La adaptación al cine de una obra de la genial Agatha Christie, una de las más famosas en este caso, siempre cuenta con una complicación: lo que en formato novelesco es puro disfrute en el cine tiene una estructura muy lineal, con forma de imaginario embudo diría yo. En él, el fluir de información es quemar etapas para encontrarnos el clímax narrativo que corresponde al desenlace (cuello de dicho embudo), donde desemboca todo para saber finalmente quién es el asesino, que es a lo que aspiramos como espectadores junto al detective. Con todo, aquello que huele a esta grande del género de intriga criminal siempre tiene el entretenimiento asegurado.
Kenneth Branagh se coloca delante y también detrás de la cámara para “revitalizar”/ actualizar la historia, echando el anzuelo a las nuevas generaciones con la sana y también lucrativa idea de que el público de distintas edades comparta sala. La aventura, que sitúa al célebre y excéntrico detective Hércules Poirot viajando en la conocida línea del Orient Express en el día que se comete un misterioso asesinato, viene a revisionar la cinta de 1974 de corte más clásico de Sidney Lumet (las comparaciones suelen ser odiosas, quien haya visto ambas podrá juzgar). El caso es que, si por un cada día más raro casual, cosas del declive del hábito de la lectura, no te sabes el final de esta archifamosa novela, estás de enhorabuena, porque en esta producción actualizada gana muchos más enteros que en la de los setenta el no saber quién que la cocción a fuego lento de los hechos y los personajes.
La propuesta de Branagh está bastante deslavazada en su construcción un poco a trompicones, quizá por centralizar en exceso el protagonismo en Poirot (que interpreta con solvencia y contención el propio Branagh) y su puesta en escena, lo que hace que a la historia central le cueste arrancar y transmite la sensación de que un enorme reparto (Willem Dafoe, Judi Dench, Johnny Depp, Michelle Pfeiffer, Penélope Cruz, Daisy Ridley…) se queda algo desaprovechado, con papeles poco lucidos y en algún caso intrascendentes. Podría decirse que una composición de este tipo demanda un mayor número de sutilezas, de miradas furtivas, de menos toscas obviedades que pesan en esta actualización como una losa.
Los efectos visuales, ya sean de un bigotazo que dependiendo de la toma se muestra más o menos canoso o en forma de innecesaria avalancha previo rayo que deja atrapado al tren justo cuando está pasando (es mucho más efectivo y creíble que se topen con un tramo de las vías cortado por la nieve, nuevamente la sutileza), son junto con la música, tan efectiva como efectista, uno de los elementos que denotan las nuevas necesidades del siglo XXI.
No hace falta ser un avispado detective para haber deducido a estas alturas que estamos ante una película plagada de imperfecciones y también, paradójicamente, recomendable por los altos niveles de entretenimiento.
Aporta algo nuevo para muchos y motivos nostálgicos para otros tantos. Solo queda mencionar que el asesino es… Tendría gracia, ¿verdad?
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