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Los últimos de Filipinas

Por Jesús María Guzmán Villaverde
10/03/2025 - 04:25
Iglesia de San Luis de Tolosa (Baler).

Iglesia de San Luis de Tolosa (Baler).

Imágenes cedidas

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Han transcurrido ciento veintisiete años de aquel hecho sucedido en tierras filipinas con la heroica supervivencia de unos hombres que sufrieron un asedio durante trescientos treinta y siete días, fechas comprendidas entre el treinta de junio de 1898 al 2 de junio de 1899 en el interior de la iglesia de San Luis de Tolosa en la localidad de Baler. Esta es su pequeña historia, recuerdo para las generaciones venideras.

Baler, situada en la isla de Luzón, enclavada en la provincia de Nueva Ecija con una población de dos mil habitantes, contaba con una guarnición compuesta por un cabo y cuatro guardias civiles, a la postre fuerza insuficiente para los hechos que se avecinaban.

Debido a la situación de insurrección que se vivía y al contrabando de armas existente en aquella zona, el comandante político-militar, Capitán don Antonio López Irizarri, hizo gestiones para que se destinase un destacamento al pueblo con el objeto de reforzar la vigilancia de todas sus playas. Fruto de aquellas gestiones fue la llegada de cincuenta hombres del Batallón Expedicionario de Cazadores núm. 2 al mando del teniente don José Mota el día veintiuno de septiembre de 1897.

En la noche del 4 al 5 de octubre, el destacamento fue atacado por sorpresa por numerosos insurrectos y, al no haberse tomado precauciones al haberse situado la unidad en varios puntos, sufria la baja de diez hombres. Debido a esta situación, el teniente Mota se suicidó.

Un relevo fue enviado al mando del Capitán don Jesús Roldán, sufriendo dos muertos y quince heridos, siendo liberados por una columna de socorro de cuatrocientos infantes al mando del comandante de Infantería don Juan Génova. La columna de socorro regresaría a Manila junto a la compañía del capitán Roldán, con oficiales y clases, con la excepción de 50 hombres que, junto con dos oficiales, quedaron en Baler.

A bordo del vapor "Compañía de Filipinas", llegaba el día doce de febrero de 1898 el Capitán de Infantería Enrique de Las Morenas y Fossi, nombrado gobernador civil de la provincia y los 2º Tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo con una fuerza de cuatro cabos, un corneta y cuarenta y cinco soldados pertenecientes al Batallón de Cazadores nº 2 así como el Teniente médico Provisional Rogelio Vigil de Quiñones y Alfaro, con tres sanitarios, un cabo un sanitario español y otro filipino (que desertaría más tarde) con una enfermería móvil dotada de diez camas y el párroco Fray Cándido Gómez Carreño.

Se transportaban 400 raciones para una misión prevista con una duración de cuatro meses.

Durante una patrulla rutinaria los hombres al mando del teniente Cerezo caen en una emboscada con insurgentes filipinos, comandados por Teodorico Novicio Luna el treinta de junio de 1898, por lo que se refugian en la iglesia donde se atrincherarían y almacenarían los víveres y municiones, abriendo un pozo de agua.

La base de la alimentación era el arroz descascarillado, de tipo "Pelay", autóctono de la zona, que había sido vendido a los defensores, algunos de los cuales sufrirían de

beriberi (enfermedad causada por la carencia de vitamina B1 que afectaba al sistema nervioso y cardiovascular), la cual causó muchas bajas. En aquel entonces, se desconocía que la cascarilla del arroz contenía la vitamina B1 que podría haber prevenido la enfermedad, Vigil de Quiñones hizo construir una pequeña huerta próxima a la iglesia, donde se plantaría pimientos, tomates y calabazas silvestres, pero no pudo evitar que a causa de la enfermedad fallecieran además de algunos soldados, el Capitán de las Morenas, el Capellán Fray Gómez Carreño y el teniente Alonso Zayas. Todos ellos fueron enterrados en la propia iglesia.

A la llegada de la Navidad, para aumentar la moral de los defensores, festejaron la Nochebuena con un improvisado concierto de villancicos y una "cena", a base de habichuelas picadas revueltas con arroz en manteca rancia, y como postre, un plato de calabazas endulzadas y café de puchero.

El catorce de enero de 1899, los filipinos solicitan parlamentar, el teniente Martín Cerezo acude a la torre de la iglesia, observando un hombre que portaba bandera blanca, identificándose como el Capitán Miguel de Olmedo Calvo, afirmando traer noticias del Capitán General. Su deseo era entregar un documento personalmente al Capitán de las Morenas, pero Martín Cerezo no quiso dar a conocer el fallecimiento del jefe del Destacamento, respondiéndole que él le entregaría personalmente el documento, accediendo a ello el parlamentario.

El texto decía: "Habiéndose firmado el Tratado de Paz entre España y los EE.UU. y habiendo sido cedida la soberanía de estas Islas a la última nación citada, se servirá Ud. evacuar la plaza, trayéndose el armamento, municiones y las arcas del tesoro, ciñéndose a las instrucciones verbales que de mi orden le dará el Capitán de Infantería D. Miguel de Olmedo Calvo. Dios guarde a Ud. muchos años. Manila, 1 de febrero de 1899. Diego de los Ríos''.

Debido al estado psicológico en el que se encontraban, aquel texto produjo más desconfianza que esperanza pues figuraba la frase "las arcas del tesoro", o que el texto no llevaba la numeración oficial alguna que todo documento clasificado debe de llevar o la pregunta que le hizo el parlamentario, si era el Capitán de las Morenas el jefe del

Destacamento afirmando que había sido compañero suyo en la Academia Militar. Estas dudas fueron comentadas con el médico, haciéndose caso omiso del documento.

Monumento a los héroes de Baler

Después de siete meses de encierro, se intensificaba el agotamiento físico y moral desconociéndose el final de los defensores, comenzando a producirse las primeras deserciones, seis españoles y dos indígenas.

Son detenidos y juzgados algunos defensores, entre ellos el cabo Vicente González Toca y el soldado Antonio Menache Sánchez, antes de desertar frente al enemigo. Fueron juzgados de acuerdo con el Código de Justicia Militar por el delito de cobardía o deserción ante el enemigo, siendo declarados culpables y fusilados el día uno de junio.

Mientras continuaban los intentos de asalto de los filipinos con el empleo del cañón de 75 m/m que no produjo grandes daños gracias a los gruesos muros de la iglesia. Doscientos ochenta y dos días de sitio, los ataques eran cada vez más violentos intentando incluso incendiar la iglesia.

Un cabo, José Olivares Conejero, junto a catorce soldados salieron a los exteriores de la iglesia, en busca de alimentos, consiguiendo requisar víveres frescos, al haberse agotado las últimas reservas, lo que permitió mejorar a los enfermos durante algunos días.

En abril de 1899, la ofensiva de los rebeldes para asaltar e incendiar la iglesia y acabar de una vez por todas con la resistencia del destacamento se prolongaría durante todo el mes, consiguiendo aguantar los ataques causando bajas a los atacantes.

El día doce alcanzaba la bahía de Baler el cañonero USS Yorktown al mando del capitán Charles S. Sperry con intención de evacuar al destacamento español. Habían transcurrido cuatro meses desde la firma en París del tratado de paz entre España y Estados Unidos y dos meses desde los norteamericanos habían mostrado sus intenciones de colonizar Filipinas, entrando en guerra contra la recién nacida república de Filipinas. Así los tagalos tendieron una emboscada a los marines, al mando del teniente Gilmore y 15 hombres, causándoles la baja de 3 muertos y cuatro heridos, mientras que el resto huyó del lugar para regresar al buque.

Desde la iglesia, situada a un kilómetro de la playa, oyeron tiroteos, gritos y algún cañonazo. Pensaron que, por fin, iban a ser liberados la euforia se convirtió en una tremenda decepción al ver que aquel barco se alejaba de la costa… Cundía, de nuevo, la desolación, el hambre y la oscuridad entre esas cuatro paredes rodeadas de trincheras improvisadas, teniendo el teniente Martín Cerezo que elevarles el ánimo para que no cayeran en el pánico. Desde ese momento los ataques tagalos fueron diarios con intención de agotar a los sitiados. Solo el hambre podría hacer que se rindieran, pero no por el ánimo que los defensores llevaban a cabo.

A finales del mes de mayo de 1899, el combate llegaba hasta las mismas paredes de la iglesia, siendo rechazados en una lucha cuerpo a cuerpo, dejando tras de sí el enemigo muerto y algunos heridos teniendo que retirarse a sus posiciones. La Bandera española, seguía ondeando sobre el campanario de la iglesia otro mes y medio más.

Pocos días después, el veintiocho de mayo, a bordo del vapor Uranus un nuevo parlamentario llegaba hasta la iglesia, identificándose como el teniente coronel Cristobal Aguilar Castañeda, perteneciente al Estado Mayor del General de los Ríos junto un lote de periódicos españoles que les dejó a la puerta de la iglesia. Algunos detalles hicieron dudar a Martín Cerezo de la autenticidad del nuevo parlamentario: su raro uniforme, pocos documentos de acreditación e incluso el barco visible en la ensenada, que aseguraba era para repatriarlos, pensando que era un lanchón tagalo enmascarado como un barco real.

Sin poder acreditar los argumentos del Teniente Coronel Aguilar, aburrido, se retiraba sin antes decirle: "¡Pero hombre! ¿Qué tengo que hacer para que Ud. me crea, espera que venga el General Ríos en persona?" A ellos le contestó el teniente: "Si viniera, entonces sí que obedecería las órdenes".

Martín Cerezo, al ojear los periódicos que le había dejado el teniente coronel Aguilar, encontró una noticia que le sorprendió. En ella decía que su amigo y compañero el teniente Francisco Díaz Navarro pasaba destinado a Málaga a petición propia. Esta noticia se la había contado el propio Díaz Navarro. Según se expresaría el mismo Martín Cerezo, "Aquella noticia fue como un rayo de luz que lo iluminara de súbito".

Reunió a la tropa, relatándoles cuál era realmente la situación real proponiéndoles una capitulación honrosa, sin perder la dignidad y el honor depositado en ellos por España sin menoscabo del orgullo del uniforme. Los defensores respondieron que hiciera lo que mejor y ante el asombro de los atacantes, al toque de atención y llamada, izaron en lo alto de la iglesia la bandera blanca.

Hizo acto de presencia el jefe de las fuerzas sitiadoras, teniente coronel Simón Tersón, que escuchó a Martín Cerezo respondiéndole que formulase por escrito su propuesta rendición, indicándole que podrían salir conservando sus armas hasta el límite de su jurisdicción y que luego renunciarían a ellas.

Supervivientes de El Baler

El escrito que entregó el teniente Martín Cerezo decía: "En Baler a 2 de junio de 1899, reunidos jefes y oficiales españoles y filipinos, transigieron en las siguientes condiciones:

Primera: Desde esta fecha quedan suspendidas las hostilidades por ambas partes.

Segunda: los sitiados deponen las armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también de los equipos de guerra y demás efectos del gobierno español;

Tercera: La fuerza sitiada no queda como prisionera de guerra, siendo acompañada por las fuerzas republicanas a donde se encuentren fuerzas españolas o lugar seguro para poderse incorporar a ellas;

Cuarta: Respetar los intereses particulares sin causar ofensa a personas".

Y así, se dio fin a 337 días de asedio en el "Sitio de Baler".

Una vez arriada la Bandera, el corneta tocó atención saliendo del reducto. Los tenientes Martín Cerezo y Vigil de Quiñones enarbolando la Bandera Española encabezaban una formación de soldados de tres en fondo y con las armas sobre el hombro mientras le hacían pasillo los soldados filipinos que en posición de firmes, observaban asombrados e incrédulos aquella fuerza que había soportado tal asedio.

Una vez repuestos del agotamiento y con la ayuda de los filipinos que cumplieron fielmente su compromiso, el teniente Martín Cerezo y sus hombres viajaron a Manila, llegando a Manila el seis de julio de 1899.

Al pasar por el cuartel general del presidente filipino Emilio Aguinaldo, este les dio alojamiento y algunos obsequios, pero lo que más agradeció el Teniente Martín Cerezo, fue la entrega de un periódico en el que se publicaba el relato de la defensa de los españoles y el Decreto, en un artículo único, que decía:

"Habiéndose hecho acreedora a la admiración del mundo de las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, la constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanza de auxilio alguno, han defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los sentimientos del ejército de esta República, que bizarramente les ha combatido; a propuesta de mi secretario de Guerra, y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente:

Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos; y en su consecuencia, se les proveerá, por la Capitanía General, de los pases necesarios para que puedan regresar a su país. Dado en Tarlak a 30 de Junio de 1899.= El Presidente de la República, Emilio Aguinaldo.= El Secretario de Guerra, Ambrosio Flores".

En Manila la comisión española los alojó en el Palacio de Santa Potenciana, antigua Capitanía General. En una de las recepciones, el teniente Martín Cerezo recibió el saludo del teniente coronel Aguilar que en broma le dijo: "Y ahora, ¿me reconoce Ud.?". A lo que contestó el teniente "Si, señor. Y más me hubiera valido haberlo hecho entonces".

Por fin, el veintinueve de julio 1899 embarcaron en el vapor "Alicante" llegando a Barcelona el 1 de septiembre, siendo recibidos por las autoridades civiles y militares.

Los llamados "Los últimos de Filipinas" lo componían un teniente, un teniente médico, dos Cabos, un corneta y veintiocho soldados.

Así terminó la gesta, que cerraba el fin de un Imperio de cuatrocientos años de duración.

Aunque el recibimiento fue efusivo, tuvo que soportar un interrogatorio por su actuación, durante el cual, la pregunta más repetida era:

¿Por qué no obedeció Ud. las órdenes de rendición que recibía por parte del Capitán General? A ello contestaba el oficial con un contundente: "Siempre creí que eran falsas y nunca pensé que el ejército español se rindiera".

Con motivo de la visita que realizó el teniente General Muñoz Grandes como ministro del Ejército al Pentágono en 1954, el General Ridway, jefe de Estado Mayor del Ejército, recordando el heroísmo de la guarnición de Baler dijo: "La resistencia de aquella guarnición inerme y destrozada, es un ejemplo admirable de la capacidad de heroísmo y de la fuerza, de las condiciones del soldado español". Añadiendo así mismo que recomendaba a sus oficiales la lectura de la hazaña como símbolo de un gran espíritu.

Todos los componentes de esta fuerza fueron distinguidos con recompensas, ascensos y pensiones vitalicias destacando por Resolución de la Reina Regente de la concesión de la Cruz de Segunda Clase de la Real y Militar Orden de San Fernando al Capitán D. Enrique de Las Morenas y Fossi por Real Orden de cinco de marzo de 1901 (Diario Oficial del Ministerio de la Guerra núm. 51) y al teniente D. Saturnino Martin Cerezo por Real Orden de once de julio de 1901 (Diario Oficial del Ministerio de la Guerra núm. 150) y la concesión de la Cruz de Plata del Merito Militar con distintivo Rojo por Real Orden de veintiocho de septiembre de 1899 (Diario Oficial del Ministerio de la Guerra núm. 215) a todos los supervivientes.

Esta es la Historia de un grupo de hombres que dejaron en al alto el pabellón del Ejército Español, una más a lo largo de los Siglos.

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