Ceuta, como otras ciudades, celebró ayer el Día Internacional de la Infancia. Una forma de ordenarnos la vida marcando en el calendario jornadas para que nos acordemos que hay niños, que tienen derechos y que a los que un día lo fuimos nos toca dejarle el mundo medianamente arreglado. Así que la Ciudad sacó los juegos, las cabalgatas, las actividades y la alegría a la calle para prestar atención a esa generación venidera. Hoy todavía seguiremos con los actos y mañana las mentes pensantes y organizadoras ya estarán calentando motores para celebrar el día contra la violencia de género. Así que el día 25, como marca el calendario, nos tocará cambiar el gesto y hasta el discurso. Pasan los días, pasan las consignas y pasan las promesas en un mundo que no entiende de calendarios porque nos escupe a diario realidades a las que debemos saber hacer frente. Y la auténtica realidad que afecta a nuestros niños no pinta nada bien. Los déficit educativos son cada vez mayores, la locura de vida en la que hemos elegido apoltronarnos los padres cobra cada vez más revoluciones y la palabra valor ya no se encuentra en el vocabulario. Artificiosamente nos creamos un mundo en el que decoramos la infancia con obras de teatro, con cabalgatas de colores y con dibujos animados que convierten en estrella a Bob Esponja porque aquella Candy Candy de nuestros tiempos se la habrían comido en los de ahora. La realidad manda un tipo de atención a los más pequeños que no se resuelve con declaraciones de intenciones ni con juegos organizados. Está muy bien que hoy nos acordemos que resulta que hay un día de la infancia, pero si realmente somos capaces después de hacer que esos que protagonizan las fotografías e imágenes periodísticas de la jornada sean mañana hombres y mujeres con capacidad. Eso es algo que depende sólo de nosotros mismos. La pregunta es ¿lo estamos haciendo bien?