Colaboraciones

Tito en Los Pedroches (I)

Cuando se suscita el asunto de la guerra civil española, una de las preguntas más recurrentes suele ser si Josip Broz Tito -posteriormente mariscal, jefe del gobierno y presidente de Yugoslavia- participó en ella como miembro de las Brigadas Internacionales. Sí está fuera de toda duda -él lo reconoció siempre- que, en París, montado por la Komintern, trabajó en el centro de reclutamiento de voluntarios para su venida a España.

Aunque, según dijo en numerosas entrevistas -entre otras, aparte de la famosa al Life (1952), una concedida al periodista de TVE Javier Pérez Pellón-, negó haber estado en nuestro país; en otras ocasiones, según el unánimemente tenido como mejor libro sobre el tema: Las brigadas internacionales en la guerra de España, de Andreu Castells, si bien por muy escaso periodo, declaró haberlo hecho: “En contra de lo que se ha dicho, yo no he luchado nunca en España, solo hice una breve estancia, pasando un día en Madrid”. Pero, a juzgar por las múltiples declaraciones de antiguos combatientes republicanos y civiles que dijeron haberlo visto o tratado en diferentes lugares del país, la estancia debió de ser más prolongada y no limitada solo a la capital de España.

Existen fotografías en las que aparece (o alguien con un gran parecido físico con él) junto a otros combatientes; y personas, como un ciudadano albaceteño, que, tras ser asaltado en su casa, presumiblemente para robarle, dio muerte al intruso. Al día siguiente lo apresó un grupo de brigadistas que lo condujeron a la Escuela Militar Superior, en Pozo Rubio (Albacete), para interrogarlo; una vez allí, según dijo, dio pormenorizadas explicaciones del suceso ante un alto mando de las Brigadas Internacionales, que, tras escucharlo atentamente, dejó al hombre en libertad: era Josip Broz Tito. Y concluye: “Entendió que lo único que hice fue defender a mi familia de alguien que había entrado por la chimenea de la casa con poco dudosas intenciones”.

Otro albaceteño, estudiante de Medicina, que trabajaba en el hospital de Hellín, en 1937, dijo haberle curado unas heridas.

En El Español (29-II-1964), por otra parte, apareció un poco creíble artículo, que me ha sido imposible consultar, firmado por María J. Albiñana titulado “Episodio inédito: Tito herido en la guerra de España. Un médico “fascista” le salvó la vida”. Poco creíble porque si el doctor al que se refiere, como parece, hubiera sido José María Albiñana este fue fusilado el 23 de agosto de 1936: Tito, de ser cierta su venida a España, aún no habría llegado.

Ya en Barcelona, a un soldado de Jaén le encargaron un día que llevara un paquete de provisiones a unos altos mandos militares instalados en un chalé de las afueras; uno de ellos, según le dijo el conductor que lo acompañó y él pudo posteriormente comprobar, también era Tito: lo reconoció, acabada la guerra, en la fotografía de un periódico hecha en Francia. Varias personas más aseguraron haberlo visto en Viladrau y Figueras.

En otras ocasiones, según algunos historiadores como Pero Simic, Tito fue el “jefe de los liquidadores” en España; o sea, de los encargados de eliminar a todo elemento considerado disidente del estalinismo (trostkistas), pese a todo, también se dice que Tito fue mandado asesinar por la NKVD (policía secreta) y suplantado por un impostor.

Al finalizar la II Guerra Mundial Tito tardó varios años en regresar a Yugoslavia y volver a su pueblo. Su madre, según algunos testimonios, dicen que lo extrañó: “Este no es mi Joza (hipocorístico de Josip)”, dicen que dijo.

De hecho, durante la guerra civil, toda la cúpula del Partido Comunista de Yugoslavia fue eliminada en las purgas estalinistas en Rusia donde estaban exiliados. Solo se salvó Tito. Y la pregunta que entonces cabe hacerse: ¿por buen comunista o porque no estaba en la URSS?

También se ha barajado la hipótesis de que algunos de los interbrigadistas yugoslavos de parecido físico se hacían pasar por él o tomaban igual sobrenombre: Tito, que según algunos, fue puesto por camaradas españoles que tenían dificultad al pronunciar su nombre.

Pese a todo hay historiadores que dan por segura su presencia: Andreu Castells, en el libro citado, dice: “Muchos de los que combatieron en España, en las Brigadas Internacionales, alcanzarían un gran renombre al regresar a sus países durante la segunda guerra mundial y después de ella: Pietro Nenni, que fue ministro de Asuntos Exteriores de Italia; Luigi Longo, vicepresidente de PCI; Charles Tillon, ministro del Aire en Francia de 1945 a 1948; Rol-Tanguy, héroe de la Resistencia francesa; André Malraux, ministro de Cultura del general De Gaulle; Enver Hodja, jefe del Estado de Albania; Walter Ulbricht, jefe del Estado de la Alemania oriental; Josip Broz “Tito”, jefe del Estado de Yugoslavia; Erno Gerö “Pedro”, ministro de Comunicación de Hungría; Ladislas Rajk, ministro del Interior de Hungría, y tantos otros.” Este párrafo fue recogido por Antony Beevor en una nota de su magnífica La guerra civil española.

Y en otra parte del libro de Castells:

“En las Brigadas Internacionales, Broz sería conocido bajo el nombre de Tomanek, nombre que, efectivamente, antiguos brigadistas creen recordar”.

“En los primeros tiempos, antes de endurecerse la disciplina, los servicios de información de los internacionales estuvieron controlados por el búlgaro Karanov y el húngaro Firtos (Lazlo Rajk). Este conoció en España a Tomanek, el futuro mariscal Tito de Yugoslavia”.

“Josip Broz-Tito, el Tomanek de la guerra de España, cuando el 29 de marzo de 1941 las panzerdivisonen invadieron Yugoslavia…”

Otro solvente historiador, Julián Casanova, en República y guerra civil escribe: (Los brigadistas) “no volvieron porque la República fue derrotada pocos meses después y muchos de ellos además, cerca de 10 000, ya habían muerto en el suelo español y otros 7000 desaparecieron. Algunos de los que sobrevivieron llegaron después a figuras ilustres, escritores y políticos, en sus respectivos países, como Josep Broz “Tito”, Pietro Nenni, Luigi Longo, Walter Ulbricht o André Malraux”.

Para estos historiadores debe de haber resultado decisivo el testimonio de Carlo Penchienati, un interbrigadista italiano hostil a Nenni y a los comunistas, jefe de la XII BI: en sus memorias, I giustiziati accusano. Brigate Internazionali in Spagna (Roma, 1965), asegura que Tito perteneció al batallón Dimitrov -también conocido como el de las Doce Lenguas- y fue comandante de la primera compañía, formada por balcánicos y rusos; la tercera, formada por italianos, estaba al mando suyo y del comisario comunista Anillo Giorgi. Según él, Tito dejó las Brigadas Internacionales a fines de mayo de 1937.

Por otra parte, Vjeran Pavlakovic, en su artículo “La historiografía yugoslava y la guerra civil española”, escribe: “A pesar de 70 años de abrumadora evidencia de que Tito nunca estuvo en España durante la Guerra Civil subsisten historiadores que se basan en frágiles “pruebas”, en comentarios fuera de contexto, en afirmaciones hechas en reuniones informales y en teorías conspiratorias para sugerir que la misión de Tito en España fue una de las maniobras encubiertas más importantes del PCY”.

Según Hugt Thomas, la negativa a admitir su estancia en España se explica, sin duda, por algún aspecto del asesinato de Milan Gorkiç (secretario general del Partido Comunista de Yugoslavia), que también se encargó de organizar el envío de voluntarios para las brigadas desde París. Tito, en 1936, remitió un informe negativo a la policía secreta rusa sobre este, a quien acusó de trostkista y traidor: un año después fue ejecutado en Moscú. Tito, que le sucedió en el cargo, según esto, llegó a la cima del partido por delator.

Santiago Carrillo, en sus memorias, al referirse a la despedida hecha a las brigadas, el 28 de octubre de 1938, en la avenida 14 de abril (la Diagonal) de Barcelona, dice no haber olvidado, entre los yugoslavos, a “amigos queridos como (…) Kotxa Popovic, más tarde vicepresidente de la República Yugoslava, que ocupando ese cargo conducía personalmente su pequeño 600, como cualquier obrero, sin escolta alguna, o a Kosta Naj, Velko Vládovic, Ivo Vejboda, Peko Dápcevic y otros que mandaron más tarde las divisiones guerrilleras de Tito en la segunda guerra mundial”. Como puede verse no cita a este como interbrigadista.

Carrillo dice haber conocido al futuro mariscal en 1948, por tanto, ya concluida la contienda. Su segundo encuentro fue en 1965 en que, acompañado por Dolores Ibárruri y algún otro miembro del partido, lo visitó en la isla de Brioni. La noche de ese día, sigue diciendo, “nos invitó a cenar junto con un grupo de camaradas, la mayor parte de los cuales habían luchado en las Brigadas Internacionales, que ahora eran jefes militares y políticos de primera fila en Yugoslavia”, entre los que estaban varios de los anteriormente citados. Tito se retiró al comienzo de la madrugada, “pero los demás continuamos juntos hasta las seis de la mañana, entonando a coro canciones de la guerra de España y de la guerra contra los nazis, muchas de las cuales tenían la misma música que las canciones de guerra soviéticas. Bebíamos vino con sifón como hubiéramos podido hacerlo en España. Entre canción y canción se mezclaban las anécdotas sobre episodios de las dos guerras vividas por aquellos hombres, que igual que nosotros, se emocionaban hasta las lágrimas con los recuerdos de España”.

A partir de ese día y hasta su muerte, sigue diciendo Carrillo, se encontró con Tito una o dos veces al año.

En el libro, el mariscal aparece citado, obviamente, en innumerables ocasiones, pero, como hemos visto, nada dice ni insinúa -al contrario- sobre su supuesta presencia en nuestro país.

Por su parte, Ilyá Ehrenburg en Gentes, años, vida (Memorias), que el 26 de julio de 1937 dijo haber vagado “por la ciudad de Pozoblanco, en el frente sur”, ni una sola vez nombra al yugoslavo, al que algunos aseguraron haberlo visto tiempo atrás allí apoyando a Pérez Salas.

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