Sin riñón, pero feliz

A principios de diciembre, José Ruiz Ruiz, de 63 años y ceutí, subió a las Cuevas de Hércules junto a Tánger. Era su último deseo antes de que le tuvieran que amputar la pierna por la diabetes.

Ahora apenas sale de casa, puesto que vive en un piso sin ascensor y tienen que ser o la cuidadora o las voluntarias de Alcer las que le bajan a pulso. Y eso después de haber pasado casi todas las Navidades en el Hospital, porque era la manera más segura de que no se pasara por la dieta.
“Tengo dos dietas. Una por la diabetes y otra por la diálisis”, explica con cierta resignación, ya que no es precisamente un amante de las verduras (lo que peor lleva de la dieta), y no puede comer ciertos alimentos. “La época del año que menos me gusta es la Navidad. Me encantan los polvorones, el turrón... y no puedo”, añade.
Y todo por esa máquina a la que hoy tendrá que acudir, porque va día sí y día no. Ayer no tocaba, y nos recibió en su casa a la que, en efecto, había que acceder subiendo varios pisos de escaleras. Allí vive con su madre (de 99 años) y con una cuidadora. Espera que, después de lo de la pierna, le den por fin la ayuda de la Ley de Dependencia. Pero sobre todo espera que le den un piso desde el que pueda salir a la calle sin tanta ayuda.
Lo que no espera porque sabe que es imposible es un riñón que le aparte de la máquina de diálisis, a la que acude día sí día no. Diabetes, problemas cardíacos, de visión, la pierna... demasiado problemas para una cirujía que dura, como mínimo, cuatro horas. El día del reportaje, ayer, no toca, y por tanto puede recibirnos en su casa. Admite que no se ha cuidado, y que no le dio mucha importancia a la diabetes. Que quizá podría haber prevenido algo de lo que tiene.
Lleva trece años con la diálisis y en Alcer (Asociación de Lucha contra las Enfermedades Renales), unos cinco, es de los primeros que se apuntó. Pero antes de ello tuvo que sacarse el carnet de socio de la ONCE, motivo que le llevó a la prejubilación tras haber trabajado como 22 años en Transmediterránea de camarero. “Tenía que servir el agua o el vino, y la echaba fuera del vaso o de la copa”, recuerda. La diabetes le había dado el primer aviso, que no sería el último. Un poco después, sucedió lo de la diálisis.
“Al principio muy mal, pero luego te acostumbras. Ahora me duermo en la máquina”, explica. Tiene suerte, porque la fístula, en su brazo izquierdo, le sigue funcionando a la perfección y no hay necesidad de que se la cambien por un catéter, lo que sería más agresivo.
De Alcer recibe el calor humano de Maria Ángeles y Fátima, además de que ellas son las encargadas de ayudarle en la mayor parte de tareas diarias que no puede llevar a cabo porque no puede salir. Eso sí, quiere conseguir una nueva casa, pero lo más cerca posible de la actual, para seguir saliendo con los amigos.
Según resalta Mariángeles, “se apunta a todo, llama a todos los concursos, va a cualquier cosa que haya, sea lo que sea”, explica. “Llama la atención que otras personas que están mejor que él se lo toman a peor y él no”.
Carnavalero entusiasta, ha ganado varios concursos de disfraces, como en el año 2002 cuando fue de peregrino. “Ojo, que es de verdad el traje, no es de disfraz”, explica. Igual que el año que se disfrazó de cardenal. “Yo prefiero ir individual”, explica. Así que este año no se ha tomado muy bien lo de quedarse en casa. “Yo siempre voy, y me conocen. Por ejemplo, llego a la Mejilloná, y como me conocen no tengo que esperar fila”, dice sonriendo.
No pierde la esperanza de conseguir, de algún modo, una casa que le permita valerse por sí mismo.  Aunque sabe que sus pequeños excesos, sobre todo culinarios, le han costado caros, no pierde la capacidad de divertirse. ¿Qué hay que ir a diálisis en pleno carnaval? Pues se va disfrazado, como ha hecho casi todos los años. Eso sí, como advertencia del Día Mundial del Riñón, que se celebra hoy, dice: “A los jóvenes, que se cuiden. Que no fumen, y que no beban mucho”.