Iba paseando por el borde del mar. Era de noche. Aunque había estado en el avión más de catorce horas no podía dormir. Las pastillas que me había tomado para dormir me evitaba que ahora pudiera permitir estar en brazos de Morfeo. Creía que el cansancio físico podía ayudar. Pero era una teoría. De repente vi algo moverse en el mar. Estaba a oscuras y por eso mi visión fue haciéndose un poco más aguda. Era seguro una mujer. Tenía el pelo largo. La observé como nadaba. Era un perfecto estilo de cros. Y llegó hasta donde yo estaba. Se puso de pie y la vi. Me quedé de piedra a parte de su cuerpo perfecto, sus ojos eran de un color claro. Yo creo que eran verdes. Pero estaba oscuro. Le di las buenas noches y ella me dijo también lo mismo.
Me preguntó, ¿que hacía por aquel lugar?
Y yo le dije que pasear. Que había llegado a la isla hacía un par de horas y debido al cambio horario no podía dormir. Ella me sonrió y me habló de una isla muy pequeña que había a un par de kilómetros de donde estábamos. Que le encantaba el lugar y por eso iba casi todos los días allí. La forma era la más ecológica y barata, nadando. Tardaba casi una hora pero merecía la pena.
Yo la verdad que estaba maravillado con su presencia, aunque le seguía la conversación no podía pensar. Estaba extasiado, maravillado, tocado por un prematuro embobamiento. Pero es que era una joya que nunca había tenido el gusto de ver en mi vida.
Se notaba que quería estar conmigo, pero a la vez tenía un poco de prisa. Intenté que me diera su número de teléfono. Pero salió corriendo. No pude resistir el ritmo que imprimió y me quedé atrás. Pero vi que iba en dirección a mi hotel. Me fui recuperando poco a poco, pero decidí buscarla.
Pero ¿cómo lo haría?
Eso debía de ir ideándolo poco a poco. Pero tenía un límite de tiempo diez días que era el límite, los mismos de mis vacaciones.
Pude conseguir dormir a eso de las seis de la mañana.
Me levanté sobre las diez y lo que hice a parte del desayuno fue buscar dentro del hotel a mi muñequita, también lo amplíe por el exterior. Pregunté a todo el que sabía hablar en inglés y en español, pero nadie la había visto. Solo pude ver muchas con similitudes parecidas, pero con muchos años luz de desventaja. Ya estaba colada por ella y eso que solo había hablado unos minutos con ella. Pero una aventura era lo que yo esperaba de estos momentos.
Un hispano nativo de estos lares tuve el privilegio de entablar una pequeña relación y con la confianza le expuse lo que sabía. Una isla cercana preciosa a poco tiempo a nado de allí. Pero me negó tal lugar. Fue cuando mis dudas de poderla ver de nuevo me corrieron por mi mente. Pero no podía caer en el desaliento y no me quedé quieto. Alquilé una barquita con un pequeño motor y me puse a explorar los alrededores de la costa donde había visto a mi explendida visión. Pero nada. La isla más próxima según mis informadores estaba a casi veinte minutos en barco, pero estaba poblada y tenía los mismos intereses vacacionales. Luego también la descarté. Eran muchos los palos que había tenido pero lo principal era que estaba de relax y no tenía nada más importante que hacer.
Estando en el bar después de la cena hablé con otra persona que llevaba mucho tiempo allí y sin venir a cuento me contó la historia siguiente.
De vez en cuando las sirenas, que son muy curiosas, salen del mar y buscan cachondearse de las personas que andan por el borde del mar. Intentar encantar con sus lindas medidas a algún incauto que esté por el lugar. Buscan a solitarios y personas que no están acompañados. Es su hobby.
Me quedé de piedra. Pero los días se iban y aunque intenté pasear por las noches por el mismo lugar no había tenido la suerte de encontrarla de nuevo. Era una posibilidad que la historia que me contó ese hombre fuera verdad y que yo fui el tonto elegido por esa sirena.
Que buenos recuerdos tendría toda la vida de esos momentos vividos. Eso era lo que me había llevado de esta visita a este lugar remoto del mundo.