No es fácil manejar el timón de la nave de Ceuta desde el puente de mando del edificio gubernamental de la Plaza de los Reyes. Más aún si su capitán la siente como propia. González Pérez, consumado político de raza, parece inmune al desaliento. Ya le vengan aguas hirientes y grises, encrespadas como una zarza enloquecida, que difícilmente le harán variar su catálogo de intenciones. Dieciocho meses de mandato, pienso, plasman una radiografía esperanzadora del delegado. Ardua e intrincada labor, la suya, en este mar de interrogantes e incertidumbres que pesan sobre la ciudad en forma de problemas tan complejos como endémicos.
Un delegado que, como destacaba el titular de portada del jueves de nuestro diario, decía que será “implacable” con quienes “esquivan” la legislación. La rancia historia del fraude laboral y fiscal o el de las prestaciones sociales y sanitarias. Asuntos con las más diversas ramificaciones que, con el tiempo y la dejadez más absoluta, han ido yendo a más, hasta el punto de convertirse en uno de los más serios quebraderos de cabeza de la ciudad. Un buen test de prueba para un Francisco A. González, que ha vuelto a sellar su firme compromiso con estas cuestiones. El momento de actuar puede ser inminente. Entre tanto, los poderes y organismos implicados en la operación ultiman sus redes logísticas.
Con el tiempo hemos visto la agonía que pesa, cuando no la desaparición, de determinados sectores productivos. Muchísimos profesionales autónomos y pequeñas empresas dedicadas a ocupaciones con las que tradicionalmente se ganaban la vida tantos ceutíes se han ido al garete. Albañiles, pintores, fontaneros, carpinteros, electricistas, mecánicos, dependientes, autónomos, vendedores ambulantes o modestos comerciantes, entre otros, han ido siendo desplazados por una cada vez más numerosa y variopinta clandestina mano de obra marroquí en detrimento de los profesionales locales. Situación especialmente lacerante en los graves momentos de paro actuales, ante los que cabe una actuación firme y decidida de una vez por todas.
Otro punto de especial atención son las residencias o los empadronamientos ficticios con todas sus derivaciones. Personas que no acreditan siquiera una vivienda en la ciudad, sencillamente porque no viven ella. El número nada despreciable de funcionarios civiles o militares que, efectivamente, trabajan en Ceuta pero que residen en la otra orilla con sus respectivas familias, fenómeno en aumento con la amplitud del número de rotaciones de las navieras. Baste observar cualquier travesía, en uno o en otro sentido, para apreciar tal hecho, especialmente en determinados horarios.
Todo lo anterior no ha sido más que otro exponente de la dejadez de quienes debieron acabar con esas anormalidades en su momento. El mismo abandono y desidia de los que hicieron gala ante otras preocupantes irregularidades urbanísticas y poblacionales que han venido a cambiar la faz de la ciudad hasta extremos que ahora lamentamos. En determinados casos ya no hay posibilidad de vuelta atrás y las consecuencias habrán de pasarnos factura si ya no está sucediendo. Ceuta no es ya la ciudad familiar, alegre y confiada que muchos echamos cada vez más de menos, hasta sentirnos a veces como extraños en ella. Y no es nostalgia. No. Es la carencia de un alma, de unos valores, de unas formas y de una realidad cotidiana perdida que escapa a la percepción de las generaciones más jóvenes o de quienes han venido a vivir a esta tierra más o menos recientemente y que no han tenido ocasión de haber conocido esa otra esencia perdida.
Por ello, bien venidas sean todas las iniciativas regeneradoras hacia las que parece querer dirigir sus pasos Francisco Antonio. Ya digo que será tarea muy difícil y hasta ingrata en determinados casos. Pero ser delegado de gobierno en Ceuta y Melilla requiere “una madera especial”, como bien dijo el ministro Arias Cañete en su toma de posesión. González ha querido coger el toro por los cuernos, en cierto modo como pretendió hacerlo nuestro primer delegado civil, el socialista Manuel Peláez. Aquel que, desde otras perspectivas, intentó muchas cosas pero a quien, al final, Madrid terminó poniéndole los puntos sobre las íes.
En fin, suerte al actual capitán de esa nave de la Plaza de los Reyes. La va a necesitar. Experto timonel, no creo que le suceda como a Luis Francisco de la Cerda y Aragón, IX du¬que de Medinaceli, aquel general de las galeras de Nápoles que tuvo que dejar el cargo porque se mareaba. En él eso me parece imposible. Mas, me temo, no habrán de faltarle quienes lo intenten.
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