Miro a mi familia y confieso que nunca he visto otra igual, con sus marañas, idas y venidas a la felicidad y al mundo del infortunio, pero lo principal es esa unión tan bonita que no solo la percibimos nosotros, sino todos los que pueden o han tenido el gusto de estar unos instantes con nosotros.
Es un refresco en el desierto que tiene tanto éxito, que son la envidia de muchos que desean encontrar eso que se llama una buena familia.
Mi familia fue siempre muy pequeña, compuesta por mi hermana Macarena y mi padre Fermín.
A muy temprana edad nuestra madre se marchó de estar entre nosotros, yo tenía cinco añitos y mi hermana solo contaba con tres.
Quedamos huérfanos muy pequeños, pero fue gracias a nuestro amor entre hermanos y padre lo que nos hizo ser una nave en la que estábamos siempre juntos aunque tuviéramos compromisos.
Todo el mundo dice que mi hermana Macarena se parecía a mi madre y cuando la miro en alguna de las fotografías de los álbumes familiares, son como dos gotas de agua, aunque es cierto que mis recuerdos ya no existen sobre ningún momento que haya vivido con ella.
Mi hermana me decía que solo los ángeles son los que pueden venir a la Tierra, estar con nosotros y luego dejarnos, pero antes han sembrado una tierra tan fértil y buena que jamás ningún mortal hubiera podido hacerla igual ni tan buena.
Soñaba de vez en cuando con alguna foto que miraba y debo confesar que me hablaba y me revelaba anécdotas tan bellas que nunca tuve la osadía de contárselas a nadie, por si fuera pura fantasía mía, aunque yo hubiera jurado que eran pura realidad.
Mi padre era abogado y de los buenos, todos se peleaban por él y por este motivo siempre estaba fuera de casa, pero los instantes principales de levantarnos y de dormir allí estaba el presente con nosotros.
"Y, como es lógico, aparecían las lágrimas y los pleitos se esfumaban y aparecían los abrazos y gestos de amor familiar"
Me acuerdo que antes de irnos a la cama, aparecía como arte de magia mi querido padre, nos daba muchos besos, nos arropaba y nos contaba un cuento, que siempre era fantástico, como aquel donde los tres estábamos en una isla donde teníamos que sobrevivir todos juntos, luchando juntos, buscando comida juntos y haciendo todo en unión familiar. Éramos muy felices lo debo de reconocer públicamente.
Teníamos siempre sueños donde los protagonistas éramos alguno de nosotros y el lema era: “Siempre juntos”.
Cuando nos peleábamos siempre mi padre salía con la frase: “Me ha costado estar junto a vosotros, no lo echemos abajo por una tontería”.
Y, como es lógico, aparecían las lágrimas y los pleitos se esfumaban y aparecían los abrazos y gestos de amor familiar.
A mí me encantaba el fútbol y jugaba en equipos donde lo mejor que tenía era escuchar a los míos, Maca y mi padre dándome ánimos y aplaudiéndome continuamente, era muy reconstituyente.
Jugaba en la posición de medio centro, lo que le dicen de 5 argentino, y mi misión principal era de recuperar balones y luego subir la pelota y dar los mejores pases para que mis amigos, compañeros, jugadores pudieran hacer lo mejor que sabían hacer, buscar la portería contraria y materializar un gol, que al fin y a la postre es lo fundamental en este bello deporte que es el fútbol.
Todos me decían que era muy bueno, mas solo sabía que la que me lo decía con el corazón era tanto mi hermana Macarena como mi querido padre. En ellos sí que podía confiar plenamente.
Cuando iba concentrado para jugar fuera, lo único que buscaba era un teléfono para poder hablar con mi hermana y mi padre, era mi mejor reconstituyente y el ánimo y la euforia volaban solos.
A mi hermana también le gustaba el baloncesto, tenía una considerable altura, más que yo seguro, y lo hacía muy bien, tenía mucha agilidad y clase.
Yo también, cuando ella jugaba y podía, iba a ser su primer fan conjuntamente con mi padre.
"Unas pocas de medallas tenemos todavía de nuestros pinitos en cuanto al ajedrez"
Nos decían que éramos como gemelos, ya que cuando se ponía alguno malo, al instante también caía el otro. Era raro, pero nos pasaba, muchas veces jugábamos a ver lo que pensábamos, y era raro en no saber lo que estaba pensando nuestro hermano; éramos tal para cual, unos auténticos hermanos, lo que toda familia hubiera deseado para ellos, nos decían “Zipi y Zape”, yo era el rubio con los ojos oscuros.
Unas de nuestras cuidadoras, Amalia, nos infundió el juego del ajedrez que, la verdad, nos vino fenomenal para dar al traste con esos momentos muertos donde nuestro intelecto volaba por los aires y nos hacía pensar y buscar estrategias con un fin claro, ser el mejor; además, según ella, nos valía para el futuro donde lo principal era la educación, la concentración, tener buen comportamiento, a la vez de estudiar un arte - ciencia que nos repercutía en nuestra vida cotidiana y en las materias tan básicas como las matemáticas, ciencias y todas donde se debiera de tener un cuidado especial con el espacio tiempo.
Nos dio muchas clases un señor que decían era una eminencia en este juego. A nosotros la verdad que nos encantaba y cuando íbamos a representar a nuestro cole y ganábamos partidas eramos muy felices.
Unas pocas de medallas tenemos todavía de nuestros pinitos en cuanto al ajedrez.
Nos fuimos haciendo grandes y seguíamos siendo esos hermanos que nunca se podían separar, aunque la edad fue poniendo distancias, pero seguíamos nuestros acercamientos, tanto por teléfono, cartas, los veranos intentábamos coincidir en algún lugar de nuestras bellas costas españolas y así poder hablar de nuestras cosas, proyectos, etc.
Yo elegí ser abogado igual que mi padre, y la verdad que me ha ido muy bien, con la inestimable ayuda de mi padre como es natural.
Mi hermana se decantó con la psicología y es una de las mejores. Creo que tuvo mucha práctica durante el tiempo que estuvo conmigo, llevándome por el buen camino, con sus multitud de rescates ante mis innumerables dudas cotidianas, ella también tenía un apéndice en mis consejos.
Todavía tengo guardados en mis libretas, carpetas, unos pocos de versos de ella que la verdad que no tenían desperdicio.
Llegó la hora del partido
Los nervios eran compartidos.
Por mis grandes aficionados.
Mi padre y mi hermano.
Con ellos en el graderío.
Nada era imposible obtener.
Y yo solo hacía meter puntos.
Se los dedicaba a ellos.
Y ellos me aplaudían.
Y yo les lanzaba.
Todo mi amor.
Botaba y miraba
Y ellos estaban conmigo.
Que tranquila estaba.
Ya que no estaba sola.
Viva la familia unida.
Mi padre se marchó con ochenta y dos años, la verdad que fue una gran pena; uno nunca está preparado para estos malos tragos, pero por lo menos se fue sin haber sufrido, y nosotros nos quedamos nuevamente huérfanos, pero con solo saber que había visto a todos sus nietos creo que nos sentimos muy felices.
A los pocos días Juan Acosta, su mano derecha nos mandó una carta con unos vídeos donde destacaba “las 48 cartas que mi padre escondió”.
No comprendimos al principio nada pero la sorpresa saltó y fue muy grande.
"Recordaba a mis amigos, que siempre querían estar con nosotros ya que se sentían tan a gusto, dentro de ese cálido amor que se percibía en los cuatro costados de nuestra querida casa"
En los vídeos fue narrando que nuestra madre había adoptado a un niño, que tuvo nuestra tita Eloísa, ese era yo, y que lo trajo al matrimonio, luego tuvo a Macarena.
Era una gran bomba lo que nos había desvelado después de muerto nuestro querido padre, pero creo que la labor que hizo durante tantos años había sido positiva y, aunque al principio nos cayó mal, el amor que sentíamos ambos eso no se podía volver atrás; eso no había ningún tipo de género de dudas.
Y mi hermana al quite puso en una página lo que verdaderamente sentíamos los dos:
La verdad viene y se va.
Más si duele puede sentirse.
Pero lo que nosotros sentimos.
Es tanto amor.
Que nadie podrá quitárnoslo.
Y menos una acción.
De nuestra añorada madre.
Que fue compartida por papá.
Es ley de vida.
Y de ella debemos de aprender.
Muchas veces cuando me miraba al espejo, me sentía muy diferente, no me parecía a mi padre, con sus añitos, ni tampoco en fotos antiguas, tampoco podía parecerme a mi hermana Macarena, con sus ojos azules, su pelo moreno con ondulaciones, la estatura, mi con flexión de un gorila y ella de una modelo.
Pero igual que ahora, antes me importaba tres pitos y lo único que sentía era más amor hacia mi querida hermana, y miraba al Cielo y daba gracias a Dios por la familia que me había dado.
Recordaba a mis amigos, que siempre querían estar con nosotros ya que se sentían tan a gusto, dentro de ese cálido amor que se percibía en los cuatro costados de nuestra querida casa.
Las estrellas están en el firmamento y yo intento saludar a una que sé que me está mirando: “Hola mamá, te quiero de verdad; dale un beso a papá”.