Han pasado algunos días de fallecimiento de mi querida tía Inés, y es en estos momentos, regresando de un viaje de trabajo reconfortante de Londres, y después de haber revisado unas colecciones de corales de las colecciones del Museo de Historia Natural, claves en nuestro trabajo de Cripto-diversidad, encuentro el ánimo y el tiempo para escribir estas líneas dedicadas a una mujer original a la que tuve la dicha de poder acompañar, en cierta forma, durante el final de su vida temporal. Tuvo una época muy marcada por el dolor y la pérdida.
La hermana de mi suegra, fue una mujer de poderosa personalidad y carácter, indomable y absolutamente defensora de su intimidad; quedó profundamente desolada por la pérdida de sus dos retoños (Rafael y Pilar) que la precedieron en el camino del silencio perfecto, que es estar ante el Creador. Como madre, nunca aceptó este fatal destino, y lo llevó como un yugo pesado hasta el final de sus días terrenales. La soledad interior y exterior que la anidaban, y su avanzada edad, atraían mi compasión, que no es otra cosa que ponerse en el lugar del otro y tratar de acompañarlo en el sufrimiento. Solía visitarla en su casa cuando podía contactar con ella, y por fortuna me la encontraba por la calle con cierta frecuencia.
Aprovechaba esos momentos para informar al resto de la familia y mantenernos todos al día de su estado. Inés Serrais y su hija Estrella, mi sobrina, estuvieron siempre pendientes de ella, y especialmente mi cuñado Juan Serrais, que se encargaba de aliviar los asuntos más pesados de la burocracia de Inés, además de estar pendiente de su dolencia cardiaca y la medicación que le correspondía. Ella siempre fue una amante de la cultura y solía recogerla en algunas presentaciones de libros nuestros para que asistiera con la ayuda de Estrella. Fue alumna del Aula de formación permanente de adultos de la UGR en Ceuta, y en un par de ocasiones tuve la oportunidad de coincidir con ella mientras me tocaba impartir algunas clases.
La fundación de AULACE, me pareció una interesante y edificante iniciativa en favor de nuestros mayores. Siempre recordaré el primer grupo de alumnos del aula, en la visita que nos hicieron al extinto edificio del Museo del Mar situado en el muelle España, todavía estaban entre nosotros Manolo Mata y Pepe Ferrero, ambos fundadores de la mentada institución educativa. Esta inquietud, propició que Inés desarrollara una tardía afición a la escritura que la llevó a publicar en los periódicos de Ceuta algunos escritos sobre diversos temas. Sentía un enorme sentimiento de amor hacia la naturaleza y pertenecía a la sociedad protectora de animales y plantas, y se dedicó a cuidar no pocos gatos callejeros en su barrio, y especialmente del gran “Charlie”, un gato negro que siempre estuvo en la oficina de la Agencia Pérez-Muñoz, el negocio familiar que dirigía Inés después de la muerte de su padre, y donde desarrolló toda su carrera profesional. Este animal recibió sus cuidados hasta hace pocos meses, su querido animalito se fue antes que ella falleciera.
Mis recuerdos de la tía son variopintos y muy peculiares, pues como he indicado tenía una personalidad fuerte, que imagino fue derivando con los años hacia una especie de mando en plaza, que siempre ejercía con un gracioso “tic” decimonónico. A pesar de tener un carácter difícil en determinados contextos, mantenía un grupo de fieles amigos, que siempre, estaban con ella para lo que hiciera falta.
Dios los bendiga a todos, los que todavía están entre nosotros, como su querido Remigio, y los que ya partieron como su fiel Teodoro. Repasando algunas anécdotas de la tía Inés con Pepe Remigio, pasamos un buen rato de sanos recuerdos. Inés Benavente decía las cosas claras cuando tenía que hacerlo, quizá la diplomacia no fue su fuerte, pero desde luego nunca falto a la verdad y fue franca con todos. Al igual que los alumnos de Alejandro de Humboldt disculpaban al maestro de la ecología, por algunas frescas que soltaba por el Berlín de su época; diciendo que al pasar mucho tiempo estudiando a las serpientes en Centro América se le había pegado algo de su lengua; por mi parte, y haciendo un paralelismo, diría que a la tía Inés nadie le tosía, y que al ser una amante de los gatos, quizás algo se le pudo pegar. Reservada hasta el extremo, siempre recordaré una de sus famosas frases “quien quiera saber que se compre un libro”.
Fue una mujer adelantada a su tiempo por haber tenido que hacerse cargo de un negocio duro y competitivo en una España bastante machista. En referencia a su ímpetu y carácter emprendedor obtuvo un reconocimiento público de la Ciudad Autónoma. No dejó de decir lo que pensaba sobre la administración local y como se podría mejorar de cara al emprendimiento, y para favorecer una mayor prosperidad económica. Al decir la verdad con tanta frecuencia, tuvo un punto de aguafiestas que me encantaba, pues hacía frente al círculo de complacientes de la marinera ciudad.
Siempre tuvo una salud a toda prueba, era más dura que el acero y soportaba lo que hiciera falta, y a pesar de que en los últimos años, ya perdió capacidad cognitiva, sus conversaciones eran entretenidas y en muchas ocasiones interesantes sobre épocas anteriores de Ceuta. Con ella tuve el placer de mantener conversaciones sobre algunos pasajes de las Sagradas Escrituras y a pesar de que su memoria a corto plazo se resentía notablemente, me encantaban sus interrogantes al respecto de diversas temáticas del Nuevo Testamento. En su honor voy a publicar una poco conocida oración que me repetía constantemente: “vino el arcángel San Gabriel a anunciar a nuestra Señora, la Virgen María, que el verbo divino tomaría carne en sus entrañas, sin detrimento de su virginal pureza; y luego el Espíritu Santo formo de la sangre purísima de la Virgen, un cuerpo de niño perfectísimo; y creando un alma nobilísima, la infundió en aquel cuerpo, y en el mismo instante el Hijo de Dios se unió a aquel cuerpo y alma racional, quedando, sin dejar de ser Dios, hecho hombre verdadero”.
Paseaba Inés con su carrito de la compra calle Real arriba y abajo, comprando algunos boletos de la ONCE y también de la Cruz Roja. Se paraba a charlar de forma improvisada con personas que se encontraba y a veces se sentaba en algunos bancos de la calle Real.
No quiero dejar de nombrar a algunos vecinos de su bloque que al darse cuenta de su estado de soledad, absolutamente deseada, y diría, que muchas veces exigida por ella misma, estaban constantemente arrimando el hombro en beneficio de Inés. Por ello, gracias a su vecino de puerta, Carmelo, y a Mari Carmen y Jerónimo, por ayudarnos a cuidarla en sus últimos días con tanto amor y desinterés. También quiero reconocer a todos los servicios sociales públicos que la atendieron y al equipo médico del hospital universitario.
Fallecer en año jubilar, no es algo precisamente malo, muy al contrario, facilita el buen tránsito y su subida al cielo si se ora por ella y se le aplica la indulgencia debidamente. Todo lo cual está cristianamente realizado. Inés Benavente se fue en la cercanía de su sobrino Juan Serrais, y después de haber recibido la unción de los enfermos, el último sacramento que conviene llevar antes de comparecer ante Dios Todopoderoso.
No tengo ningún mérito en sus cuidados, y solo he intentado hacer algo por ella siguiendo las indicaciones de nuestra Madre Iglesia, que por otra parte, queda enmarcada dentro de las obras de misericordia, que todo católico, y cualquier ser humano que se precie, debe intentar practicar con el prójimo. Me siento bien con el poquito realizado, junto a muchas otras personas que hicieron mucho más que yo, para intentar que tuviera un poco de alivio espiritual y un final digno.
Que palabras más bonitas y que señora tan increíble