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Tres libros de poesía para reparar el alma

La poesía está en desuso. Completamente en serio. Por eso, Óscar Franco Concepción (2000) ha tenido las agallas de titular con el adjetivo ‘sempiterno’ una trilogía poética que se compone de cuarenta poemas en cada volumen. Así, aunque pueda resultar reiterativo, la primera pretensión de Franco Concepción es hacerse eterno porque, como define la Real Academia Española, ‘sempiterno’ es aquello que durará siempre; que, habiendo tenido principio, no tendrá fin.
Sin embargo, la mayor gloria de esta trilogía, de Sempiterno, según su propio autor es que “la he escrito en dos semanas. Es sorprendente, no sólo para quien me lea sino para mí mismo, porque he estado un tiempo sin escribir. Y porque todos tenemos malas rachas ”.
Al principio, podría parecer que Franco Concepción no es más que un aficionado a hacer versos y sacarlos por la impresora de su casa como si no hubiera un mañana. Que no es poco. El ejercicio de las artes debería merecer el respeto de toda la ciudadanía. Sin embargo, este joven escritor tiene conceptos tan claros como que “la poesía me ha salvado”. Una afirmación de ese calibre explicaría el motivo por el cual los artistas son más prolijos en los peores momentos de sus vidas. Porque el único asidero para sobrevivir, a pesar de todo, sigue siendo alguna de esas artes que los hacen libres.
No es de extrañar que un mundo tan herrumbroso haya quien sienta su alma rescatada a través de la música, las letras, el cine, la fotografía, la arquitectura o cualquier otra destreza capaz de transmitir las virtudes de manera habilidosa.
Su ópera prima Y la tinta se hizo verso vio la luz como lo hacen hoy día casi todas las cosas importantes: en digital. Amazon facilitó aquella tarea. Publicó su primer trabajo con quince años.
“Sientes tanto dolor, sientes tanto en general, que piensas que debes sacarlo. Pero no en un modo cualquiera sino beneficiosa para mí”. Estas palabras del autor describen su propio estilo, intimista, personal, donde se expone en el disparadero del público.
La madurez de Franco Concepción está en sus palabras, en su hablar pausado, en la certeza de lo que dice sin afirmarlo con rotundidad. No se permite consejos a nadie, habla solo sobre sí mismo, con la única intención de entregarse. “Hay que excavar en uno mismo. Conocerse para después poder exportarlo a los demás y les llegue de manera punzante, para que puedan sentirlo por ellos mismos”.
Algunos de sus mejores versos son capaces de recoger la contrariedad de quien vive con la conciencia de saber qué es lo importante. En las cuatro palabras que componen “Paraíso de los suburbios”, Franco Concepción comprime ese lugar “que todos tenemos que nadie tiene por qué conocer”.
Sus textos son cortos, directos y certeros, a caballo entre los aforismos y las meditaciones de Marco Aurelio. En cada uno de esos poemas se recoge una pequeña exégesis que el lector agradecerá por la sencillez de su comprensión. Como ocurre en el caso de un poema de cuatro versos que dice “Pensar en el pasado/¿de qué sirve?/si solo me cercioro/que soy un espíritu olvidado”.
La métrica libre o la catarata de palabras que suponen tres libros de golpe no constituyen ningún obstáculo para leer a Franco Concepción. Corazón negro, Latido en llamas y Sempiterno son el resultado de la de verdad quien estaba hundido y sale a flote. Sin expectativas ni convencimientos. “Mi mayor fan es mi abuela”. Con eso se basta a sí mismo para sentirse satisfecho por todo lo escrito.
Únicamente, se permite una concesión: “si debo elegir un escritor primordial, debe ser un poeta. Edgar Allan Poe”. Por la obligación de pensar. Lo sabe: “leer poesía no es fácil. La poesía no está hecha para todo el mundo”.

Poemas de amor y unos versos a su guitarra

Sin duda, uno de los poemas más sorprendente de Franco Concepción es que le dedica a su guitarra. Unos versos que el autor explica con delicadeza. Esbelta figura de ligaduras
que al acariciar da vida
rozo tu cuerpo con mis dedos
y nace en mí un sentimiento. Juego con el gemir de tu esfera
creando melodía bella
sujeto tu espalda y centellea
y tu torso y tan solo relampaguea. Despierta el alma de poeta
con simples instantes bajo luna llena
y tú apoyada en mi costado, mi cintura; surgiendo en mí ansia, gula
sin mañana pues perduras
música nace y en mi cura. 

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