La media naranja”, esa imagen metafórica tan tópica que muchos usamos para referirnos al cónyuge, constituye, en mi opinión, un error de interpretación y, lo que es más grave, una concepción de la pareja seriamente peligrosa. Aunque es cierto que algunas mujeres y muchos hombres buscan y encuentran un consorte que complete sus carencias, compense sus deficiencias, corrija sus defectos y solucione sus problemas; aunque es frecuente que se explique la unión matrimonial como una fórmula para nivelar los desequilibrios psicológicos, culturales y hasta económicos, también es verdad que la experiencia nos demuestra que esta receta compensatoria aboca, en muchas ocasiones, a la frustración personal y al fracaso familiar.
No pongo en duda que el ser humano es esencialmente imperfecto, indigente, incompleto, defectuoso y necesitado. Estoy de acuerdo en que, para “realizarnos”, para llegar a ser nosotros mismos, requerimos la ayuda de los demás, pero opino que esta colaboración, más que a remediar nuestras carencias o a aliviar nuestras dolencias, ha de contribuir a que cada uno despliegue todas sus facultades, supere por sí solo sus dificultades, alcance sus metas y logre su peculiar plenitud. Como suele repetir María del Carmen, “los seres humanos -cada ser humano- hombre o mujer, joven o anciano, soltero o casado, no somos seres mutilados, sino que somos o debemos llegar a ser unos proyectos completos y unas obras acabadas”. Cada uno de nosotros encierra en lo más profundo de sus entrañas un diseño propio y un plan diferente que, con la ayuda de todos los demás acompañantes y compañeros, ha de desarrollar y cumplir. El proyecto común de cualquier grupo de personas -sobre todo de las que integran la unidad familiar- vale sólo en la medida en la que sirve para facilitar que cada uno de sus miembros identifique y construya su modelo singular; para que viva su vida y para que logre su bienestar. Los cónyuges no somos medias naranjas, somos... naranjas enteras.
Querido amigo, completamente de acuerdo con todo lo expresado en tu primer párrafo, ya que, como les digo muchas veces a mis hijos, "la felicidad no nos viene de estar solteros o casados" sino de aceptar y aceptarse al otro y a nosotros mismos, tal como son y tal como somos, sin esperar cambiar la realidad exterior, si antes no cambiamos nuestra realidad interior.
En cuanto al segundo párrafo, el apunte señalado por María del Carmen sobre el hecho de que no somos seres mutilados, me ha recordado el cuento de (El Elefante encadenado). Y sí, comparto plenamente todo lo que refieres, porque conociendo mis carencias emocionales y mis limitaciones, no concibo otra forma de crecer como ser humano, que no sea a través de una actitud solidaria de donación, de complementariedad y de respeto hacia el otro.
El problema que encuentro en desarrollar un proyecto común y singular para los integrantes de una unidad familiar, es que, el modelo tradicional de familia (con todos sus carencias) está siendo absorbido por otros modelos que tampoco generan expectativas de bienestar. Y esto puede influir en sus miembros a la hora de lograr esa identificación.
Gracias por tan magnífico análisis: Nando.
Es verdad, estimado José Antonio, si buscamos en el otro la compensación de nuestras carencias, perdemos la oportunidad de desarrollar todos nuestros potenciales.
Esos potenciales son -deberían ser- llamadas inexcusables para que sigamos creciendo. Muy agradecido. José Antonio
Nuestros potenciales -estimada Luisa- son exigencias ineludibles para seguir creciendo, para lograr la ancianidad y para evitar la vejez. Gracias. Cordialmente, José Antonio