Categorías: Opinión

Tratado hispano-marroquí de 1767

Escribo este artículo por alusiones, para corresponder a la generosidad que ha tenido conmigo Francisco Olivencia, brillante ex parlamentario nacional, ilustre Abogado ceutí y magnífico colaborador de El Faro de Ceuta , que el pasado 24 de mayo me citaba en su artículo titulado “Una página de nuestra Historia”, publicado en la página 6, en cuyo penúltimo párrafo decía al comentar una anécdota del Tratado hispano-marroquí de 1767: “Creo que esta curiosa página de nuestra historia (…) es poco conocida en las dos ciudades por ella concernidas, aunque recuerdo que, al menos, ese gran estudioso que se llama Antonio Guerra la rozó en uno de los interesantes artículos que publica en El Faro”. Y, como es de bien nacido ser agradecido, pues deseo transmitir al Sr. Olivencia mi reconocimiento y profunda gratitud por el hecho de que por segunda vez ya me haya aludido favorablemente en sus artículos de El Faro.

Por mi parte, sólo manifestar que soy un simple aficionado que creo tener con él algunas afinidades y que por eso también le sigo con especial atención, habida cuenta de su objetividad y su enorme conocimiento de todo lo relacionado con Ceuta. Sobre todo, admiro de él el enorme cariño que destilan sus artículos hacia la ciudad. En eso, reconozco que tiene la ventaja sobre mí de haber nacido en la españolísima Ceuta, aun cuando mis 27 años residiendo durante las tres veces que a ella vine voluntario, pues es lo que de alguna forma hace que también me sienta ya un poco “caballa” y que me interese vivamente por la apasionada historia de la ciudad y hasta que le tenga mucho cariño como si fuera mi segunda tierra, pues no en vano en ella formé mi primer hogar de casado y en ella nacieron mis hijos. Y si bien mi solar querido de origen es Extremadura, de cuyas raíces me siento muy orgulloso, precisamente por eso no tengo más remedio que comprender y valorar muy favorablemente que también él quiera tanto a su Ceuta. Y, efectivamente, la invocación que él refiere que hizo el monarca marroquí a Dios para que Ceuta y Melilla fueran españolas o marroquíes, según quien las ganara cuando el Sultán de Marruecos Sidi Mohamed ben Abdallah las sitió y atacó en 1774 la recojo tanto en un artículo publicado en El Faro de Ceuta el 13-10-2005 como también en la página 78 de mi libro “Ceuta pasado y presente” que en 2009 me editó el Instituto de Estudios Ceutíes; y, por si fuera de algún interés histórico para la ciudad, la frase fue la siguiente: “Ceuta y Melilla no son ni de España ni de Marruecos, sino de Dios, que las daría a quien las ganara”. Pero después, ante la imposibilidad de conquistarlas, dicho sultán terminó por pedir la paz y retirarse de aquella contienda, firmando el Acuerdo de 1785 sobre límites de ambas ciudades con Marruecos, en cuyos artículos 14 y 25 se reconocía la soberanía española, y en el artículo 15 se recoge, firmado por dicho monarca marroquí, lo siguiente: “Si los ataques contra las plazas (de Ceuta y Melilla) continuaran, como sería no sólo contrario a la justicia contra las consideraciones debidas a S.M. Católica, que no debe soportar ni tolerarlos cuando sus propias plazas podrían por sí mismas poner orden…”. Es decir, que si al iniciar la guerra contra ambas ciudades con su invocación a Dios aceptaba tácitamente que serían de quien las ganara; luego tras haber pedido la paz y haberse retirado de las mismas, pues de forma expresa y en un documento bilateral con fuerza de obligar, reconocía y firmaba la españolidad y plena soberanía de España sobre Ceuta y Melilla, que, por lo demás, está igualmente así reconocido y firmado por Marruecos en otros numeroso Acuerdos y Tratados tanto bilaterales como internacionales, tal como también tengo expuesto como hechos históricos en numerosos artículos y en el mismo libro. Es de resaltar que el Tratado de 1767, se negoció y firmó habiendo partido la iniciativa del propio Sultán Sidi Mohamed, que envió al rey Carlos III de España una carta fechada el 14-04-1765, a través del Gobernador de Ceuta, en la que solicitaba celebrar conversaciones de paz y amistad. Informado Carlos III, nombró a fray Bartolomé Girón de la Concepción, un religioso encargado de rescatar a cautivos españoles y que hablaba el árabe, por lo que fue comisionado a tal fin a Marruecos. El 29-05-1766 el religioso regresó a Algeciras acompañado del Secretario del Sultán, Ahmete El Gazel, secretario del Sultán y persona con gran influencia en la Corte marroquí, que procedía de una familia morisca andalusí asentada en Fez; iba acompañado de dos familiares y varios dignatarios menores, que el 21 de agosto incluso llegaron a entrevistarse en Madrid con el rey español. Mantuvo también conversaciones con el marqués de Grimaldi y elaboraron un primer borrador. Regresaron a Marruecos el 25 de septiembre, ahora acompañado del famoso marino español Jorge Juan en calidad de embajador. La comitiva llegó a Tetuán el 20-01-1767, y el 16-05-1767 Jorge Juan fue recibido por el Sultán, que le prometió concederle “cuanto tuviera en su pecho”. El 28 de mayo Jorge Juan confirmó por carta a Grimaldi que el Tratado estaba finalizado y firmado en nombre de los dos monarcas. El 17 de junio salió para Mogador y desde allí para Cádiz. El acuerdo favorecía a ambos países, a Argelia y a todo el Norte de África. La inmediata consecuencia fue la creación del primer consulado español en Marruecos, que brevemente sería ocupado por Jorge Juan, sucediéndole luego Manuel Salmón. Se instaló en Larache, con tres vice-consulados en Tetuán, Tánger y Mogador, y únicamente dejó de funcionar durante un breve período a raíz del cerco a Melilla 1774-1775, pasando después el Consulado a Tánger. En el acuerdo se convino también la marcación de los límites de Ceuta, cuyo jalonamiento quedaría bajo la dirección del Alcalde de Tetuán, Acher, por el lado marroquí, y de un Ingeniero militar por parte de España. Creo que es poco conocido en Ceuta que por parte española jugó un papel muy destacado en las negociaciones un antiguo soldado español nacido en la ciudad, llamado Francisco Pacheco, que había caído cautivo por los marroquíes hacía muchos años y seguía preso en Tetuán, hablaba perfectamente el árabe y tenía un profundo conocimiento de la realidad de Marruecos en aquella época, aunque no leía ni escribía el idioma árabe, pero en las conversaciones orales al máximo nivel fue él quien ayudó a lograr el entendimiento entre las dos partes, al hablar perfectamente árabe y español. Era una persona ya mayor que había sido capturado siendo un simple soldado. Si bien, en principio hubo ciertas reticencias para admitirlo como intérprete en las conversaciones, dado que del lado marroquí hubo quienes objetaron que la presencia de un nivel tan bajo en las negociaciones desdecía del decoro diplomático que debían tener; pero el hecho de la escasez de intérpretes de árabe-español en aquella época y el posible empeño de fray Bartolomé Girón hicieron que las mismas se desvanecieran, sin que luego fuera obstáculo conseguir el acuerdo que, por otro lado, estaba dirigido por otras personas con la suficiente categoría y relevancia diplomática como Jorge Juan y Grimaldi. El ceutí Pacheco, tanto en Fez como en Madrid, tradujo las conversaciones al más alto nivel, incluso en presencia de ambos monarcas, marroquí y español. Cada vez que tenía que hacer escala en Ceuta vía Madrid, Francisco Pacheco visitaba siempre a su familia, que continuaba viviendo en la ciudad, habiendo luego resultado ser un eficiente intérprete que prestó excelentes servicios a tal fin. Consecuencia de las negociaciones fue liberado y le concedieron un puesto de intérprete de árabe en Ceuta y su ascenso militar. Pero el problema surgió cuando a poco de la firma del Tratado, el 9-12-1767, Marruecos puso cerco a Melilla de la forma más inesperada y exabrupta, que para mayor inri estaba dirigido por el propio Sultán. El sitio fue mantenido hasta el 19-03-1775 y sus efectos fueron terribles, ya que gran parte de la ciudad fue reducida a ruinas. España elevó la correspondiente protesta por incumplimiento del Tratado, toda vez que, apenas recién firmado, Marruecos había desencadenado las hostilidades contra la ciudad hermana; y, por si fuera poco, los marroquíes se oponían al inicio de los trabajos de la Comisión de Límites para el trazado de los de Ceuta alegando como excusa que el artículo 1º del Tratado, según su texto, se refería a la paz únicamente a implantar “por mar”, pero no “por tierra”, entendiendo que el mismo no era aplicable a lo que Marruecos siempre llamó “los presidios” (Ceuta y Melilla); y ese mismo pretexto alegaban también para justificar el cerco a Melilla. Y a ello vino a sumarse el hecho de que en 1790 falleció el sultán Sidi Mohamed, sucediéndole su hijo El Yazid, que igualmente puso cerco a Ceuta. Tal serie de problemas surgidos hizo que el Tratado quedara vacío de contenido y desprovisto de la efectividad de lo acordado. España protestó enérgicamente a Marruecos, acusándole de traicionar lo pactado, en tanto en cuanto el texto concertado consistía en establecer la paz tanto “por mar” como “por tierra”. Los marroquíes insistieron en que eso no era lo que constaba en su texto y pidieron que España les enviara el suyo para poder confrontarlo. Enviado el texto de español se pudo comprobar que no había ninguna duda, que el acuerdo de paz comprendía tanto “por tierra” como “por mar”, tal como fehacientemente constaba en ambos documentos. Entonces a Marruecos no se le ocurrió otra cosa que acusar a España de haber falsificado el texto, con lo que la situación se hizo extremadamente tensa. Un alto dignatario de la Corte marroquí, sin duda bien informado, pero refiriendo de forma interesada lo ocurrido, Abú Qasim Ibn Ahmad al-Ziyani, describía a su modo lo sucedido en los términos siguientes: “El tirano español (Carlos III) escribió a Sidi Mohamed reprochándole que lo acordado había sido la paz por mar y tierra, y en prueba de ello tengo el Tratado tal y como lo trajo a Nos vuestro secretario El Gazel y que conservamos”. El Sultán le respondió:” Nos hemos pactado con Vos la paz en los mares solamente, mas si fuera cierto lo que decís, Nos saldremos a vuestro encuentro y Vos saldréis al nuestro, porque un acuerdo en tales términos no hubiera sido posible”. El tirano español, entonces, le envió el Tratado, que era de paz para los mares y para la tierra. En consecuencia, el Sultán cejó en la guerra, aunque a condición de que los españoles transportaran los pertrechos de guerra: cañones, arcabuces, proyectiles y bombas, en sus barcos, habida cuenta la dificultad que hubiera supuesto su transporte por tierra para los musulmanes, lo que aceptó el español. Finalmente, el Sultán cesó en su cargo al secretario El Gazel, que quedó sin empleo hasta su muerte, Dios lo haya perdonado”.

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