No recuerdo mayor desapego de la hinchada hacia el primer representante futbolístico oficial de la ciudad como el actual. Quién lo diría de una afición a la que, en los años sesenta, se la dio en llamar como la mejor de España. Ahí está nuestra hemeroteca para dar fe de ello.
Muchas circunstancias han ido conduciendo a tal divorcio. La de esta temporada ha sido la gota que colmó el vaso. Que el equipo resida en tierras sevillanas, que sólo venga a Ceuta cada quince días y por escasas horas, las justas, casi, para jugar en su estadio, es algo que difícilmente se sostiene, aunque viniera originado para paliar los recortes de la subvención municipal.
En las dos ocasiones en las que me he cruzado con un grupo de sus jugadores con sus chándales y paseando hasta la hora del partido, se me antojaban como esos funcionarios que, aún cobrando el cien por cien de residencia en la ciudad, viven sin embargo en la otra orilla. O el de tantos otros asalariados que hacen lo propio, viajando a diario para trabajar o alargando lo máximo posible el fin de semana. Huelga decir el grado de integración o el interés que tendrán por la ciudad quienes recurren a tales estrategias.
Claro que en el caso de los jugadores del Ceuta hay diferencias. Ni cobran tal cien por cien, qué más quisieran, y arrastran nóminas pendientes de abono a la espera de la entrega de la providencial subvención de la Ciudad, sujeta ahora ya a la fiscalización correspondiente, tras la reciente entrega por parte del club de la pertinente documentación.
Jugadores y entrenador han de vivir en Ceuta. Palpar su pulso diario, confraternizar con sus seguidores en la calle y ser partícipes de ella, como para sentir su condición de representantes futbolísticos de una localidad de la que tan alejados están esta temporada, geográfica y anímicamente.
Esfumadas prácticamente las posibilidades del play - off, se impone una reflexión, seria y definitiva, cara al futuro, sobre el tipo de club al que realmente podemos aspirar bajo el prisma de un planteamiento racional y objetivo de las verdaderas posibilidades económicas y sus limitaciones.
Con las gradas cada vez más desiertas y dependiendo por completo de las subvenciones del generoso patrocinador institucional, los sueños de ascenso y plantillas de categoría han quedado definitivamente atrás. También los recortes acabaron con las retransmisiones de RTVCE, que, de alguna manera, mantenían viva la llama de quienes dejaron de subir al ‘Murube’. Ni siquiera el recurso de ofrecer en diferido los partidos de casa.
Definitivamente la alternativa es la cantera. Jugadores que sientan los colores de su ciudad, que no tengan que cruzar el Estrecho para militar en otros equipos cuando despuntan, mientras aquí se pasa de ellos, reforzados, eso sí, con una serie de puntales foráneos claves, y con el correspondiente sostén de conjuntos filiales en categoría nacional. Invertir futbolísticamente en la ciudad, vaya, evitando que los de fuera se lo lleven calentito con los resultados ya conocidos.
Cuando los recursos son los que son y la respuesta del seguidor del equipo es la que conocemos, el cambio de política es evidente. Pocas son mis coincidencias con J. L. Aróstegui, pero no me resisto a transcribir aquí un párrafo suyo al respecto de su ‘Dardo’ del 5 de enero último: “El club se debería transformar en Sociedad Anónima Deportiva. Implicando y comprometiendo al mayor número de socios posible (los abonados son clientes, no socios) se podría constituir un capital suficiente para garantizar la viabilidad del proyecto. Los estatutos sociales regularían un funcionamiento democrático y permitirían exigir responsabilidades a los gestores. Disparar con ‘pólvora del rey’ no tiene excesivo mérito”. Al pan, pan.
Con una abrumadora oferta futbolística televisiva y con cada vez menos patrocinadores, el fútbol en muchísimas ciudades va dejando de ser el que fue. Como bien reconocía Guzmán, jugador de la plantilla, “el fútbol se está acabando a no ser que encontremos algo que lo remedie”. Baste ver los desoladores panoramas económicos que se ciernen sobre la Segunda ‘B’, una categoría devaluada y que ya no es aquella para lo que fue creada.
Cabe ahora sólo cumplir con el trámite de esta plúmbea temporada, eludiendo un descenso de cuya zona nos separan tan sólo cinco puntos.
Por encima de rencillas, personas, recortes y dificultades, salvemos al Ceuta, aunque de momento no vuelva a ser el que fue, librándole de una nueva desaparición que podría ser catastrófica para el fútbol caballa y su glorioso historial.