Citaba en mi crónica costumbrista de la Almadraba del pasado domingo, entre otros nombres para el recuerdo, a un personaje singular del barrio donde lo hubiera, ‘El Chorlito’. Quién no conoció a este laborioso y sufrido hombre de la mar que un día, aburrido de navegar por nuestro litoral, “porque con la pesca no se ganaba ya nada, me vine a este terreno”.
Terreno que no era otro que el arenal de la playa de su Almadraba donde montó e hizo grande su popular chiringuito y su propio secadero de pescado, justo al lado de la iglesia del lugar. Y vean qué casualidad. Chorlito es un ave limícola que vive en las costas y que monta, precisamente, su nido en pleno suelo. Pero su apelativo no le vino por ahí.
-Como yo andaba siempre por el rebalaje y había unos palos que se llamaban de esta manera y por eso fue por lo que comenzaron a llamarme Chorlito y así hasta hoy.
Así me lo decía en una entrevista que le hice en vida para Canal Ceuta TV, que ahora rescato para recordar al tan peculiar y entrañable ‘Chorlito’ como, efectivamente, lo conocimos todos siempre.
-Yo me llamo Francisco, pero estoy acostumbrado a que todo el mundo me llame de esa manera. No me desagrada, ¡qué va!
Nuestro hombre llegó, como tantos otros laboriosos trabajadores de la mar del litoral almeriense, de la mano de su padre, un salador de pescado, cuando sólo tenía tres meses de edad.
-Todos aquellos marineros se vinieron para acá de Almería, porque aquí se ganaba mucho dinero, pero, conforme se fueron yendo, todo se lo llevaron para allá y, ya ves, de la Almadraba, ahora, sólo le queda el nombre.
Charlé gratamente en la playa junto a sus dominios, con este hombre de mar de 65 años con su cara visiblemente castigada y curtida por todos los envites del salitre, humedad, brisas y sol, reflejo inequívoco de centenares de horas de calado y sufrimientos.
-Tres folios en la Comandancia de Marina y las puertas al mar se me abrieron de par en par a la mar a mis catorce añitos.
"Llegó de la mar del litoral almeriense, de la mano de su padre, un salador de pescado, cuando sólo tenía tres meses de edad"
El suyo fue uno de nuestros últimos típicos chiringuitos de los de antes, de los de pie de playa. Rústico, modesto, económico, familiar y con el aroma del marisco y del pescado fresco y sus frituras en el ambiente. Calamares, salmonetes, pulpo, almejas, caracoles y toda clase de tapas. “Aquí nada de congelado, muy fresco, todo del día”.
Si renombrado fue su bar, qué decir de su propio secadero de bonitos y volaores a escasos metros de su tasca. Diríase que la marca era de auténtica pata negra.
“Soy el más veterano y lo puedo demostrar. Llevo medio siglo en esto.”
Francisco se lamentaba que no pudiera extender su producción conservera a otras especies piscícolas como palometas, sardinas, jurelitos… “Todo el pescado se sala, pero aquí nada más que quieren bonito, agujetas y volaores.”
"El suyo fue uno de nuestros últimos típicos chiringuitos de los de antes, de los de pie de playa"
Difícil y viejo este arte de los maestros salazoneros, pura tradición, maestría y esencia ceutí. Confieso haber intentado en un par de ocasiones el secado de un bonito con el resultado de otros tantos fracasos.
El pescado hay que salarlo bien, topearlo (quitarle la baba), la sangre, un lavado total para que no se pudra, especialmente la espina, y luego suerte con la moscarda, el terrible enemigo del proceso. “Como se te plante en él, se acabó el bonito. Pero a mí no me preocupa eso. Yo sé como arreglarlo. Ese es mi secreto.” Hablando de secretos, en un momento de la entrevista el Chorlito me dejó perplejo cuando sin mediar pregunta por mi parte, muy serio y convincente me espetó, así, como suena: “Yo tengo también gusanos contra el cáncer, los meto en un tarro y los vendo: un kilo y medio me compraron el año pasado”.
"Si renombrado fue su bar, qué decir de su propio secadero de bonitos y volaores a escasos metros de su tasca"
No duró mucho mi perplejidad cuando un grupo de chicas que seguían de cerca nuestra conversación comenzaron a reírse a cajas destempladas. Era el humor de Francisco, ese gag suyo que en ocasiones solía soltar a algunos clientes.
Muy valoradas fueron las delicias gastronómicas que salieron de su secadero, especialmente los bonitos que, decía, había que tenerlos antes de septiembre, porque luego “ya vienen gordos y tienen aceite. Aquí la gente los quiere delgados y para la Península los prefieren gordos, con aceite”. Llegado el invierno, una vez quedaba atrás la temporada del secado, nuestro hombre se dedicaba a trabajar otra de sus especialidades, la anchoa.
De lo que fue el bar Chorlito y su secadero no queda ya rastro alguno. Diáfano el suelo que ocupó, Medio Ambiente, con la demarcación de costas, acabó con una posible continuidad, cuando determinó que este tipo de establecimientos han de ubicarse en los paseos marítimos en lugar de los arenales de las playas. Ley que cuenta con el apoyo de los defensores del medio ambiente, para quienes “los chiringuitos causan múltiples daños a la dinámica del litoral”.
¿Qué diría de esa afirmación nuestro recordado Chorlito?