En silencio, sin polémicas. Tampoco son necesarias. Cuando algo se hace con normalidad no es necesario andar buscando los pies que no tiene el gato.
En ‘La Esperanza’ los chicos acogidos aprenden a hacer torrijas, como también aprenden a hacer adornos con motivo de festividades concretas y elaboran dulces de Ramadán.
En ‘La Esperanza’ a los chavales que cruzaron desde Marruecos a Ceuta les enseñan incluso cómo son las fiestas de Halloween, la Mochila, la Cuna de la Legión, el Desafío… También a hacer torrijas.
Se trata de eso, de aprender para conocer, de aprender para respetar, de aprender para convivir. Dar un paso adelante, sin miedos ni reparos es lo que lleva haciendo años ‘La Esperanza’, sin importar la tormenta ni la cadena de insultos camuflados en perfiles falsos.
La maquinaria está lo suficientemente engrasada para superar todo eso, obviar al que insulta, seguir adelante por el sendero que ha permitido que muchos chicos que hoy residen en la Península hayan aprendido algo gracias a esa convivencia conocida a través de dulces, clases, de formación, salidas y participaciones.
Son necesarios más talleres y más ‘esperanzas’ para que el ruido de muchos no tenga fuerza, para que ese ruido no destruya, para que la normalidad sea la clave ante las salidas de tono y los odios encubiertos de los que aparentan ser fuertes, pero no lo son.
Porque tras los insultos y los menosprecios solo hay eso, odio. Odio sin autoría, odio escondido en redes sociales, odio nutrido de cobardía.
Las torrijas de ‘La Esperanza’ son algo más que un dulce. Son la pura esencia de un logro conseguido.