Colaboraciones

Por una transición climática justa

Recuerdo una interesante conversación que tuve hace unos años con un buen amigo, ya fallecido, acerca de la necesidad de adoptar medidas drásticas a favor del medio ambiente. Él era sindicalista, como yo. Pero en esto discrepaba. Lo que pensaba era que lo prioritario era dar de comer a los miles de personas que estaban paradas. Entonces, lo perentorio era bajar las altísimas tasas de desempleo de nuestro país. El medio ambiente era una preocupación, pero no la primera. No estábamos aún en una emergencia climática, aunque ya comenzaban a aparecer grupos de ecologistas radicales. En países de nuestro entorno, como Alemania, la fuerza de los partidos verdes era importantísima. En España, ni tenían fuerza entonces, ni la tienen ahora.

Como ya he dicho en alguna otra ocasión, la solución al desastre climático que se nos avecina necesita el consenso y la actuación conjunta de todos los agentes y partes interesadas en evitarlo. Además de nuestra contribución individual, es necesario una potente acción coordinada de los gobiernos, los organismos internacionales, las empresas, las universidades, o los centros de investigación. Sin esta acción coordinada y a gran escala, es imposible parar el cambio climático. Evidentemente, también hay posturas más radicales, como las defendidas por Karl Polanyi en su teoría de la “economía sustantiva”, como algo opuesto a la economía de los negocios, que es la que está llevando el mundo al desastre climático, pero que a su vez proporciona trabajo y sustento a millones de personas. He aquí el dilema.

El objetivo al que se debe aspirar para prevenir el calentamiento y evitar los peores efectos del cambio climático será llegar a cero emisiones. La razón científica es clara. Los gases de efecto invernadero atrapan el calor. Y una vez que se liberan en la atmósfera, permanecen allí mucho tiempo. De hecho, cerca de la quinta parte del dióxido de carbono emitido hoy persistirá dentro de diez mil años. De no reducir las emisiones, probablemente se producirá un calentamiento de entre un grado y medio y tres grados en torno a 2050, y de entre cuatro y ocho grados a finales de siglo. Y esto ocasionará graves problemas a la humanidad. Tormentas en cadena, amenazas de sequía, incendios forestales, ascenso de los niveles de mar y desaparición o inundación de grandes zonas costeras, con mayor influencia en los países pobres. También habrá una reducción de especies animales y de pantas, lo cual influiría en la cantidad de alimentos disponibles. De ahí el objetivo de cero emisiones para 2050.

Sin embargo, esto no será fácil. Lo explica perfectamente el empresario y filántropo Bill Gates en su libro “¿Cómo evitar un desastre climático”. Los combustibles fósiles son tan necesarios, de momento, como el agua. De hecho, la renta per cápita en el mundo está correlacionada estadísticamente con el consumo de energía per cápita. Es decir, para combatir la pobreza es necesario seguir produciendo electricidad. De hecho, las cinco operaciones básicas de las economías desarrolladas, medidas en porcentaje de emisiones contaminantes, son la de fabricar (cemento, acero y plástico), con el 31% del total de emisiones; consumir energía eléctrica, con el 27%; cultivar plantas o criar animales, con el 19%; desplazarnos en vehículos, aviones, camiones o cargueros, con el 16%; y calentarnos o refrigerarnos, con el 7%.

Las últimas subidas de los precios de los combustibles o de la electricidad son una muestra de lo difícil que va a ser la transición climática. Por un lado, ayudan a desincentivar el uso de los vehículos privados. Pero, por otro, pueden suponer la ruina de miles de pequeños empresarios. Y cuando esto ocurre, la alternativa política que muchos de ellos buscan son los partidos de la extrema derecha xenófoba y negacionista del cambio climático. Me sorprendía días atrás las declaraciones de alguno de sus representantes diciendo que los objetivos de desarrollo sostenible y la Agenda 2030 eran cosas de “comunistas”. El problema es que hay gentes que se los creen y les votan. Y si esto ocurre, ni transición ecológica justa, ni nada que se le parezca. Un retroceso en toda regla será lo que se produzca.

Un ejemplo claro en este sentido, que ha generado mucha polémica en los últimos días, ha sido lo de los recursos hídricos de Doñana. Lo que las derechas han hecho es iniciar la tramitación de un nuevo plan forestal de la Corona Norte del Parque Natural, que además de suponer un engaño a los agricultores, genera incertidumbre y preocupa a los mercados. Frente a esta forma unilateral de comportamiento, existen otras alternativas de desarrollo sostenible de esa zona, que busquen el equilibrio con todas las partes y sectores implicados, pero teniendo claro que Doñana es patrimonio de la humanidad y es un territorio amenazado.

En la actualidad hay una ingente cantidad de dinero puesto en circulación para favorecer la transición climática en el planeta. Como ya he dicho en alguna otra ocasión, la pandemia del COVID nos ha mostrado también el camino que nos lleva a la recuperación de la vida en los pequeños municipios, desde el momento en que se han desarrollado más las comunicaciones y se ha vislumbrado la posibilidad de realizar muchos de nuestros actuales trabajos de forma no presencial. Quizás esto haya proporcionado una nueva oportunidad para desarrollar una economía más cercada a los territorios. Si esto se combina adecuadamente con una actuación coordinada a nivel internacional de los gobiernos, los organismos internacionales, las empresas, las universidades, los centros de investigación y los ciudadanos, como explicábamos anteriormente, podríamos hablar de una nueva idea de la rearticulación de la economía desde los territorios, perfectamente viable en la actualidad.

Y aquí me surge nuevamente la pregunta que me hacía al principio, cuya respuesta mi amigo tenía clara. ¿Es prioritario combatir el cambio climático, o atender las necesidades de miles de personas que aún no tienen suficiente para subsistir? Pues yo creo que ambas cosas son prioritarias. Con un planeta muerto, es evidente que no habrá trabajo. Pero sin trabajo, tampoco será posible ninguna transición energética. Por eso, es esencial, como decía en el artículo de la pasada semana, recuperar la dignidad del trabajo, pues en esta recuperación también encontraremos el camino para una transición climática justa.

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