Mi abuelo me decía que el amor viene y se va. Más comprensiva era mi madre cuando me decía que cada uno tiene asignado su media naranja. Pero el que lo tenía muy claro era un amigo mío cuando me confesó un sueño: Mi abuelo era una persona que se dedicaba a construir artilugios que se le denominaban autómatas. Por esa época era la robótica más avanzada que existía. Sin embargo una generación, por encima tan sólo a la nuestra, tuvo unas consecuencias nefastas a mi ligero entender.
Diseñó un científico japonés un hombre robot capaz de hacer todas las cosas de la casa. Además, al estar conectado con todos los programas podía tener al instante toda la información que deseara. Por ejemplo, ver la temperatura de una persona. Dar diagnósticos por una consulta en videollamada, en directo, a un médico especialista. En resumen, una gozada. Sólo el precio era lo que echaba para atrás a la mayoría no pudientes.
Pero mi familia tenía buenos recursos económicos y antes del nacimiento de la nena Patricia se planteó que a ella sólo se le podía dar lo mejor de lo mejor, para eso era la hija única y no se debería de escatimar en gastos. Y mas sabiendo que tanto el marido, que era piloto de aeronaves, y ella, médico, tendrían muy poco tiempo para estar con esta pequeña gloria que debía de nacer. Por eso confiaron desde primera hora en la robótica, desconfiaban de los seres humanos y decidieron plantarle una asistenta masculina para que estuviera con ella las 24 horas al día. ¿Quién podía competir ante una máquina?.
Pero ella iba creciendo sola. Sólo conocía a su ‘tito Paco’, como ella desde chica le llamaba. Fue su mejor amigo. Su compañero de juegos. Su confesor. Y lo que nadie se creyó hasta que en sus memorias fue revelado. Y es que tantas horas juntos hizo el amor entrar por los cuatro costados. Era ella una romántica, pero un robot no estaba diseñado para eso. No comprendía lo que significaba realmente el amor. El sólo quería complacer a su misión, ya que eso era a lo que estaba programado para que fuera ella feliz. Estaban muy unidos y sabían en cada momento lo que pensaba cada uno de ellos. Era fantástico y a la vez diabólico.
La madre confesó que le parecía muy raro que no quisiera salir de la casa. Sólo quería estar junto a su ‘chacha’. Gozaba muchísimo con él. Yo los veía jugando a los indios, ella vestida con plumas y todo y montado en su caballo. Todos los movimientos los hacia perfectos. Era una gran sincronización. Incluso en las clases diarias cuando venía del cole, ella siempre buscaba al ‘tito Paco’. “No comprendo esto”. Y el en pocos segundos le daba una explicación acorde a su inteligencia. Los programas informáticos son una maravilla. Menos mal que durante unas horas estaba fuera de los aires de la ‘chacha’, sino creo que estarían solapados.
En conclusión, serían uno solo. Pero la culpa la tuvo el ser unos padres y abuelos superprotectores. Pero la vida sigue su curso y los robots evolucionan, pero no se deterioran como un ser humano. Tienen repuestos y los comandos van evolucionando gracias a la informática. Se van actualizando. Nosotros vamos cogiendo achaques que nos van dejando más en casa. Y así el roce fue a peor. Al fallecer mi familiar tuve un grave problema. El robot vino a buscarme a mi habitación y me dijo que por favor lo desenchufara definitivamente, ya que su misión en la vida había acabado. Es muy duro lo que me dijo pero evidente. Durante 75 años había estado al servicio de Patricia y lo único que hacía es que ella estuviera lo más feliz posible. Faltando ella en casa, ¿a quién cuidaría?
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