Opinión

Sobre arena movedizas

Ceuta está rara. Muy rara. Hace ya algún tiempo que el ambiente entre los ceutíes está teñido de un nostálgico pesimismo muy revelador. Aunque es cierto que cada cual elige su propio motivo para fundamentar la desazón. Motivos que no sólo no suelen coincidir sino que en muchos casos son incluso contradictorios. No hemos caído en este profundo desánimo colectivo de manera súbita, ni se debe a una sola causa, sino que es la consecuencia (más o menos previsible) de un lento proceso de progresiva descomposición, cuyo hilo conductor se sintetiza en aquella didáctica y concluyente expresión acuñada en los albores de nuestra transición. “Ceuta y Melilla son una cuestión de Estado”. Era una forma sutil de explicarnos que el futuro de Ceuta y Melilla, más allá de los discursos formales, quedaba en manos de los resultados de una negociación permanente con Marruecos. Los ceutíes nos rebelamos contra esta injusta traición histórica. Pero sucumbimos. Desde entonces hemos vivido un cuarto de siglo bajo un peculiar “síndrome de Estocolmo”, abrazando a quien mantenía secuestrado nuestro futuro consciente y deliberadamente. Asumido por ambas partes que estamos ante un asunto extremadamente delicado cuyo desenlace tendrá lugar a muy largo plazo, y cuya gestión está informada por la idea de “evitar conflictos entre países amigos”, las transformaciones se han ido produciendo subrepticiamente. Mientras nuestros gobernantes exhibían una falsa firmeza e intransigencia para consumo interno. Nada de esto era cierto. Una parte ha mantenido incólume sus pretensiones y otra ha renunciado abiertamente a las suyas (si alguna vez las tuvo). Nos hemos dedicado a arreglar “la casa”, poniéndola lo más bonita posible, a pesar de que todos sabíamos (aunque nos mentíamos a nosotros mismos) que ya “estaba vendida”. La resistencia a esta asunción de la derrota fue menguando con el paso del tiempo. Las prioridades fueron cambiando al mismo ritmo que el contexto sociopolítico. Y el engranaje social se fue reconfigurando improvisadamente en un proceso de adaptación impuesto por la fuerza de los hechos que trascendía a una voluntad colectiva inexistente. Así es la Ceuta de hoy. Un Ciudad en excitante estado de perplejidad. Intencionadamente ciega. Resignada. Siempre esperando. Aunque no sabe qué. Débilmente agarrada a unos deseos ilusorios cada vez más remotos e inasibles. Sin embargo parece que esa calma impostada se ha resquebrajado. Todos y todas tenemos la percepción (sensación, intuición) de que “algo está pasando”. Da la impresión de que esa “precariedad estable” en la que nos habían acostumbrado (obligado) a sobrevivir, también ha concluido su ciclo y ahora andamos sobre arenas movedizas.

La fórmula provisional, aceptada por las dos monarquías litigantes a modo de pacto implícito, se fundamentaba en dos ideas: suministrar abundantes fondos públicos para arraigar parte de la población, anestesiar conciencias, y garantizar mínimos vitales para desactivar revueltas; y al mismo tiempo, tolerar un viscoso y voluminoso trasiego de personas y mercancías por el espacio fronterizo, sin reconocimiento institucional y por tanto carente de legalidad, que generaba riqueza en ambos lados en una suerte de peculiar simbiosis (servía como una importante inyección al desarrollo económico del norte de Marruecos y permitía sofocar potenciales contestaciones sociales; y al mismo tiempo, era útil para sostener un cierto tejido productivo en el ámbito privado en Ceuta). Este plan ha durado aproximadamente veinte años. Parece que Marruecos ha decidido poner el punto final. Todo hace indicar que hemos entrado en una nueva fase. Todavía por definir. Al menos es lo que cabe deducir de los hechos, porque nadie es capaz de explicar con un mínimo de seriedad y solvencia lo que sucede a nuestro alrededor.

Es preciso partir de algunas premisas que la incontestable fuerza de de los hechos consumados ha convertido en axiomas. Uno. La política del Estado español respecto a Ceuta es invariable independientemente del partido que Gobierne. Es imposible encontrar un matiz diferenciador entre PP y PSOE en su forma de tratar los asuntos (importantes) de nuestra Ciudad. Dos. Las pretensiones anexionistas de Marruecos son indelebles, innegociables y persistentes. Tres. La estrategia de Marruecos respecto a Ceuta es asfixiarla económicamente con la intención de demostrar su condición de colonia, reforzar su apoyo internacional y debilitar la conciencia de la opinión española. Sólo espera elegir el momento más propicio para la ejecución definitiva. En ello influirán factores de orden interno (cuando esté en condiciones de minimizar el impacto negativo que ocasionará sobre su economía y sobre un tejido social muy castigado); y la percepción de la capacidad de respuesta del Estado español (aprovechando, por ejemplo, un momento de debilidad provocado por la crisis territorial-constitucional auspiciada por el conflicto catalán). Cuatro. La relación entre España y Marruecos respecto de Ceuta no es simétrica (es Marruecos quien ordena, quedando para España el triste papel de revestir con el mayor decoro posible frente a terceros las decisiones impuestas).

En este contexto se puede explicar sin esfuerzo por qué la grave “crisis de las colas” se prolonga desde hace más de un año ante una irritante pasividad de ambas administraciones. La protesta prácticamente unánime de toda la Ciudad, respaldada de manera expresa por todas las instituciones, no ha servido para cambiar un ápice la situación. La conclusión es obvia: la crisis del insufrible colapso de nuestro paso fronterizo está promovida y sostenida intencionadamente por Marruecos. Con el beneplácito, anuencia, connivencia o complicidad (que cada cual elija la expresión que considera más adecuada) del Gobierno español. No se puede entender de otro modo. Dos países que se llaman “hermanos”, que mantienen contactos casi a diario, que alardean públicamente de que las “relaciones se encuentran en el mejor momento de la historia”, y de que el grado de “colaboración” es total; no deberían tener mayor dificultad en pactar una serie de medidas menores que resolvieran el problema de miles de personas y de la propia Ciudad en su conjunto. El silencio del Gobierno español (de éste y del anterior) lo delata como cooperador necesario para el estrangulamiento.

Así estábamos cuando comenzó el problema ocasionado por las entidades bancarias. De repente, sin causa aparente, objetivamente hablando, unas instrucciones “anónimas” (ilegales) ponen otro “palo en las ruedas” del sector privado de la economía de Ceuta, concretamente en la actividad desarrollada con compradores (turistas) marroquíes (el único que queda en pié). ¿De un día para otro, honrados empresarios se convierten en peligrosos delincuentes? La respuesta del Gobierno español es tan decepcionante como reveladora. La fingida ignorancia y la culpable indiferencia ponen de manifiesto una clara intención no confesada de “acompañar” el proceso de desmantelamiento del entramado comercial transfronterizo.

No obstante, aún cabía albergar alguna duda al respecto. A pesar de las más que consistentes evidencias, en un ejercicio de impenitente optimismo, podríamos imputar a la casualidad la coincidencia de estos hechos. Podríamos llegar a creer, abusando de nuestra ingenuidad, que no obedecen a un plan predeterminado.

Sin embargo, se ha producido un nuevo episodio que, a mi juicio, introduce un cambio cualitativo en el diagnóstico, porque despeja toda duda razonable sobre la existencia de una acción planificada. Marruecos ha decidido unilateralmente cerrar la aduana comercial que mantenía desde hace más de sesenta años con Melilla. Una decisión de esta naturaleza no se adopta de manera cuasi clandestina en el mes de Agosto y sin una comunicación previa al “país amigo”. Esto ya no puede ser otro dardo del azar. La reacción del Gobierno español lo prueba de manera taxativa. Si hubiera sido cierto que “no sabía nada”, la respuesta debería haber estado en consonancia con la gravedad de lo acontecido (es una flagrante ruptura el principio de buena fe, intolerable en términos diplomáticos). Y sin embargo no ha habido ni una declaración institucional. No ya una condena, una exigencia de rectificación, o una solicitud de explicación. Ni siquiera un escueto pronunciamiento. Tan sólo un clamoroso silencio asaz elocuente por sí mismo. Evidentemente, el Gobierno español tenía perfecto conocimiento de tan tajante decisión. Y la ha aceptado sumisamente. Como siempre. Ahora sí que la conclusión parece clara. Se ha fraguado en secreto un consenso (otro) entre España y Marruecos. Se acabó el comercio transfronterizo. Pero tampoco pasa nada. Este año nos han aumentado la bonificación del impuesto de la renta hasta un sesenta por ciento; y podemos viajar hasta Algeciras por ocho euros. Comienza a esbozarse la Ceuta concebida como una versión ampliada y corregida del “Peñón de Alhucemas”.

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