Las elecciones europeas y sus resultados han dado pie a cuantiosas interpretaciones políticas. Tanto a nivel nacional como local los partidos han hablado. Como siempre, en esas valoraciones han terminado por mirarse el ombligo, siendo incapaces de ir más allá en esa autocrítica solicitada por la ciudadanía.
Si hablamos de Ceuta, la pérdida de conexión es total. La abstención no es que sorprenda, es que duele porque significa que el ciudadano se ha visto abandonado, sin opción política que le interese, sin conexión. Que alguien quiera quedarse en casa en vez de acudir a ejercer el derecho al voto significa que no hay nada que atraiga, que la importancia de ese ejercicio se ha perdido, que el ciudadano, en definitiva, no cree en el sistema.
Ante esta situación los partidos deberían verse obligados a organizar encuentros, a celebrar comités para valorar lo que sucede. La reflexión es la única salida para mejorar lo sucedido. Pero es tal la soberbia que rodea a unos y a otros, que nadie es capaz de asimilar la derrota con la fuerza debida. Fíjense el ejemplo dado por PP y PSOE, cuyos líderes locales se afanan en calificar de batacazo los resultados de unos y otros, sin ser capaces de mirar lo conseguido y reconocer que ambos han fracasado al no poder siquiera arrastrar un apego electoral básico.
Hay barriadas en las que solo han votado ocho personas. ¿Es esto normal? Extrapolar los resultados del 25-M a otros comicios es un error, pero no lo es tanto el destacar que la desconexión y el hartazgo es tal que si han influido en las europeas, pueden hacerlo de igual forma sangrante en las municipales y generales. Ese voto de castigo se espera y sorprende que editoriales de medios nacionales de peso defiendan una alianza entre PP y PSOE como única forma de estabilidad.
A esta situación hemos llegado. El hartazgo social, la cantidad de medidas impopulares que han castigado a la sociedad mientras seguían beneficiando a los círculos afines al poder han terminado por reforzar aún más el sentimiento de alejamiento, de separación e incluso de odio y radicalismo que es, en definitiva, la ventana a la que ya nos dejan mirar otros países.
Miedo.