Me temo, ya huele, que el término privado marcará la nueva línea a seguir de las futuras generaciones, cada vez menos impresionables y más difícil de pescar porque aprenden rápido y bien sobre cebos y disimulos. Nos titula un cebo facilón, capaz de transportarnos casi inmediatamente. Sin embargo, la connotación que encierra el término privado en estos momentos no está ligada como es de esperar a esa franja de edad capacitada para hacer y acceder a otras historias. Entre otras cosas porque cada vez tenemos menos alternativas y por consiguiente una horquilla menos amplia de movimiento.
Es irónico aunque de momento los fines sean bien distintos, que justo cuando los americanos pretenden instaurar una sanidad pública, nosotros estemos hablando de privatizar nuestra propia pensión para, según nos cuentan desde las alturas, complementar el seguro público y equipararnos al resto de países europeos.
En esas alturas justificar un nuevo movimiento significa recurrir a la comparación o jugar al despiste general, introduciendo lenta y públicamente sutiles monólogos donde, la mayoría de las veces por hastío, nos acaban convenciendo de estar en posesión de la política correcta. Además, los ocho millones de españoles que han apostado por esta garantía social de auto financiarse la jubilación son un regalo estadístico para avalar sus argumentos. La realidad mileurista de los nuevos adultos y adultos consagrados no parece a priori un obstáculo. La financiación es personal, la ironía es general, pero nosotros hemos sido debidamente informados de la necesidad de desconfiar del sistema. A parte de las peripecias para llegar al último día del mes, con seguro médico incluido, otra cuestión afincada en nuestras cartillas de ahorro por puro escepticismo, nos sugieren un apunte más para jubilarnos con dignidad. Me pregunto si después de dar tantas vueltas con la educación, también se apostará por el sector privado. Al menos Rodríguez Zapatero, por una vez y sin que sirva de precedentes, se ha declarado arropado por la economía española mientras muchos de sus ministros arquean más que nunca la ceja completamente escépticos. De todos modos la confianza de ZP en sí mismo se ha convertido en una utopía digna de ser cantada por Serrat.
A todos estos que circulan por nuestras calles peatonales molestando a los comerciantes y al tráfico rodado, deberían haberles explicado que si hubieran ahorrado un poco he invertido en rentabilidad fija y variable no habría necesidad alguna de portar banderas y soplar pitos. Ni increpar y molestar, porque nuestras calles gozan habitualmente de esa serenidad mediterránea tan nuestra. La algarabía nos crispa, nos desvela el sueño. A fin de cuentas, lo que quieren es trabajar y trabajo, lo que se dice trabajo, no hay. Ni dentro ni fuera del mostrador…
Las anecdóticas concentraciones se están convirtiendo día tras día en un hecho. Esperemos que su valor reivindicativo no se caiga por culpa de supuestos instigadores que necesitan más que ellos llegar a esos mostradores tan funcionales. Esperemos que esta repentina vocación de salir a la calle persista y se traslade a otros ámbitos de denuncia. Lo siento por los afectados. Quizás pertenezcan a esos ocho millones de españoles.