No todas las cosas les pasan a los demás. Aunque no lo creas, aunque pienses que nunca te verás así ni que llegarías a cualquier circunstancia que no puedes imaginar, te puede pasar a ti.
Puedes sufrir cualquier enfermedad en la que nunca habrías pensado. De estar sano a enfermo siempre hay una delgada línea roja. Un buen día vas al médico y, mientras lees el diagnóstico, el mundo se derrumbará a tus pies cuando la Parca te hable al oído.
En tiempo de paz se podrá declarar una guerra y estarás en medio de un conflicto del que no puedes escapar. Perderás tu casa, sentirás el ruido de las bombas y la noche de polvo que las acompañan, buscarás un refugio mientras las sirenas gritan por todos los sitios.
Es posible que seas perseguido por tus ideas, que seas desaparecido, escondido, torturado, sin esperanzas de poder dar señales de vida.
Podrías estar buscando en un contenedor de basura, durmiendo en la calle, arropado por la indiferencia de los que miran sin verte. Los cartones te salvarán de un suelo húmedo y, con suerte, la Caixa o el BBVA dejan la puerta abierta de los cajeros y podrás dormir sin amenaza de lo que puede esconderse detrás de esa cortina de oscuridad.
Podría pasarte que una tormenta de ansiedad llegue a hacerte naufragar, una depresión que nadie entiende y que terminará por estigmatizarte, por apartarte del mundo de los cuerdos.
Puede suceder que tras el éxito y los laureles llegue el fracaso, el olvido, el ostracismo. Tendrás que caminar descalzo, pisar cristales, andar sobre rastrojos que antes no veías.
¿Te imaginas saltando una frontera? ¿Te ves en las colas del hambre? ¿Y si no te queda más remedio que subirte en esa patera que te lleva a ninguna parte?
Podrías recibir el beso de Judas, escuchar el gallo recordando tus tres negaciones, negociar con el diablo el precio de tu alma, esperar que Lázaro resucite aunque no resucite nunca.
Podrías perder el trabajo, no poder pagar la hipoteca, oír el timbre en tu puerta con la orden de desahucio.
Podrías despertar sin saber quién eres, sin reconocer quién es el señor del espejo. Estarás rodeado de gente que nunca has visto aunque hayas pasado toda una vida con ellos.
Te puedes convertir en el alcohólico que se tambalea en la madrugada, en el chapero, en la prostituta, en el vagabundo al que le siguen dos perros famélicos.
Fuiste un príncipe y ahora eres un sapo. Regresas de la cima a los bajos fondos, tienes que pedir ayuda a los que ignoran que los ayudaste.
Cuando menos te lo esperes la buena suerte perderá el pulso con su contrincante y te despertarás sin laureles.
Si eres consciente, si sabes ponerte en el lugar del otro, si palpas su frío, su hambre, su dolor, su tristeza, su angustia, su miedo, su locura, su abandono. Si arrastras sus cadenas, si llevas el peso de su cruz y vistes su miseria, si te toca compartir el cajero de la Caixa o del BBVA, entonces comprenderás.
Comprenderás y habitarás su piel, te verás en ellos, respirarás su aire, comerás en su mesa y pernoctarás en sus cartones.
Aunque el cañonazo de las 12 te vuelva a tu realidad, habrás comprendido.
Gran reflexión.