Hay a quien le gusta entender la vida como un asunto de buenos y malos. El reduccionismo mental llega a tal punto que no cabe concebir la existencia de una crítica constructiva o la mera aceptación del error.
Si el debate surge en torno a ‘los intocables’, puede terminar transformándose en cuestión de Estado. Para eso el PP es un gran experto, sin ir más lejos recuerden en qué convirtió el 6-F, montando la famosa concentración en la plaza de los Reyes en apoyo a la Guardia Civil. Fue una pantomima de ‘aquí estamos nosotros’ y allá ‘los malos’, que son todos aquellos que se atreven a cuestionar algo cuando ese algo falla.
Hoy nos toca hablar sobre el incendio del Monte de la Tortuga y nos toca criticar duramente a Defensa por su forma de proceder tan cobarde ante un desastre medioambiental cuya autoría, de haber estado vinculada a cualquier ciudadano de a pie, ya hubiera sido objeto de un linchamiento público por parte de las mismas autoridades que con tanta tibieza han abordado el asunto. Y me refiero a la Ciudad y a la Delegación del Gobierno, las dos en una, suaves cuando se trata de deslizar la autoría del incendio pero contundentes cuando se trata de otro tipo de siniestros cuando los implicados son meros ciudadanos.
Defensa no suspendió el pomposo acto del Jaral mientras el Monte de la Tortuga ardía. Fue incapaz de parar lo que no tenía sentido a pesar de que en ese momento ya debía saber qué pasaba y quién lo había causado. El comandante general se ha escondido detrás de una nota de prensa en la que nada se dice, más allá de recordarnos que el lugar de los hechos es campo de tiro propiedad de Defensa (?) o que, más o menos, deberíamos estar agradecidos porque tenemos una Fuerzas Armadas que se instruyen para estar perfectamente adiestrados ante sucesos de calado (¿no es su obligación?).
48 horas después del incendio, Defensa ha sido incapaz de ofrecer una rueda de prensa para contestar a todo lo que se le preguntara, pensando que con un comunicado maquillado puede salir del paso. El anuncio de que colaborarán en repoblar la zona sobra, pero que nadie se olvide de los animales fallecidos, del daño causado, del desastre en el que se ha incurrido y del riesgo al que fueron expuestos los inmigrantes, los residentes de Postigo y, en definitiva, toda la población (¿acaso se olvidan de la cercanía a los polvorines de las llamas?).
La actitud mostrada ha sido penosa, criticable desde todos los lados, imperdonable. Bastante.