Opinión

Serenos

MDyC proponía en el pleno de esta semana la recuperación de la figura del sereno. Por salir a la palestra que no quede, pero la unanimidad de los votos negativos de gobierno y oposición, rara avis, dieron al traste con la iniciativa. Aún con la que está cayendo en el tema de la inseguridad ciudadana, duda uno también de que los serenos, con ninguna otra función que la de avisar a la policía caso de avistar cualquier hecho delictivo, pudiera ser de utilidad. Es más, como también se dijo en esa sesión, con el precedente de otra iniciativa similar de hace años que se puso en marcha y no resultó.
La ciudad es la que es y los tiempos son otros. Hombre, eso sí, como nota romántica o nostálgica a uno le ha resultado grato evocar la figura de antiguos servidores de la noche ceutí, en tiempos cuya presencia en nuestras calles era poco menos que imprescindible. Necesaria y respetada, oiga, en aquella pacífica ciudad tan distinta y tan distante de la actual.
Como grupo de vigilancia urbana nocturna, el desaparecido cuerpo de serenos se creó en virtud de un R.D. de 1834, si bien hay antecedentes de algo parecido en 1765. En determinados lugares se mantuvieron hasta 1977, siendo el embrión de las policías municipales en localidades de más de mil habitantes. En el caso de Ceuta y para asumir esas competencias en materia de vigilancia urbana se recurrió, en principio, a un grupo de serenos, labor inicialmente desempeñada por desterrados hasta la creación, en 1863, de un grupo de serenos voluntarios, que constituirían formalmente tal policía municipal.
A lo largo del pasado siglo nuestros vigilantes nocturnos pasaron por muchas vicisitudes. Durante décadas vivieron de las propinas de los vecinos o de los comerciantes al prestarles algún servicio, además de una mínima gratificación del Ayuntamiento. Desamparados casi totalmente de seguridad social, a su jubilación quedaban desprotegidos sin derecho a prestación alguna.
El sereno siempre fue un personaje querido y valorado por los ceutíes. En épocas en las que eran poquísimos quienes disponían de un teléfono y menos aún de un vehículo con el que desplazarse en casos de urgencia, o cuando cerrados a cal y canto los portales en horas nocturnas y no existiendo los porteros automáticos o instrumento similar, allí estaban estos hombres. Desafiando al frío, a la lluvia o a los maleantes de turno, bastaba dar un par de palmadas o reclamarlos a viva voz para que de inmediato acudieran a la  llamada.
Los recuerdo por mi calle de la Marina con su lanza, sus porras, sus enormes linternas y sus descomunales manojos de llaves con las que abrir el portal a quien se lo requiriese. Su impresionante imagen con sus peculiares gorras y sus oscuros y largos capotes de lana en la lóbrega calle de entonces, impactaban en mi mirada tierna de niño un profundo respeto, cuando no de cierto pavor que se transformaba en una incontenible curiosidad al oírles sus peripecias cuando al cerrar mi padre su establecimiento, ya bien avanzada la noche, solía invitarlos a su doble copa de coñac con la que aliviar el frío.
Los serenos, como digo, se requerían para las más heterogéneas necesidades: buscar un médico, a la comadrona o al practicante; informar de la farmacia de guardia o acompañar hasta la misma a quien lo precisara; avisar al sacerdote para administrar el viático a algún moribundo, a los bomberos; auxiliar al borracho o a quien demandase auxilio; abrir portales o apagar escaparates; a pacificar las reyertas callejeras o mantener a raya al delincuente de turno, solo o con el compañero más próximo al que podían requerir con los potentes silbatos con los que se comunicaban; a vociferar las horas e informar del tiempo reinante en ese momento… Es más, se cuenta también como, en ocasiones, la autoridad civil o religiosa llegaba a requerirlos como “testigos de la vida ejemplar o perversa” de determinados ciudadanos.
Llegaron a ser una veintena, uno por distrito. Valgan como recuerdo algunos nombres de los más conocidos de la mitad del pasado siglo, los Antonio Rivas Reche, Antonio Moyano, Fernando Valero de Haro, Manolo ‘El Lanza’… Desaparecieron a principios de los setenta, cuando se les hizo funcionarios municipales, merced a un decreto del Consejo de Ministros.
Los serenos han vuelto en Gijón. Establecidos en régimen de cooperativa, suman unos dos mil efectivos, para atender principalmente la vigilancia de comercios, comunidades de vecinos y también para la atención del floreciente turismo de la ciudad. No es precisamente eso lo que se planteó en el pleno de marras. Los serenos son ya parte de nuestra historia. Lo que ahora demanda esta Ceuta actual tan insegura es más policía, cuando menos para completar el número de efectivos perdidos recientemente. Servidores del orden con toda su legítima autoridad, profesionalidad y las competencias pertinentes. Pero ya, vamos. Este vacío no puede seguir prolongándose por más tiempo.

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