Galileo afirmó que el libro del universo está escrito con caracteres matemáticos. Hasta entonces la relación entre los números y las cosas no era tan evidente como lo es hoy en día y la ciencia, aristotélica en su totalidad y vigente durante más de mil años, era de carácter eminentemente cualitativa. La Tierra tenía que ser el centro del universo puesto que estaba habitada por los hombres y los dioses y si Aristarco intentó poner en duda esta idea, poniendo al sol en el centro, fue tras comprender su enorme tamaño respecto de nuestro planeta; puesto que bien es sabido que, en todos los ámbitos, los grandes siempre tienen dando vueltas a su alrededor a los pequeños que le rinden pleitesía a cambio de migajas, como rémoras.
Pitágoras descubrió que la altura de los sonidos depende del largo de la cuerda en vibración que los produce y gracias a este hallazgo los intervalos (cuarta, quinta, octava…) pudieron ser expresados en forma de relaciones numéricas claras y precisas. Los pitagóricos se dejaron llevar por el entusiasmo de esta revelación y creyeron que todo se podía reducir a números y a música oculta: la amistad al ocho, puesto que la octava expresa armonía; la justicia al cuatro, porque la ley del Talión (“ojo por ojo; igual por igual”) recuerda la formación de un número cuadrado. Sin embargo, el que todo estuviera hecho de números no se oponía a la concepción cualitativa del mundo. Para los griegos el tiempo era Cronos, un dios que se comía a sus hijos. El mundo era eterno y no tenía ni principio ni fin.
Fue San Agustín quien, al introducir el concepto de creación, estableció la concepción temporal en nuestras cabezas. Aquello que siempre estuvo ahí, empezó y discurrió con el tiempo. San Agustín escribió: “El pasado crece y el futuro mengua”, porque en realidad, para nosotros, el tiempo no es más que un solo instante fugaz en permanente tránsito. Lo representamos como si fuera un hilo extendido que un día las moiras cortarán, y lo medimos con nuestros relojes. Pero, en realidad no deja de ser un gran misterio. Comprendemos el tiempo, sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de él, pero somos incapaces de definirlo, de conocerlo.
"Nuestra concepción habitual del tiempo funciona solo a nuestra escala y siempre y cuando midamos las cosas con mucha precisión"
Hoy sabemos que las propiedades de las cosas son relativas a otras cosas y sólo se hacen reales en interacciones. Si no hay interacciones, no hay propiedades. Igual que no debemos confundir la obra de arte con el objeto estético que la desencadena, puesto que la obra de arte es la mirada que el espectador pone sobre ella, también el resto de propiedades de un objeto dependen, no solo del mismo objeto, sino también del observador que deposita su mirada en él. En este sentido el tiempo es una propiedad más del mundo, entendido éste como objeto, y sus propiedades dependen tanto de dicho mundo como de nosotros que lo percibimos y vivimos en él. Nuestra concepción habitual del tiempo funciona solo a nuestra escala y siempre y cuando midamos las cosas con mucha precisión. Lo que usualmente llamamos "tiempo", sin pensar mucho en lo que significa, es realmente una maraña de diferentes fenómenos. Aunque parezca algo simple, la realidad es que es realmente complejo, pues está formado por capas, algunas de las cuales son relevantes para ciertos fenómenos y no para otros.
Para los científicos, hoy el tiempo ya no es una variable continua que fluye, sino que se convierte en otra cosa: corre a velocidades diferentes para personas distintas, dependiendo de dónde están y de cómo se mueven (Se han realizado experimentos concretos con relojes idénticos muy precisos a bordo de aviones rápidos y cada vez se ha comprobado que el mundo funciona exactamente como lo entendió Einstein: los dos relojes marcan horas distintas cuando se reúnen de nuevo). La novedad que aporta la gravedad cuántica es la idea de que el espacio no existe, solo existe el campo gravitatorio que está formado por nubes de probabilidad de granos unidos en red. Por lo que, si combinamos esa idea con la relatividad especial, no podemos más que llegar a la idea de que la no existencia del espacio implica también la no existencia del tiempo, puesto que espacio y tiempo están íntimamente vinculados.
En conclusión, las propiedades del mundo con respecto a ti no son necesariamente las mismas con respecto a mí, aunque por lo general, no vemos estas diferencias en las propiedades físicas porque los efectos cuánticos son muy pequeños. Pero, en principio, podemos ver mundos ligeramente diferentes. El tiempo no existe. Habrá que aprender a pensar el mundo en términos no temporales, aunque intuitivamente resulte difícil.