Es muy difícil encontrar una explicación racional a muchas de las cosas que suceden en la vida pública de nuestra Ciudad. Los comportamientos y actitudes de la inmensa mayoría de quienes voluntariamente participan en su desarrollo, se apartan sideralmente de la lógica con más freacuencia de la tolerable y en asuntos de indubitada relevancia, haciendo cimbrear las bases del pensamiento común sobre el que pretendemos vivir, y sembrando consecuentemente una inquietud castradora de esperanza. Se atoja como imprescindible desentrañar las claves de esta singular desviación con la intención de corregirla, si nos queremos plantear con seriedad la (re)construcción de Ceuta.
Hace muy pocos días hemos tenido (otra) ocasión de comprobar este hecho. La islamofobia, definida como el temor o los prejuicios hacia el islam, los musulmanes y todo lo relacionado con ellos, es un fenómeno que recorre toda Europa ante la preocupación generalizada, tanto de la clase política como de la ciudadanía en su conjunto. La construcción de un “sentido común islamófobo”, de la que participan tanto la derecha como la izquierda, comenzó hace algunas décadas, tuvo un punto de inflexión con motivo del atentado de las torres gemelas; y se ha intensificado a raíz de los atentados perpetrados por el llamado “terrorismo islámico” en algunas capitales europeas. Según explicó el filósofo Santiago Alba Rico, en una brillante conferencia impartida en el Salón de Actos del Campus Universitario, se trata de un proceso dividido en tres fases: en primer lugar se reduce la multiplicidad a la unidad (la evidente diversidad existente entre mil cuatrocientos millones de personas que profesan el islam, se hace desaparecer hasta convertirla en un pensamiento único y hermético); a partir de ahí, se convierte en “enemigo”, atribuyéndole la intención de destruir los valores de occidente; para terminar asignándole la condición de “inasimilable” por las sociedades democráticas. La conclusión es que la “única” solución posible es la “erradicación” o “expulsión” del islam de la civilización democrática. Este es un mecanismo mental idéntico al que activó el holocausto nazi en su día. Guarda un paralelismo tan asombroso como estremecedor. A pesar de la evidente falsedad de los argumentos que sustentan tan dramática elucubración, fácilmente desmontables desde un honrado contraste con la realidad, lo cierto es que se extiende a gran velocidad, ganando adeptos por días, y enraizándose ya en proyectos políticos reconocibles por esta característica. Como bien refería el citado orador, “hay que tener mucho cuidado, porque la verdad y la mentira están hechas de idéntico material”.
La islamofobia, culturalmente violenta y disgregadora por naturaleza y definición, es un auténtico peligro en una sociedad (la occidental) irreversiblemente multicultural, y nos aboca a conflictos y tensiones de muy incierto desenlace. Es por ello que en muchos lugares de Europa (y de España) se ha iniciado una movilización pedagógica para combatir la islamofobia. Se trata de poner al descubierto las falacias que se esconden tras un producto intelectual auspiciado por el odio y alimentado por la ignorancia y el miedo. La lucha contra la islamofobia constituye, hoy, un elemento central de la construcción de la Europa social. Porque sin favorecer la plena integración de todos los ciudadanos y ciudadanas que viven en Europa, desde el más escrupuloso respeto a la cultura y las convicciones de cada cual, es imposible hablar de “la Europa de los valores democráticos y los Derechos Humanos”.
Si esto es así con carácter general, trasladémonos por un momento a Ceuta. Si combatir la islamofobia es importante en España (en la que residen más de dos millones de ciudadanos que profesan el islam), en Ceuta se convierte en una necesidad acuciante, inaplazable. Y sin embargo, no lo piensan así quienes ostentan la mayoría política. El PP (mal acompañado) rechazó en el Pleno de la Asamblea una propuesta para “crear un Grupo de Trabajo para elaborar un Plan de Lucha contra la Islamofobia en Ceuta”. Suficientemente abierto, sin condiciones ni predeterminaciones, para que todos cupieran. Lo peor no es la frustración de una idea que podría ser tremendamente útil para la Ciudad, sino el argumento en que apoyo el voto contrario: “en Ceuta no existe islamofobia”. Y es aquí donde se quiebra la razón. Sobre esta cuestión se podrán mantener posiciones discrepantes. Sobre sus expresiones, su intensidad, su extensión, su alance y profundidad… pero negar su existencia es, sencillamente, irracional. Podríamos pensar que todos (o la mayoría) los miembros del Gobierno y del PP son rematadamente idiotas e incapaces de conocer la Ciudad en la que viven. No parece que sea el caso. La otra opción, la única posible, es que niegan la realidad de manera consciente y deliberada. ¿Por qué actúan así? Por interés electoral (creen que la mayoría está subida en esa ola y temen que les retiren el apoyo), porque no consideran maduro al pueblo de Ceuta para afrontar un debate de esta magnitud; porque “dan Ceuta por perdida” y no merece la pena hacer ningún esfuerzo por solucionar sus problemas… Sea cual fuere el motivo, lo que no admite discusión es que están infligiendo a Ceuta un muy duro castigo, porque están obstruyendo toda posibilidad de regeneración. El PP, así como otros partidos políticos similares en su conducta respecto a estas cuestiones, sigue sin entender la gran responsabilidad que tiene en una coyuntura crítica para el porvenir Ceuta. No es tan complicado: sinceridad, honestidad y razón.
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