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Ser discapacitado en Marruecos y sobrevivir

Aidani Ahmed tiene problemas de espalda; todo comenzó cuando se le planteó una disyuntiva: o utilizar el aparato de metal para curar el daño que la polio había hecho a sus piernas, o tener una educación.

“No podía ir con ese aparato hasta la escuela porque no había taxi ni autobús, ni medios con los que poder llegar hasta allí. Vivía en la ladera del monte, de modo que me resultaba casi imposible regresar a casa”. Por eso, poco a poco se quitó aquel aparato unos días sí, otros no. Hasta que no se lo volvió a poner. Hoy día, Aidani Ahmed tiene la licenciatura en Geología, pero está atado de por vida a unas muletas. “Cuando me quité aquel aparato, ni yo que era un niño ni mi familia teníamos conciencia de que eso me podría traer problemas de salud en un futuro”, explica.
Pero ir a la universidad le permitió comenzar el movimiento reivindicativo en Marruecos de los discapacitados. En el ya lejano año 1993 se convirtió en uno de los fundadores de Paloma Blanca, la asociación que ahora preside. Junto a varias personas entre las que se encontraba Abdelmalik Asrih, a quien conoció en la universidad y está también atado a un par de muletas por la polio, fundaron esta organización. “Se trata de la primera vez que en este país cambiábamos el discurso, y en vez de hablar de caridad o beneficiencia, defendíamos nuestros derechos”, explica Abdelmalik Asrih, que fue presidente de esta asociación antes que su amigo y ahora preside la Red de Asociaciones de Discapacidad del Norte de Marruecos, que incluye unas quince asociaciones.
Además, Abdelmalik es la única persona del Gobierno marroquí con discapacidad. “Es la tercera vez en la historia que sucede esto”, cuenta. Su labor, asesorar a la ministra de Desarrollo Social del país vecino: “Es un problema, ella está comprometida pero no hay medios. Se aprueban leyes, pero luego no se pueden cumplir. A veces pasa que varios asuntos dependen de otros ministerios, como el de Sanidad o el de Educación, y dificulta la labor”. Desde luego, la situación es mala. En algunos aspectos, “catastrófica”. Pero es mejor que cuando Asrih era niño, vivía en un pueblo del Rif y tenía su escuela a un kilómetro de casa. “Para poder ir, me construí un aparato con ruedas, y así lo conseguí. Tuve suerte al encontrarme con un profesor que me apoyaba y unos compañeros que también, y hacían que me sintiera integrado. Aun así, empecé más tarde la escuela que el resto de niños”, cuenta.
Al menos, es uno de las pocas personas con algún tipo de discapacidad en Marruecos que han disfrutado de una educación. Según los datos oficiales, que datan del año 2004, un tercio de los niños entre 4 y 15 años que tienen algún tipo de minusvalía van a la escuela en todo el país. En todo Marruecos, unos 75.000 niños en esta situación reciben educación hoy día. Y estas cifras absolutas pueden representar un porcentaje menor porque, en realidad, nadie tiene una estimación fiable de cuántos discapacitados viven en el país norteafricano. El Estudio Nacional de la Minusvalía, hecho en 2004, estima un millón y medio de personas con discapacidad en toda la nación. “Eso significa alrededor de un seis por ciento de la población. La media, según la Organización Mundial de la Salud, es de un 10% de la población, que daría 3 millones, y no hay ningún motivo por el que aquí debieran nacer menos. Por eso, en Paloma Blanca manejamos la estimación de tres millones de personas. ¡Seríamos el mayor partido político del país si nos uniéramos!”, reflexiona Abdelmalik Asrih. Pero es que otro estudio habla de 670.000 discapacitados en todo el territorio marroquí. “¿Cómo explicar esta paradoja?”, se pregunta el presidente de la Red de Asociaciones de Discapacitados del Norte de Marruecos. El problema, muchas veces, es precisar el límite de la discapacidad. En algunos casos se considera un simple problema médico y no se le da consideración. “El método de estudio debería estar mejor planteado”, añade.
Pero muchas otras veces el verdadero problema que subyace es el de la ocultación por parte de las familias.

En el año 1999, el Gobierno de Marruecos anunció a bombo y platillo ayudas para las personas con discapacidad, que nunca se cumplieron como habían sido prometidas. La intención era que la gente se animara a registrar a todas las personas discapacitadas en sus casas.”Al principio funcionó, pero al ver que todo era humo, resultó ser algo momentáneo”, cuenta Yusef, secretario de Paloma Blanca. Yusef cuenta también que los casos de familias que esconden a sus discapacitados son muchos. Y recuerda el día en el que otra chica que trabaja con ellos le pidió una silla de ruedas para su sobrina, que vivía en un pueblo de la provincia de Tetuán. “Y la familia del chico que no se podía mover la rechazó y se ofendió”, así termina una historia de las que “hay muchas”.
Tampoco salen a la luz los miles de marroquíes que viven encerrados en sus casas porque quienes hacen el censo no se molestan en preguntar esas cosas, y en muchos casos admiten que la familia no declare a un niño con discapacidad. “Pero eso está cambiando”, asegura Abdelmalik Asrih. “Poco a poco, eso sí”.

"El sacrificio merece la pena"
Una muestra excepcional de ello es Yassine. Ahora tiene quince años, y es autista. Aunque a simple vista es “un chico tímido, sólo eso”, dice su madre Amtiref Naima, orgullosa. Y tiene razón. Es más, cuando adquiere confianza, muestra sus dotes en el ordenador. Se maneja por Internet como pez en el agua. Sus páginas favoritas, Youtube y las que tienen juegos online. Utiliza la plataforma de vídeos para ver las series que le gustan; la que más, ‘Tom y Jerry’. De devorar sus capítulos, ahora es capaz de verlos sin sonido y aun así repetir al pie de la letra los diálogos, algo que hace orgulloso. Este seguidor del Barça se entretiene con los videojuegos de fútbol. “Mira, mira”, dice. Varios pases, y mete “¡Goooool!” con facilidad. “Bien usado, el ordenador e Internet puede ser muy útil y educativo”, dice su madre.  Prueba de ello es un juego del que también disfruta, aunque un poco más complicado, en el que hace de camarero. “Así aprende vocabulario, y ejercita su memoria. Es una maravilla, el juego lo descubrió su hermana”, explica Naima.
Las tres hermanas de Yassine están volcadas con él, pero quien más está encima es su madre, que tardó algunos años en saber de la enfermedad de su hijo. “Al principio era un problema simplemente médico. Nos recetaban unos medicamentos, y ya está. No fue hasta varios años después cuando conseguimos ver el problema de otra manera”, cuenta Naima. Su caso fue duro. Cuando diagnosticaron autismo a su hijo, vivían en Casablanca. “Yo tenía un buen trabajo en el que viajaba mucho, de un sitio para otro. He estado en muchos países, pero llegó el momento en el que tuve que elegir. Decidí sacrificar mi vida profesional para poder cuidar a mi hijo, y fue entonces cuando vinimos a vivir a Tetuán. Aquí tengo a la familia, a mi madre, e iba a ser mucho más fácil cuidarlo”, explica. Ahora viven en un espacioso piso de una de las avenidas principales de la ciudad del norte del país, y ella tiene un trabajo de funcionaria. “Vinimos aquí, y para mí fue duro. Pero miro atrás y veo que merece la pena”, asegura. Aunque un esbozo duda aflora en su cara con forma de mueca, preguntándose qué pasará cuando ella no esté. “Quiero que sea independiente. Tiene capacidades para la informática, podría llevar un cibercafé, por ejemplo. Yo no voy a estar siempre, y quiero que él pueda vivir por sí mismo”, insiste. Pero a pesar de todas las dificultades y momentos de incertidumbre, merece la pena.
A cuarenta kilómetros de Ceuta, apenas media hora de coche por una deslumbrante autopista y en una ciudad de unos 200.000 habitantes, la realidad es diferente. La cobertura sanitaria llega hasta donde llega, y no paga buena parte del tratamiento que necesitan las personas con discapacidad. Al mes hay que gastar unos 3.000 dirhams en un niño autista, entre psicólogos y tratamientos: el equivalente a casi trescientos euros. “El psicólogo es muy caro, y no está cubierto por la sanidad pública”, cuenta Naima. Y eso que ahora es más fácil encontrar especialistas, porque cuando descubrieron la enfermedad de Yassine, lo trataban como algo simplemente físico”, explica su madre.
Ese uno de los motivos por el que se ha implicado profundamente en la fundación de Yahya, una asociación tetuaní que lucha en favor de los niños autistas, presidida por El Hachmid Mohamed Laarbi. Actualmente se encargan de 53 niños en la región, aunque están seguros de que hay más. “Nuestra intención es hacer más llevaderos los costes para las familias”. Por eso, junto a la medina de la ciudad tienen su sede, y están aconsejados por una psicóloga. Esos 3.000 dirhams mensuales se convierten en 9.000 cuando se comienza a tratar la enfermedad. Hay que llevar a cabo un programa más intenso, en el que por ejemplo se le enseñe a vestirse. De lunes a viernes están por las tardes allí para ayudar a los jóvnes

Proyecto, después el dinero
En Marruecos no existe tal cosa como los convenios entre administración y asociaciones. Por ello, la situación no permite siempre llegar a todos los sitios deseados. “Primero hacemos el proyecto, después buscamos la financiación, venga de donde venga”, cuenta Abdelmalik Asrih; es algo aplicable a todas las organizaciones que trabajan en la Red de Asociaciones de Discapacidad del Norte de Marruecos. En el caso de Yahya, Hachmid indica que viven sólo de las donaciones que hacen particulares y padres de niños. “Aunque depende, porque unas familias tiene más recursos y otras menos”, explica.
A veces, ni siquiera hace falta dinero, sólo exigir que se cumpla la ley. Es algo que este padre de un hijo autista de 5 años cuenta. Según la ley, todos los colegios deben aceptar a los niños discapacitados. “Pero dicen que no tienen dinero”, cuenta. A pesar de sus muy buenas relaciones con varios directores de centros educativos, Hachmid tuvo que luchar con ahínco para conseguir que su hijo vaya a ser escolarizado. Pero no se ha quedado ahí, y ha conseguido que en el colegio acepten crear dos aulas de integración. Se trata de clases con exactamente los mismos horarios que las demás, en las que los niños con algún tipo de discapacidad reciben su educación. Pero están dentro de un colegio ordinario, y coinciden en el recreo con el resto de niños. Algo que el estado en teoría garantiza por ley, pero que ha tenido que buscar el presidente de Yahya. Y eso que el compromiso institucional de Marruecos con la discapacidad ha aumentado, al menos sobre el papel, ya que en el año 2008 rubricaron la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas Discapacitados. Aun así, Hachmid sólo ha encontrado esta posibilidad educativa en una escuela privada, que no todo el mundo se puede permitir, y que añade un gasto más a esos 3.000 dirhams mensuales.
Tampoco es fácil para otros proyectos, como el que tienen en Paloma Blanca para reinsertar a las personas con discapacidad, un proyecto que dividen en tres áreas.  La más avanzada es la que orienta a quienes tengan la posibilidad para emprender su negocio. “Es el primer nivel, se trata de que alguien pueda autoemplearse”, explica el presidente de la asociación. El segundo nivel es el de la cooperativa. Allí trabajan en pastelería o textil las personas para aprender un oficio pero, sobre todo, para llegar al tercer nivel. “Es algo siempre temporal. Lo deseable es que les sirva de trampolín para trabajar en una empresa, ya sea desde casa o en el negocio”.
Este puede ser, dicen, uno de los motivos por los que los padres prefieren esconder a sus hijos con discapacidad. “No saben que hacer en algunos casos”, explica Naima. Entre eso y no poder pagar un tratamiento, todo se acumula, sobre todo en el campo, donde la tasa de escolarización desciende drásticamente desde el 30% a ni siquiera llegar a un veinte por ciento, y eso según los datos que se reconocen de manera oficial en el Estudio sobre la Discapacidad en el año 2004. En otros casos, se trata de vergüenza.  “Creen que esuna maldición. A veces la mujer se siente culpable porque piensa que no es ‘completa’ y por eso ha tenido un hijo con discapacidad, y lo esconde por vergüenza. Y todo ello a pesar de que el Corán, por ejemplo, deja claro que hay que tratar bien a todo el mundo”, opina Aidani Ahmed.

“Sólo hablaba con su familia”
Incluso después de dar el paso y sacar a un hijo discapacitado a la luz, es muy complicado reconocer la historia, y prefieren guardar silencio. Pasan semanas antes de que una familia acceda. Mohamed (nombre ficticio), acude a la cita con su hija, Layla. No quiere problemas ahora que su hija de 24 años, sorda, está a punto de trabajar en una pastelería y todo va bien. Su padre es profesor de instituto, una persona culta. Hace cinco años entraron en contacto con Paloma Blanca, después de haber pasado por Hanan, otra asociación más antigua pero más enfocada a la beneficiencia.
Layla comenzó la escuela de manera normal, hasta que se le descubrieron sus problemas de sordera, que venían de nacimiento. Pero hace cinco años encontraron esta asociación, y todo mejoró. Ahora Layla tiene dos títulos, uno de cerámica y otro de pastelería. Sobre todo, tiene una sonrisa imposible de quitar y una mirada que pregunta todo. Habla con dificultad, pero su padre le entiende. Pregunta que si hay asociaciones de discapacitados en España, que tiene mucho interés en saberlo, en ver qué pasa en otros lugares
Es un país que esta joven marroquí ya conoció hace dos años, cuando en un viaje de varios usuarios de la asociación Paloma Blanca pasaron varios días en España gracias a un convenio de colaboración. Estar asociada le ha permitido entrar en contacto con otros jóvenes que viven en su situación. “Estamos muy felices”, dice Mohamed. “Ahora ella se relaciona con otros chicos y chicas de su edad, y eso le anima”. Además, han tenido la suerte de tramitar una ayuda estatal que le dará a Layla 200 dirham al mes para toda la vida. Y están buscando trabajo, porque es temporada alta en las pastelerías. “Siempre en Ramadán y en verano, y ahora se juntan las dos cosas”, puntualiza Aidani Ahmed.
Sin embargo, todo era muy diferente para Layla antes de entrar en Paloma Blanca. Una parte de la vida de la que ella no puede hablar por sus dificultades, y su padre trata de evitar. Al final, dice: “Antes de estar con la asociación, sólo se relacionaba conmigo, su madre y sus hermanos”.

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