésto y se lo transmita a nuestros hijos”, explica Miguel Ángel momentos antes de que ella junto a los tres niños y su hermana, se dirijan a la carpa con los cuchillos y los cubos para sacrificar al borrego, limpiarlo, destriparlo y convertirlo en pinchitos. Éste año no hay colegio por primera vez. Los niños están contentos y dicen que lo mejor es cuando cortan la cabeza al cordero y la queman para que luego se haga cuscús. Les da pena pero “nos gusta”, explican.
A su lado, la madre dice que “esto si que es un sacrificio. Es mucho trabajo, pero merece la pena”. Tras el rezo, es de las primeras que aguarda en la carpa para que el matarife sacrifique su animal. Más de tres horas de trabajo y vuelta a casa para preparar con esmero los pinchitos.
Primero las vísceras. Después le toca el turno al resto de la carne del animal. Cebolla, perejil, especias y mucha paciencia para disfrutar juntos de una fiesta muy especial “en la que nos acordamos de los seres queridos que ya no están con nosotros pero seguimos disfrutando porque la vida continúa”.
Ahora tiene a su propia familia, pero hubo años en que estaba sola y aún así, compraba un borrego aunque fuera muy pequeño y celebraba la fiesta. “Para mi es especial y no quiero que se pierda. Aunque he trabajado el día anterior y trabajo mañana, me he levantado a las cinco de la mañana, he hecho el pan, preparado muchas cosas y me gusta hacerlo, no me cuesta trabajo porque lo hago para que todos disfruten y sepan que es un día especial y debemos de dar gracias a Dios por estar juntos y felices”.