La clase política les convencerá de todo lo contrario. Es su trabajo y acostumbran a hacerlo bien. Porque la política ya no es conseguir que las cosas que a todos nos importan funcionen mejor. Se trata sencillamente de conseguir que la maquinaria de los partidos no pare, no se agote y siga funcionando a costa de hacer como que hacen. Esos mismos partidos que gustan de criticar todo lo subvencionado son los mismos que se nutren de un sistema que ellos mismos perpetúan en el tiempo.
Creer a estas alturas que esas siglas, procedan de donde procedan, son los firmes defensores de los colectivos es caer en una torpeza que creía erradicada pero que, visto lo visto, parece no ser así.
Los taxistas constituyen uno de los sectores más apreciados para hacer ‘caja política’, es decir, para sacar votos. De siempre les han llamado en época previa a las elecciones para prometerles mejoras que han llegado a cuentagotas. Su situación sigue siendo complicada, de hecho han sido uno de los sectores menos tenidos en cuenta en los periodos más duros del confinamiento. Ahora vuelven a estar manejados, utilizados como bandera en primera línea de la guerra política. Sobre el ruedo político el gremio del taxi aparece como un buen plato el que hincar el diente. Lo grave está en que los profesionales se lo crean. ¿Acaso consideran lógico que a estas alturas sigan reclamando cuestiones básicas como disponer de unas paradas dignas? Esto es como el vecino de barrio que da las gracias porque le coloquen un contenedor y le cambien las losetas del barrio. A esto hemos llegado, a recibir con los brazos abiertos lo que debería ser básico, estar extendido y causar vergüenza entre los que gustan de que la ruleta continúe rodando a base de grietas y fallos para que el pan de cada día nunca les falte. Son unos artistas.