Sobre vivir o sobrevivir. Luchar o abandonar la lucha. Esconderse o mostrarse. Darse a la fuga o plantar cara
Hoy es el Día Mundial contra el Sida y escribir la historia es escribir varias historias que reflejan las entrañas de la sociedad en la que vivimos: prejuicios, miedos, lacras, desconocimientos y retos.
El sida llegó como una epidemia, como una enfermedad desconocida. No había respuestas a los síntomas, la medicina no sabía por dónde empezar, qué hacer, cómo diseñar un protocolo de actuación.
Comenzó atacando a homosexuales, drogadictos, prostitutas; luego fueron muchos más.
Se expandió por todo el mundo y la ciencia se puso manos a la obra buscando respuestas en los laboratorios.
Los homosexuales fueron señalados con el dedo acusador, con el desprecio, como los causantes de esta nueva peste que sufría la humanidad.
Dios los ha castigado, son inmorales, pervertidos, viciosos...Pero con el tiempo el sida traspasó todo tipo de grupos: ricos, pobres, hombres y mujeres; cualquier persona estaba sujeta a un riesgo potencial.
Hubo pioneros que empezaron a dar la cara, que se atrevieron a hablar de ellos, a salir a la calle, a manifestarse para gritar la necesidad de solidaridad, de apoyo, de exigir a los estados que tomaran cartas en el asunto.
Y así la cadena humana fue uniéndose hasta llegar a nuestros días.
Reconocer que se padece el sida es otro asunto pendiente. Seguimos plagados de un terror ancestral, a una ignorancia superlativa, no asumimos la convivencia normal con los que son portadores del virus porque ello implica meterse en una guerra invisible con la sociedad.
Los pasos de gigante no son suficientes porque la espada de Damocles se visibiliza en el inconsciente colectivo.
Informar, educar, prevenir conductas de riesgo, ser capaces de asimilar que el estigma sigue presente y no podemos abandonar las armas que nos ayudarán a combatir el cúmulo de
Díganlo en su trabajo, a los amigos, a la familia, a sus vecinos. Digan a los alumnos que padecen el síndrome, sáquenlo a la luz. Hablen, hablen y no se cansen de hablar. Este será el medicamento esencial para que podamos aportar nuestro grano de arena como individuos, como revolucionarios comprometidos a cambiar los paradigmas.
Las enfermedades mentales, el alcoholismo, la ludopatía, las adiciones y todos los tabúes deben salir del armario. Desarmar las muñecas rusas, las matriuskas, hasta llegar a la última que aparecerá como una figura insignificante que no tiene nada que ocultar.
Gracias a todos aquellos que se atrevieron a levantar la mano para que los viéramos, para que los escucháramos, para que les pusiéramos cara. Mientras existan seguiremos aprendiendo a ser mejores.