Uno elige a su equipo. Es una decisión importante porque cuando hay que enfrentarse a una batalla debe estar seguro de que los que tiene a su lado le responderán como uno espera. Hay que rodearse de los mejores para que, en los momentos complicados, uno esté seguro de que nadie le va a defraudar y todos van a estar a la altura de unas circunstancias que pueden ser buenas o malas. Y no les hablo de traiciones, porque esas existen hayas elegido a los buenos o los que creías buenos. Contra eso, de hecho, no se puede luchar porque en esta vida no te enseñan a distinguir el fiel del oportunista. Eso solo el tiempo, a base de puñaladas, te va posicionando en el camino a unos o a otros. Aquí hablamos de buenos, de gente que sepa estar a la altura de las circunstancias, demostrando que es algo más que un número. Con buenos equipos se llega a buen puerto.
Hay líderes que confiesan estar solos o, a lo sumo, pueden apoyarse en dos o tres personas que consigue sacar de la quema. El resto vale para lo que vale: hacer bulto; algo que queda muy bien en la foto pero que en la práctica sirve para bien poco.
Para un político, la confección de una lista termina siendo algo así como la temida Selectividad, en la que tenías que prepararte todo a la perfección para sacar la nota que te permitiera estudiar lo que siempre habías querido. Si el político no se equivoca, selecciona a su gente porque es válida no por atender la cuota cultural debida, ni las presiones de los grupos de poder, ni las amenazas de los chipichangas a los que se les termina pagando una nómina porque sí... podrá hacer frente a periodos dulces y no tan dulces con la tranquilidad de saberse arropado.
Son tantos los años de bobalicones y caprichos que hemos terminado asistiendo a la generación de partidos en las que las listas de los elegidos son cuando menos cuestionables. El ciudadano tiene su derecho a expresar abiertamente su idea sobre lo que ve, sobre las decisiones elegidas por Gobierno y oposición. Al ciudadano le puede gustar más o menos esa selección que termina dando forma a un arco parlamentario concreto, en el que se aprecia desde el diputado trabajador hasta el que se pega todo el pleno perdiéndose en la suerte de juegos de su móvil, tomándose una Coca-Cola a falta de las patatas fritas para creerse que ha quedado con la pandilla juvenil. El ciudadano puede lamentar lo que ve, pero el político que ha dado fuerza a unos y a otros tiene que asumir su parte de grandísima culpa por gustarle demasiado la época de dar el biberón.