Opinión

La túnica de Neso

Nos cuenta Sófocles en Las Traquinias que Hércules, llegado un día a la ribera del río Eveno, pidió al centauro Neso que ayudase a su esposa Deyanira a alcanzar la otra orilla. El héroe, que cruza el río nadando, observa desde el otro lado cómo el centauro, aprovechando la ocasión, intenta violar a su mujer. Con una flecha certera, untada con el veneno de la Hidra de Lerna, atraviesa el corazón de Neso, pero éste antes de morir urde su venganza. Regala a Deyanira su túnica -untada previamente con una mezcla de la sangre y el semen del centauro- haciéndole creer que su esposo le será siempre fiel si hace que se envuelva en ella.

Cuando así lo hace, la tela se adhiere a él de tal modo que su cuerpo comienza a arder lenta y dolorosamente, siendo imposible separarla del cuerpo sin desprender la piel y dejar los huesos al descubierto. Llegada la muerte, Hércules pide a su hijo que prenda una pira y se arroja sobre ella. Deyanira, desesperada al saber que había provocado su muerte sin desearlo, se suicida ahorcándose.

En la actualidad, utilizamos la expresión “la Túnica de Neso” para referirnos a un dolor moral que nos devora y del que vanamente podemos huir.

En la última década, el número estimado de niños muertos como resultado de la guerra es de unos 10 millones.

En las más de 30 guerras que se desarrollan en la actualidad en los cinco continentes, niños y niñas están siendo asesinados, mutilados, reclutados como soldados, violados, casados a la fuerza y explotados sexualmente.

Un informe reciente de Unicef recoge datos escalofriantes. En estos últimos años, se han producido 266.000 violaciones graves contra la infancia, más de 104.000 niños muertos o mutilados en conflictos armados, 93.000 niños y niñas reclutados y utilizados por partes en conflicto y 13.900 ataques contra escuelas y hospitales.

Save de Children estima que 230 millones de niños sufren actualmente las consecuencias de una contienda bélica y según Amnistía Internacional, 300.000 menores de edad están participando actualmente en ellas, en más de 30 países –el 40% de los combatientes son niñas desde los siete años de edad-, haciendo de mensajeros, porteadores, espías, desminando campos, siendo explotados sexualmente o manejando armamento y explosivos.

Alrededor de 25 artículos de la Convención de Ginebra y sus protocolos adicionales hacen referencia a los niños que sufren las consecuencias de conflictos armados. En ellos se incluyen normas sobre el acceso a la educación, a la alimentación y a la atención médica, y se establecen medidas contra la pena de muerte, la detención, la separación de sus familias y la participación en hostilidades.

Los Derechos del Niño, recogidos por todas las organizaciones internacionales y ratificados en todo el mundo, son plenamente aplicables durante los enfrentamientos armados. Sin embargo, se producen 45 violaciones de sus derechos al día.

En Ucrania, según fuentes de Unicef, más de 1000 niños y niñas han muerto o han resultado heridos desde el comienzo de la guerra.

Save The Children estima que en el conflicto Israel-Hamas un niño muere cada 15 minutos en Gaza, una región que sufre 17 años de bloqueo y violencia extrema y en la que alrededor del 40 % de su población –aproximadamente un millón de personas- son niños y niñas menores de 14 años. De las más de 4.500 víctimas que contabiliza esta organización en la franja de Gaza -alrededor de 7.000 según el Ministerio de Salud de Gaza- el 70 % son menores.

Israel no ha confirmado aún las cifras de víctimas infantiles, aunque las informaciones sugieren que existe un número importante de niños israelíes muertos o secuestrados y llevados a Gaza como rehenes.

Nos horroriza comprobar cómo se producen, desde todas las partes en conflicto, ataques contra civiles y contra instalaciones sanitarias y religiosas que no hacen sino incrementar diariamente estas cifras hasta niveles insoportables.

Una guerra ayer, otra hoy, otra mañana. Y así hasta el final de los tiempos, porque la guerra está en la naturaleza del hombre, y en la del niño la de sufrir sus consecuencias.

¿Podrá desprenderse algún día el ser humano de esta “Túnica de Neso” que le devora?

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