Nada cambia en la frontera sur. Nada cambia porque es tal la desesperación que hay a ambos lados del Tarajal que la palabra riesgo se difumina en esa lamina de agua que separa Ceuta de Marruecos. Este domingo ha muerto un joven marroquí cuando quería cruzar a Ceuta. El sábado moría otro compatriota que, estando atrapado en la ciudad, quiso salir a nado por Benzú a Beliones. Murió en el intento. Vestía solo ropa de baño. Hombres muertos, vidas truncadas en el mar. Pues bien esta noche siguen los intentos de escapada. Un joven ha salido a la carrera en dirección a Marruecos bordeando el espigón, primero corriendo, después nadando. No hay temor a lo que pueda pasar porque la desesperación es tal que solo hay un pensamiento: huir, escapar, hacia un lado o hacia otro. Lo que está pasando a pie de frontera, las muertes, las desapariciones deben conocerse para que se tenga una visión real de en qué se ha convertido el espacio entre fronteras: en un espacio de miedo, de tragedia y de tensión. A diario las familias de los que faltan denuncian sus pérdidas, no tienen información y eso es lo más duro. Esta noche, tras la huida de un atrapado se ha repetido la escena que viene teniendo lugar en estos días atrás, sin tener miramiento del peligro que corren, de la situación de riesgo a la que se enfrentan. En las últimas semanas han desaparecido tres amigos de Beliones y además se echa en falta a vecinos de Marruecos. En todos los casos coincide una clave: manifestaron que seguirían la ruta de los espigones, la más temida y peligrosa. El temporal de estos días ha convertido en acción mucho más peligrosa cualquier tipo de fuga. Pero a pesar de ello se repiten los patrones de conducta que comenzaron a hacerse fuertes una vez que Marruecos ejecutó, antes que España, el cierre de la frontera.