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“Siento Ceuta como si fuera una cárcel, no puedo hacer casi nada”

Hace ocho meses sonaba un móvil en Estambul, la ciudad más grande de Turquía, con 20 millones de habitantes. Entre la marabunta de personas que paseaban por sus calles, Eyup recibía una llamada de su jefe; tenía que ir a Ceuta a ‘esperar’ en un barco llamado Rhone.

Llegó así a una pequeña ciudad de apenas 80.000 habitantes de la que no podía salir bajo ningún concepto, porque si hacía una visita a Marruecos el pasaporte no le dejaba volver a su puesto de trabajo, y ni siquiera podía embarcar a Algeciras. Una cárcel, en sus propias palabras.
Ocho meses después, está a una semana de volver a su casa. Después del reencuentro con su novia, con la que lleva varios años, se hará su decimotercer tatuaje. Será un águila en el pecho o un dragón en la espalda, aún no lo tiene decidido; el decimosegundo fue un ángel. De todas formas, Eyup tendrá tiempo para pensarlo; desde hace cuatro meses es el único tripulante del quimiquero Rhone. “El trabajo es fácil, consiste en esperar, pero me aburro”.  
Eyup no pertenece a la tripulación original del barco, que atracó, hoy hace un año, en la cara de poniente del Muelle España, puesto que no se podía garantizar su seguridad. Aún se puede ver el banderín azul y blanco que indica el precario estado del barco en el código internacional.
Sobre todo, esta experiencia le ha hecho tomar una decisión: jamás volverá a ser marinero. Intentará dedicarse a lo que de verdad le gusta, tatuar, y hacerlo en su casa, con su familia y con sus amigos. “Es pequeña, no hay muchas cosas que hacer”. Y, sobre todo, acumula unas pocas experiencias negativas.
La peor de ellas, la más cotidiana: tiene que dormir en el barco, en unas habitaciones que se quemaron y ahora están ensuciadas y negras. No tiene cocina, lo que le obliga a realizar casi todas sus comidas fuera. Y tampoco tiene electricidad, porque el generador está roto desde el comienzo. Una pieza que intentó arreglar pero que no ha podido a pesar de sus cuidadosos conocimientos de mecánica. “No tengo el equipamiento para hacerlo, sé qué es lo que está mal; ahora no puede navegar, pero podrá hacerlo en un futuro”.
“A veces voy a un bar, otras veces al McDonalds, por las noches de vez en cuando voy a los bares a bailar... no conozco mucha gente, es difícil”. Y aún más cuando apenas chapurrea español y el inglés es la lengua que mejor domina. Entre los pocos amigos que ha hecho en estos meses, Aslan, otro turco que vive en Ceuta.
Los problemas han venido también por la baja seguridad. “Cuando me quedé solo, hace cuatro meses, debieron pensar que soy vulnerable. Una vez entraron en mi barco varias personas, pretendían quedarse. Llamé a la Policía y no hizo más que pasar, mirar, y largarse. Acabé echándolos amenazándoles con un palo”, cuenta mientras desayuna en la cafetería de todos los días, muy cercana al Puerto.
Algunas de sus pertenencias también han sufrido un desafortunado destino. “Me han robado tres veces, sucedió hace un mes aproximadamente. Lo más valioso que me quitaron fue un equipo de radio. Creo que lo que pasa en realidad es que ven que soy vulnerable porque estoy solo, o al menos se creen eso”, relata. Por lo menos, su portátil está en la casa de su amigo. Además, es uno de sus grandes métodos de ocio: “Chateo, paso mucho tiempo en Internet ya que el aparato tiene conexión”. La red es el único sitio por el que navega actualmente este marinero que llegó por casualidad a la profesión, cuando estaba en paro y un amigo suyo se lo propuso. Pero nunca había estado tanto tiempo fuera de casa. “Un viaje normal son diez días, o como mucho un mes”, cuenta. E incluso en esos cortos periodos de tiempo le ha dado tiempo a pisar lugares tan distantes como Japón, Buenos Aires, o Filipinas. “Al menos, el trabajo es fácil”. Lo único que tiene que hacer es matar el tiempo. Si bien la dieta no es todo lo buena que pudiera, acude frecuentemente a nadar a la playa o a correr o a andar. “¿Y por qué aceptaste venir aquí?”. “Soy un profesional, es mi trabajo”. Por poco tiempo.

Nueve marinos a la espera de comenzar las reparaciones: En el otro barco atracado en la cara de poniente del Muelle España, nueve marinos de India y Sri Lanka han estado esperando para poder hacer algo. Trabajan para un armador nigeriano y esperaban a que la empresa interesada en comprar el Rhone lo hiciera, con objeto de repararlo. El técnico mecánico y Eyup hablan el mismo lenguaje, y saben a la perfección qué hacer. “El barco podrá navegar, lo podremos arreglar”, asegura el responsable de los indios, que hoy vuelve para su país. “En cuanto se arreglen y lo compren, volveré y podremos arreglarlo. Por ahora, no queda otra cosa más que esperar”, afirma este otro marino que ha permanecido un mes en Ceuta, por si había suerte. De los daños, el más serio que tiene el Rhone es del generador, ya que carece de electricidad. Pero hay más. Como el estado de  las habitaciones y los camarotes, que quedó seriamente dañado por el incendio que se produjo en el barco. Además, el actual propietario no ha dejado que los indios toquen el barco, en tanto en cuanto no se termine de concretar el traspaso de la nave, momento en el que se podrá comenzar a pensar en hacer algo y la salida del Rhone de Ceuta será, únicamente, cuestión de tiempo.

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