Ya se han quedado abiertos y vacíos los Sagrarios, pero hay gente que sigue ante ellos porque la Oración de esas personas sabe el camino hacia el Señor Crucificado para acompañarle y decirle lo que su alma siente. Es una soledad especial la del Viernes Santo; soledad que la ves y la sientes en muy diversas situaciones de tu vida. Cada persona vive esa soledad, a veces incluso física, de una forma especial; es su soledad y se aprovecha hasta en sus más mínimos detalles. La mente y el corazón viven para ella; es un verdadero tesoro que enriquece hasta el infinito la sensibilidad del alma mientras el tiempo pasa lentamente, pareciendo que casi se ha detenido mientras contemplas el leve parpadeo de una pequeña llama que mantienes encendida como homenaje y recuerdo permanente de una mujer que fue tu ser más amado.
Solas, sin compañía alguna, han sido esas horas vividas después que los Sagrarios quedaran vacíos y abiertos a la caída de la tarde en éste Viernes Santo. Es la primera vez que me ocurre y la experiencia nueva ha sido dolorosa, aunque rica en la intimidad profunda del alma. La mente, a su vez, se abre plenamente y se muestran, casi en vivo, escenas vividas a lo largo del tiempo pasado. Van apareciendo despacio esos hechos, con una cierta secuencia lógica entre ellos; es su ocasión propicia, la de la soledad, la de la nada, la de la inexistencia de algo que pueda entorpecer su presencia, con la que se motiva un estado de ánimo especial, de gran sensibilidad, que te permite vivir de nuevo lo ya vivido y, a veces, casi olvidado. ¡Cómo no agradecer a la soledad del Viernes Santo ese examen profundo y sincero de tu alma!
De alguna forma, como resultado de esas horas de soledad - incluso dentro de ellas - surge con fuerza la necesidad de seguir luchando para que la sensibilidad no se oscurezca, para que se mantenga viva y con fuerza fresca para poder percibir detalles de la vida que pudieran pasar desapercibidos por su sencillez, por esa poca importancia que se suele dar a las cosas - especialmente al sentir de otras personas - cuando no son llamativas a primera vista, cuando no van acompañadas de frases encomiásticas. Hay otras personas, muchas tal vez, que viven con frecuencia horas de soledad; que viven su vida como un permanente Viernes Santo. Nada hay como el consuelo al que sufre, aunque sólo sea con alguna palabra sincera de aliento, llena de amor del alma. No dejes al que sufre la soledad en su vida; dale un abraza y acompáñalo. Te sentirás mejor.
Es necesario vivir la realidad del Viernes Santo y cuando más se sienta la presión de la soledad, acercarse de nuevo al Sagrario vacío que te ayudará a sentirte menos solo. Te ocurrirá lo que le sucedió a esa persona -desconocida para mi - que al final de su experiencia escribió este soneto que copio a continuación:
Llegué a ti, Señor, triste y rendido / y tu presencia no me dio consuelo, / pues te vi tan maltrecho que mi duelo / acreció ante tu rostro dolorido.
Si yo sufrí, Tú, Nazareno, has sido / tal cima de dolor y desconsuelo / que, a pesar de tu gloria y de tu cielo, / siempre fui yo quien te ha compadecido.
Tengo envidia de ti, Crucificado: / del leño que al morir te cupo en suerte, / de la lanzada que te abrió el costado / cuando tu cuerpo ya colgaba inerte, / ¡de aquél anochecer anticipado / que ensombreció los cielos a tu muerte!
Esa compañía, aunque dolorosa - propia del Viernes Santo, lleno de dolor - hará que la soledad tenga un fundamento, el de reconocer que, por encima de todo, la compañía del Crucificado la necesitamos como ejemplo pleno de vida.